El anillo en mi dedo anular llamaba la atención tanto o más de lo que lo hacía la capa. Todas las miradas caían en la enorme piedra que brillaba con luz propia.
Me resultaba bastante incómodo tener que ocultar sutilmente la mano de las miradas curiosas, sobre todo cuando pasaban de estar en mi mano a observar a Alaric. Él por su parte no había dicho nada al respecto pues prefería que la joya hablara por sí sola.
— Mi señora. — Enma, la otra mujer que hasta hacía poco había sido mi dama de compañía, había tocado la puerta del despacho un par de veces y luego de entrar se detuvo a unos pasos de mí con un plato hondo. — Le he traído alimento.
— Le agradezco. — Mostré una sonrisa de boda cerrada en agradecimiento.
Si bien tomé el plato, no tomé ni un solo bocado por temor. Lentamente fui girando mi rostro para poder observar al hombre que estaba sentado frente a mí. Habia dejado de leer y escribir, su atención estaba puesta en la comida entre mis manos y por la forma en la que la miraba estaba segura de lo que sucedería.
— Pruébela. — Ordenó con brusquedad.
— Pero señor...— Que se negara era lo peor que podía hacer porque lo quisiera o no, sembraba cierta duda en ambos.
— No lo volveré a decir. — Advirtió, poniéndose de pie y quitándome el envase.
— Sí señor. — Murmuró.
Se llevó a la boca el envase, bebiendo lentamente de él. Cuando lo alejó de sus labios hubo un silencio bastante denso y es que no era para menos, prácticamente estábamos esperando que tuviera alguna reacción.
— Beba. — Volvió a ordenar.
— No está echada a perder. — Dijo antes de volver a beber.
— ¿No? — Alaric asintió un par de veces. — Otra vez.
— Ala...— La mirada verdosa de mi ya prometido me dio una muy sutil pero clara advertencia.
Básicamente fue un "cállate que te estoy cuidando".
Con los ojos cristalizados por la humillación de tener que probar el mismo plato en más de una ocasión, Enma volvió a tomar. El contenido se encontraba por la mitad y todavía no le había sucedido nada al cuerpo de la mujer.
— ¿Quién la hizo? — Ella se limpió los labios por si quedaba algún rastro de comida.
— Yo misma, majestad. — Alaric asintió una vez más, alejando por fin la comida de la chica.
— Esto sucederá cada que le entregue alimento a la princesa. Si no desea que vuelva a ocurrir deberá protegerla sin que nadie lo sepa. ¿Entendió? — Enma asintió rápidamente. — Retírese.
— Con su permiso majestad, alteza. — A zancadas llegó a la puerta y pareció traspasarla.
— Fue muy cruel. — Murmuré, a punto de llevar la comida a mis labios.
— No se alimente de eso. — Gruñó mientras me lo arrebataba.
— Pero... No murió...— Si no iba a dejar que me lo comiera, ¿por qué no se lo entregaba a ella para que se lo llevara?
— No confío en esa mujer. — Observó el caldo con desconfianza y cierto asco. — Comerá y beberá lo que las mujeres hagan y prueben, no lo que le den sus damas de compañía.
— Como usted diga señor rey. — Murmuré sarcásticamente.
Si algo no tenía Alaric era un pelo de tonto. Era un rey despierto, inteligente y astuto que por culpa de nuestra cercanía había aprendido a diferenciar mi sinceridad y el sarcasmo. Por eso, que me estuviera viendo con cara de asesino serial no era una sorpresa.
— ¿Quiere morir? — Su mano se cerró alrededor de mi cuello con tanto cuidado que si me movía era podía zafarme sin ningún inconveniente.
— No me haga reír. Usted no sería capaz de matar a la mujer por la que se preocupa. — Dio un leve apretón como si buscara poner a prueba mis nervios o la confianza que tenía en él. — Creía que era evidente que no le temía.
— Debería. — Señaló el plato sin liberarme. — Voy a encerrarla si se alimenta de algo sin que antes sea probado.
— De acuerdo...— Di un suave golpe en su mano para que la alejara de mi cuello y alcé los brazos. — Deme un abrazo.
— ¿Qué? — Murmuró con el ceño fruncido.
— Que me dé un abrazo. — Repetí mientras me ponía de pie. — Vamos, ya lo ha hecho antes... Espero no tener que pedir esto nuevamente. — Rodeé su cintura con mis brazos. — Vamos, haga lo mismo que estoy haciendo.
— ¿Por qué? — La confusión en su voz me resultaba adorable.
— Porque si vamos a casarnos no quiero que sea una piedra conmigo. Puede serlo con los soldados pero a mí va a tener que abrazarme, es lo mínimo que pido. — Su cuerpo se tensó cuando entrelacé mis manos sobre su espalda.
— Pide demasiado. — Reprochó.
— Pido lo que sé que merezco porque es también lo que ofrezco. — Alcé la cabeza con la única intención de mirarlo a los ojos. — Si no está dispuesto a mostrarme afecto puede pedir el anillo de vuelta.
— Silencio. — Masculló entre dientes, llevando una de sus manos a mi cabeza para que dejara de mirarlo y la otra la dejó sobre mi espalda. — Es muy molesta.
— Usted quería desposarme, su deber es soportarme. — Cerré los ojos mientras escuchaba los latidos de su corazón y sentía sus caricias en mi espalda.
Era impresionante cómo los latidos de alguien podían relajarme. Me había perdido en ellos, en la melodía lenta y armoniosa que solo yo podía apreciar.
Nos mantuvimos sumergidos en un cómodo silencio sin separarnos ni un poco. La situación resultaba ser tan agradable y entrañable que no deseaba que terminara. Me encontraba bien estando entre sus brazos pero sobre todo, él me hacía sentir segura. Algo tenía ese hombre que espantaba todos mis temores.
— Debería descansar. — Negué a su murmuro. — La llevaré a mi aposento. — Asentí, elevando los brazos para que me cargara en brazos.
Si iba a llevarme a su aposento para que pudiera dormir era porque se iba quedar, solo por eso había aceptado, porque sabía que con Alaric cerca nada iba a suceder. Sin embargo, mi temor nacía de lo que podía ocurrirme cuando estuviera sola.
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Flecha de Fuego© EE #6
Fantasy💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe la copia o adaptación.💫 •Sexto libro de la saga EE.• •Es necesario leer todos los libros para comprender lo que sucede en la historia y conocer a los personasjes.• Aquellas tierra...