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Recibir a los aliados del reino era más complicado de lo que se decía, sobre todo cuando el rey no deseaba que me acercara más de lo estrictamente necesario. Alaric me había dado instrucciones claras. Para empezar debía permanecer a su lado todo el tiempo, en segundo lugar, no debía hablar a menos que le pidiera permiso pero él prefería transmitir mi mensaje para evitar que algún hombre se pusiera violento. Por último y no menos importante, no darle la mano a nadie. No me había explicado el motivo pero podía imaginármelo.

Sus celos le iban a explotar la cabeza.

Cuando Einar ingresó acompañado de otros condes, duques y reyes, quise romper la última regla pero me fue imposible. Con un simple susurro de parte del rey de Britmongh me quedé con las manos al frente de mi falda.

— Le cortaré las manos si se atreve. — Fue su clara advertencia.

El conde de Sdon, al observar mi leve movimiento de mano en forma de saludo debió suponer que no tenía permitido acercarse demasiado por su propio bien.

Luego de los saludos, formalidades y leves intercambios de palabras nos dirigimos a la sala de tronos. Subí con lentitud, sosteniéndome y siendo guiada por él, quien me dejó en mi trono antes de sentarse en el suyo.

Allí frente a todos pude notar que la presencia de una mujer no era del agrado de todos. Unos mostraban su desacuerdo con muecas y otros preferían hacer comentarios entre ellos. No podía escucharlo pero prefería no hacerlo. No quería saber las barbaridades que debían estar hablando.

— A mis tierras han llegado unos hombres diciendo que el rey de Britmongh tenía prisionero a su rey. ¿Es eso cierto? — El duque de Rafgli fue el primero en atreverse a hablar, aprovechándose de la buena relación que ambos lugares tenían desde hacía muchos años.

— Así es. — Respondió Alaric con tranquilidad, algo que inquietó a la gran mayoría de los presentes. — El rey y sus soldados llegaron a mis tierras con reclamos y amenazas. Además, le causó malestar a mi reina.

Controlé mi cuerpo para no girar la cabeza pero eso se había escuchado como si me hubiera echado la culpa de sus actos.

— Puede causarnos problemas, una posible guerra. — Alzó la voz el rey de Tizdag y lo apoyó el de Eild.

Que gracioso que dos grados de mostaza se estuvieran apoyando para hacer entrar en razón al pote de kétchup... Gracioso que una de ellas hubiera sido atacada y casi exterminada por Prifac y que tuviera suerte de que el reino atacante hubiera tenido que luchar contra la bruja porque si no serían una extensión de aquel lugar. Gracioso porque Eild era una minúscula parada, prácticamente sin soldados, viviendas o gente, pero se tomaba la libertad de opinar cuando ni siquiera sería capaz de defenderse de una invasión.

Gracioso y curioso cuanto menos...

— ¿Debo liberar a un hombre que osó a entrar a mis tierras a amenazarme e insultar a mi mujer? — Ninguno respondió a la pregunta de Alaric. — ¿Debo permitir que se me falte el respeto para evitar una guerra?

— Solo Agablia podría destruirnos. ¿Cree que no se uniría Prifac, Vornos y Hosmad? — Continuó hablando el rey de Tizdag sin notar que la paciencia de Alaric se estaba consumiendo con rapidez. — Nos acabarían antes de que siquiera pudiéramos luchar.

— Si tanto teme puede unirse a ellos. — Bramó por fin, mostrando su verdadero sentir ante tantos cuestionamientos y regaños. — Huya como un cobarde, únase al enemigo pero yo no permitiré que en mi reino se nos falte el respeto.

— Si me permite, rey de Britmongh. — La voz calmada de un hombre nos hizo girar la cabeza a todos.

Se encontraba de pie un hombre delgado, de piel pálida, cabello oscuro y ojos marrones. Parecía que nunca había ido a luchar porque no tenía ni un solo rastro de haber sido quemado por el sol nunca en su vida. Lo único que podía apreciar era un hombre que no había salido de su castillo pero con solo verlo a los ojos sabía que tenía otras formas de entretenimiento.

Maldad de la pura, eso era lo que había en su mirada.

Se notaba que era una persona que prefería escuchar antes de hablar y que se movía con lentitud, casi como si no quisiera ser notado. Nunca había visto a nadie que se me pareciera tanto a una viuda negra así que no era difícil saber quién era y dónde reinaba.

Udnan.

— Comprendo que la reina de Britmongh sea una belleza exótica... Su cabello, rostro, ojos y su elegancia, pero, ¿cree que debería causar a una guerra por ella? No deseo ofender a la reina, pero mujeres hay en toda Europa. — Su voz era como un susurro, bajo y lograba erizarle la piel a cualquiera.

Ese hombre era jodidamente aterrador. Sabía perfectamente que me encontraba frente a un verdadero monstruo, alguien que debía haber hecho cosas verdaderamente horribles y que no se detendría ni siquiera con suplicas.

Tenía miedo y solo había sido "halagada". No quería ni pensar en cómo me sentiría si estuviera siendo amenazada por él.

— Rey de Udnan, agradezco que haya notado la belleza exótica y elegancia de mi reina pero debo advertirle que no le temo a Udnan. Si vuelve a halagar a mi mujer mataré a su pueblo y le obsequiaré sus tierras a ella. — Me señaló con un leve movimiento de cabeza. — ¿He respondido su pregunta?

Ambos hombres se quedaron mirando fijamente, uno con clara amenaza y el otro sin demostrar nada. Luego de un tiempo en silencio el rey de Udnan levantó las manos y sonrió, gesto que volvió a descolocar a los presentes.

Para ellos no era un secreto las barbaridades que ese hombre debía cometer en sus tierras pero que se rindiera ante Alaric los ponía nerviosos. Básicamente había demostrado respeto hacia otro rey, uno que ni de cerca tenía una fama similar a la suya y eso los hacía pensar.

Tal vez y solo tal vez el rey de Udnan había sido el más inteligente al mostrar cierta sumisión. Sí, lo había cuestionado, pero había sido lo suficientemente inteligente como para ver a un depredador más grande, para huir ileso de un posible enfrentamiento.

— ¿Algún otro hombre desee cuestionar mis decisiones? — Escupió con coraje.

Antes de que la cosa terminara descontrolándose llevé mi mano a su brazo para llamar su atención. Giró su rostro levemente hacia mí y aunque no pude verlo bien, supe que su mirada se había suavizado un poco.

Me acerqué a su oreja con la intención de que transmitiera mi mensaje tal y como había dicho que haría.

— Hable sobre la bruja, lo que hemos descubierto y hablado. — Murmuré, recibiendo un asentimiento como respuesta.

— Bien, si nadie más va a cuestionarme, estas son las palabras de mi reina...— Y de ahí comenzó a explicar cada cosa de la forma más entendible posible.

Sitodo salía bien íbamos a tener un paso adelantado y estaríamos preparados paracualquier ataque sorpresa. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora