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Mi cuerpo se sentía protegido bajo la pesada armadura que era idéntica a la de mi padre. Si no hubiera ido a verla antes de partir de Britmongh, habría pensado que se había utilizado la de él para forjar la mía. Sin embargo, no fue así, la suya seguía intacta y la mía resplandecía sobre mi cuerpo.

A mi lado se encontraba Alaric sobre su corcel, Tzar. Su caballo era tan parecido a él que era alarmante. Para empezar tenía un carácter bastante complicado y siempre intentaba morder o patear cuando alguien lo tocaba, se acercaba demasiado o lo miraba. De hecho, podía jurar que tenía la misma mirada llena de superioridad que poseía su dueño y que no temía en mostrar.

En conclusión, Tzar era un animal bastante celoso y enojón cuando se trataba de él mismo.

Yo por mi parte me encontraba sentada sobre el lomo de una yegua preciosa. Era de color crema y tenía el cabello blanco pero lo que la hacía ver magnifica era que bajo el sol parecía brillar. Muy pocas veces las nubes se hacían a un lado para que el sol iluminara un poco las tierras pero cuando eso sucedía, destellos dorados parecían adornarla.

Ella era una yegua juguetona, por lo general pasaba su cabeza por mis brazos o me empujaba levemente para que la acariciara. Recordaba perfectamente la primera vez que la había visto porque el salvaje de Tzar había intentado morderme cuando vio mis intenciones de tocar a Hera.

Oscuro como la noche y resplandeciente como el día, dos corceles completamente distintos y emparejados entre sí. Era gracioso que Alaric me hubiera cedido a la novia de su caballo cuando el celoso animal apenas y soportaba mi presencia.

— Hera, hoy tenemos que ganar. — Le hablaba a ella aunque su verdadero dueño estaba atento a mis palabras.

— Azahara. — Corrigió entre gruñidos.

Sí, sobre eso... Ella realmente se llamaba Azahara pero a mí me gustaba más Hera y la yegua respondía al nombre que yo le había puesto con mucho cariño.

— Su nombre es Hera. — Aseguré mientras acariciaba distraídamente su preciosa y resplandeciente melena.

— No es su corcel, Thabita. — Era tan fácil sacar a Alaric de sus casillas.

El rey era como un fosforo, si sabías por dónde tomarlo y hacer fricción, se encendía.

Ok, no.

Alaric era tan temperamental que por cualquier cosa y en cuestión de segundos ya estaba mascullando y rabiando. Era lo más parecido que había visto en mi vida a un anciano cascarrabias en el cuerpo de un hombre de no más de treinta años.

— Alaric. — Su ceño fruncido se profundizó al notar un tono diferente en mi voz. — ¿Qué me va a obsequiar para mi cumpleaños?

— ¿Qué? — Escupió con estupefacción y duda.

— Un cumpleaños se celebra cuando alguien cumple un año más de vida. Por ejemplo, usted era un crío y cada año su edad fue cambiando hasta hacerse mayor. Básicamente es celebrar que nos volvemos ancianos y que adquirimos sabiduría, al menos algunos. — Asintió lentamente mientras procesaba mis palabras.

— ¿Por qué debería obsequiarle? — Era un buen punto.

— Porque eso hacen los amigos, la familia, conocidos y eso... Si desea puedo obsequiarle algo cuando cumpla años. — Sugerí con una enorme sonrisa. — Vamos, estoy por volverme una mujer adulta y eso es algo que debe ser celebrado.

— ¿Es una cría? — Sus ojos se abrieron con asombro.

— No. — Negué, mintiéndole un poco.

No era una niña, al menos yo no me consideraba así.

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora