🏹59🗡️

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Mis manos se encontraban enterradas en su cabello, justo sobre la zona de la nuca mientras que las suyas me sujetaban de la cintura. Nuestros labios se movían con lentitud y profundidad, como si ambos quisiéramos recordar ese momento lo mejor posible.

Con cada caricia que mis labios recibían de los suyos mi cabeza se alejaba de la realidad. Ambos estábamos en medio de una habitación, con la puerta abierta y a merced de que alguien nos viera pero no parecía importarnos en lo más mínimo.

La forma en la que me besaba, acariciaba y sujetaba contra su cuerpo era distinta... No sabía cómo describirlo pero de lo que estaba segura era de que no había forma de comparación, al menos no con nada que hubiera vivido antes. Ni con él ni con nadie.

— Los soldados. — Susurré con voz entrecortada mientras me alejaba un poco por la falta de oxígeno.

— ¿Qué sucede con ellos? — Aquella voz no era la de Alaric, esa poseía el doble de profundidad.

Si no lo hubiera visto moviendo los labios creería que se trataba de otra persona pero no, él era el dueño de aquella voz llena de sensualidad.

— No es propio que nos vean así. — Por más que buscara el color verde de su mirada no podía encontrarlo.

— Si la reina sale y ve soldados custodiando, voy a cortarles las cabezas. — No lo había dicho para mí, su voz demandante y fuerte era para que ellos lo escucharan y desaparecieran.

— Tirano. — Murmuré, sintiendo cómo mis mejillas se calentaban y sonrojaban.

— Podré ser visto como un tirano pero nunca podrán decir que no cumplí con las peticiones y deseos de mi mujer. — Besó castamente mis labios antes de tomar mi mano y entrelazar nuestros dedos. — Vamos, ya que su temor se ha ido debemos cumplir con nuestro deber.

— No tenía ni tengo miedo. — Tiró levemente de mí, obligándome a caminar detrás de él.

Por algunos instantes pensé que íbamos a encontrarnos con un par de soldados que no habían escuchado la orden de su rey, sin embargo, al salir me encontré con la soledad. No había nadie, ni una sola alma en pena vagaba por ese pasillo.

— Aprecian sus vidas. — La arrogancia se notaba en su voz y en la sonrisa ladeada que apareció en sus labios.

Ese hombre era un caso perdido, le encantaba tanto mandar sobre el resto que dudaba mucho que en algún momento pensara en dejar el trono.

Caminamos en silencio hacia el pasillo en donde se encontraba su aposento pero antes de entrar allí se detuvo frente a otra puerta desconocida.

— Este será su aposento. — Mi ceño se frunció profundamente.

— ¿Qué? ¿Por qué? — No comprendía a qué se debía esa mudanza.

— Debo protegerla y si se encuentra lejos no podré hacerlo. — Dio un leve golpe en la madera que me impedía mirar hacia adentro de la estancia y luego continuó caminando a su aposento, a tan solo dos puertas de distancia.

No tan solo iba a verle el rostro todos los días, sino que al despertar e ir a dormir también. No sabía qué tan buena idea iba a ser ese cambio pero tampoco me iba a quejar, después de todo siempre buscaba su protección.

Cuando entramos a su dormitorio todo estaba en penumbras y solo se escuchaban los cánticos de los pueblerinos, quienes parecían estar pasándola en grande.

Podría parecer cliché pero en ese instante las palabras sobraban y ambos lo sabíamos. Mientras estuvimos allí, de pie y mirándonos directamente a los ojos, no hubo necesidad de hablar porque todo se podía dar por entendido después, cuando los besos y las caricias comenzaron.

Él estaba levemente encorvado sobre mí porque mis manos tiraban de su cuello hacia abajo. Jugueteaba lentamente con su largo cabello mientras era besada con suavidad por el hombre que tenía sus manos en las cintas de mi vestido.

No estaba nerviosa por lo que iba a suceder, mi temor se debía a un pequeño complejo que había nacido en esas épocas.

— No voy a forzarla. — Asentí porque sabía que no mentía.

Mi vestido cayó al suelo cuando la parte superior de su ropaje dejó de cubrir su pecho. Allí se encontraba aquella cicatriz que había visto fugazmente en la vivienda, justo después de ver y tocar las que tenía en la espalda. No era demasiado grande pero sí alarmante, pues se encontraba justo sobre donde debía encontrarse su corazón.

— No voy a forzarla. — Repitió.

— Lo sé. — Murmuré por lo bajo.

— Entonces, ¿por qué huye? — Dejé de observarlo a los ojos para mirar mis piernas.

Había estado retrocediendo...

— No huyo, solo...— Sonreí levemente como si así pudiera calmar la cantidad de cosas negativas que pasaban por mi cabeza.

— ¿Qué oculta? — Negué rápidamente, creyendo que así dejaría de cuestionarse mi actitud.

Otro gran error que cometía cuando se trataba de él.

Mi cuerpo fue jalado con la suficiente fuerza como para que mi cuerpo quedara junto al suyo, pero no la suficiente para lastimarme.

— No vea. — Susurré con voz rota.

— Usted ha visto mis cicatrices. — Sí pero no era lo mismo.

Durante toda mi vida me había cuidado para que mi cuerpo no recibiera daños permanentes pero esas... Esas cicatrices en mi espalda no iban a desaparecer nunca y me hacían sentir tantas cosas negativas de mí misma que prefería ocultar las marcas y pretender que no estaban.

Jamás había tenido complejos hasta ese momento.

— Thabita. — Por más que echara mi cabello hacia atrás, él lo sacaba y dejaba mi piel expuesta. — Lo lamento. — Susurró, tomando mi rostro entre sus manos mientras ponía una de sus rodillas en el suelo para poder ver mi rostro desde abajo. — No debí azotarla. — Pasó sus pulgares por mis mejillas, borrando mis lágrimas. — No comprendo la razón por la que me perdonó y no ha mostrado odio hacia mí pero debe comprender que conmigo no debe temer.

— Son horribles. — Balbuceé.

— No, así como las mías no le parecen horribles, las suyas tampoco lo son. Cargaré sobre mis hombros el haberla lastimado hasta mi último aliento. Puedo jurarle que me odio por haberla herido y lo haré sin importar cuánto pase, pero usted...— Colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja. — Necesito que usted no sienta repudio hacia su cuerpo.

— ¿Por qué? — Sorbí mi nariz.

— Porque si somos dos los que odiamos nuestras heridas, ¿quién le enseñará lo agradable que es la vida a nuestra descendencia? — Otra vez estaba hablando de un futuro juntos...— Así como usted ve un rey con un gran corazón, yo veo a una mujer hermosa a la que adoraré hasta que me sea permitido.

Llevé mi mano a la cicatriz de su rostro y la acaricié, siendo testigo de cómo sus ojos se cerraban y su rostro se inclinaba hacia mi caricia. Nos mantuvimos así, en silencio y con la cabeza en nuestros asuntos hasta que tomé mi decisión.

Si había permitido que colocara en mi dedo anular los anillos de compromiso y matrimonio, además de una corona más pesaba estuviera sobre mi cabeza, entonces iba a intentar que las cosas fueran bien.

Sin dejar de acariciar su rostro me acerqué para besarlo. No abrió los ojos pero respondió de inmediato mientras llevaba sus manos a mis caderas.

En esa noche fría en la que nos encontrábamos rodeados de una oscuridad casi absoluta, había descubierto otra faceta de Alaric. Esa en la que el gran corazón del rey no intentaba ser oculto. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora