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Mis manos y piernas se movían bruscamente, intentando que mi cuerpo saliera a flote como fuera posible. Sabía nadar porque mi madre había insistido en que aprendiera desde que era pequeña, pero en ese momento las olas solo estaban moviéndome de un lado a otro, arrastrándome con ellas y a su vez hundiéndome.

El poco aire que había logrado mantener en mi cuerpo se agotaba con cada segundo en que la desesperación por no poder salir se apoderaba de mí. El agua dejó de verse levemente oscurecida para comenzar a tornarse negra. La espuma cada vez estaba más lejos de mis manos y mientras la oscuridad se cernía a mi alrededor supe que estaba hundiéndome como si mis pies estuvieran atados a algo pesado.

¿Por qué todo me pasaba a mí? ¿Por qué siempre era herida o mi vida estaba en peligro?

¿Por qué...?

— Papá...— Logré gesticular cuando mis pulmones no pudieron soportar más.

El agua estaba entrando por mi nariz y boca, los ojos me ardían y apenas era capaz de ver la punta de mi nariz. La presión que sentía en mi cabeza me impedía poder enfocar o coordinar movimientos. En ese momento solo estaba cayendo a lo que parecía ser un pozo sin fondo que reclamaba mi cuerpo para que formara parte de él por la eternidad.

Antes de cerrar los ojos y de que perdiera la consciencia fui testigo de un movimiento en la superficie del agua. Algo se estaba moviendo pero no sabía el qué.

Se acercaba, más y cada vez más hasta volverse una sombra negra que estaba a nada de alcanzarme. Mi cabeza que se encontraba luchando con la inconsciencia me gritaba que papá había llegado para ayudarme pero mi corazón sabía que no era él.

Papá no tenía forma de viajar y tampoco tenía el cabello tan largo.

En mi pecho se sentía una extraña presión, algo que no había sentido antes. Algo estaba oprimiendo mi pecho constantemente pero no fui consciente de lo que sucedía hasta que mis ojos se abrieron.

Había demasiada luz. El agua en mi cuerpo salía por mi boca y yo solo deseaba vomitar aunque estuviera tosiendo.

Sentía tantas cosas y ninguna era buena. Mi cuerpo no se encontraba bien, tenía dolor en todas partes y mi cabeza daba vueltas sin cesar.

— ¿Se encuentra bien? — Una pregunta lejana me hizo girar un poco la cabeza. — ¿Thabita?

— No me siento bien...— Susurré con una voz ronca y desconocida para mí.

Mis ojos pesaron y nuevamente caí en la inconsciencia. No recordaba nada de lo que había sucedido después hasta que mis sentidos estuvieron todos en un mismo lugar, solo entonces fui plenamente de lo que sucedía a mi alrededor.

Me encontraba siendo cargada en brazos por el rubio, aquel que tenía el cabello y la ropa igual de empapada que la mía.

— No debió. — Balbuceé con pesadez.

— Usted ha salvado mi vida en más ocasiones de las que podría recordar. — Solo un par de segundos sus ojos estuvieron fijos en los míos pero se sintió como si fuera una eternidad.

— Gracias. — Susurré.

Mi garganta dolía, exigiendo a gritos que bebiera algo para hidratarme.

— Gracias por siempre salvarme. — Una de sus comisuras se elevó levemente.

— Descanse, lo necesitará. — En ese instante mi cuerpo pareció obedecerlo pero mi cabeza se llenó de preguntas.

¿Lo necesitaría? ¿Por qué? ¿Dónde estaban los soldados?

Como si pudiera leer mis pensamientos decidió responder lo único que podía en ese instante.

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora