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Thabita Pov

Mis nudillos dolían pero no se comparaban con el ardor que sentía en mi interior. Estaba cansada, adolorida y fatigada pero ni siquiera así dejé de practicar.

Poder salir de mi aposento sin que me temblara el cuerpo o me echara a llorar me había costado varios días. Al principio simplemente parecía estar clavada a la cama y la pesadez en mi cuerpo no me ayudaba pero lentamente fui avanzando hasta salir. No lo hice por mí, salí de mi escondite por él. Quería vengar su muerte y acostada en la cama no iba a poder hacerlo.

Alimentarme había sido una tortura porque al principio vomitaba todo rastro de alimento que entrara por mi boca. En ningún momento Alaric había perdido el control o me había dejado sola, sino todo lo contrario. Él era quien me alimentaba, limpiaba mi cuerpo y me motivaba a entrenar. Porque sí, había comenzado a entrenar como un soldado más.

Golpeaba, corría y sufría como cualquier otro pero lo único que me diferenciaba del resto era que nadie a excepción de Alaric podía enfrentarse a mí. Era prácticamente intocable en los entrenamientos, la sola idea de que un hombre me golpeara le repugnaba y se negaba completamente a exponerme de esa forma. Prefería mil veces lanzarme al suelo a tener que limpiar las heridas que me podrían causar sus hombres.

— ¡A luchar! — Gritó y sin darse cuenta me dio la libertad de posicionarme donde quiera.

Se suponía que iba a estar a su lado pero en ese momento me encontraba entre el mar de hombres sudados y justo al frente de uno que me observaba con duda. Kamal no parecía estar seguro ni contento con tenerme allí, frente a él y a solo segundos de comenzar a pelear contra mí.

— Pelee. — Ordené, colocándome en posición de ataque.

— Majestad...— Su cabeza se movía de un lado a otro, negando levemente.

No le agradaba desobedecer las órdenes que se les daban pero estaba obedeciendo una que consideraba mayor. Su primo el rey había dejado en claro que quien me tocara iba a perder las manos pero ahí estaba yo, intentando que desobedeciera una orden porque me había cansado de ser lanzada al suelo y tratada como una muñeca de trapo.

— Ataque. — Mascullé antes de abalanzarme sobre él y ser atrapada en el aire.

— ¿Por qué no me sorprende? — Preguntó cerca de mi oreja el mismo hombre que rodeaba mi abdomen con sus brazos. — ¿Acaso desea que Kamal pierda las manos? De ser así, solo debía decirlo.

Cada vez que hablaba mi cabello se movía, permitiéndome saber cuán cerca se encontraba su cabeza de la mía.

— Quiero luchar, Alaric y usted solo me lanza al suelo. — Kamal seguía de pie frente a mí, con la cabeza agachada ante la presencia poco amigable del rey.

La relación de esos dos había mejorado bastante tal y como Alaric me lo había prometido. No era la de dos primos cercanos pero al menos el rey ya no intentaba lanzarse al cuello del soldado cada vez que nos veía cerca el uno del otro.

— Debe primero mantenerse en pie y luego...— Dejó de hablar cuando fui girándome lentamente entre sus brazos.

Sus labios se volvieron una línea recta y fina que dejaba ver que estaba en total desacuerdo conmigo. Aquello había dejado de ser una simple conversación que era llevada a cabo frente a un soldado, se había convertido en una pequeña guerra de miradas.

— Kamal, vaya a luchar. — Le ordenó el rey sin dejar de mirarme.

— Como ordene señor, majestad...— Podía escuchar cómo la nieve crujía bajo sus zapatos a medida que iba alejándose.

— Quiero luchar. — Murmuré por lo bajo para que solo él pudiera escucharme.

— Todavía no está preparada. — Respiré profundo para alejar la ráfaga de sentimientos que me habían atacado en ese instante.

Me sentía tan impotente...

— De acuerdo. — Bajé la mirada mientras llevaba las manos a mis mejillas y borraba las lágrimas traicioneras que se me habían escapado.

Tan inútil...

— No deseo que salga herida. — Susurró, levantando mi rostro y limpiándolo él mismo. — Necesito que pueda esquivar antes de atacar.

Tan débil...

— Está bien. — Asentí lentamente.

— No habrá hombre en toda Europa que pueda matar a la bruja, solo lo hará usted. — Volví a asentir. — Puedo asegurarlo.

— De acuerdo, vamos a practicar. — Sus manos abandonaron mi rostro y su cuerpo se alejó del mío, dándome el espacio suficiente para colocarme.

Como todos los días, comenzamos a empujarnos e intentar lanzarnos al suelo. Para él era importante que yo pudiera ganar fuerza con los ejercicios y agilidad cada vez que intentaba hacer con él lo mismo que terminaba haciendo yo, oliendo nieve.

Procuraba no ser muy brusco conmigo y eso solo me molestaba más porque significaba que me veía como alguien débil, que no era capaz de hacerlo caer ni siquiera cuando su fuerza estaba siendo reducida a menos de la mitad.

Era débil.

Me sequé el sudor de la frente con frustración.

Era inútil.

Cerré las manos con fuerza, volviéndolas puños.

Era un maldito chiste.

— Deje de pensar. — Me ordenó mientras volvía a sujetarme de la cintura y me desestabilizaba.

Estaba siendo sujetaba por él pero mi cabeza estaba a tan solo un par de centímetros del suelo. Era como la postura de un baile, solo que muy exagerado y para nada cómodo.

— Hubiera estado...— Asentí incómodamente.

— Muerta. Lo sé, lo siento. — Llevé mis manos a sus hombros para poder volver a la postura debida. — No volverá a suceder.

— Eso espero. — Masculló antes de poner su pie detrás de mi pierna y dejarme caer en la nieve. — Muerta. — Continuó mascullando mientras hacía como su colocara su espada en mi cuello.

Me tendió la mano para ayudarme a levantar y comenzar de nuevo. Así durante largos y tediosos días. No importaba si nevaba, estaba oscuro o si el frío nos calaba en los huesos, Alaric no perdonaba ni un solo día sin entrenamiento. Tal vez en ese momento no era la mejor en el cuerpo a cuerpo pero no podía decir lo mismo cuando tomaba mi espada y bajaba lentamente las escaleras para ir directamente a los calabozos. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora