Mis manos picaban, ansiosas por lanzarle flechas a esa perra desgraciada que tantas vidas se había robado y que en muchísimas ocasiones me había torturado. Estaba nerviosa pero cuando la primera flecha salió disparada hacia ella, la adrenalina se apoderó de mi cuerpo y mente.
Los soldados intentaban herirla y nada sucedía, ni siquiera aparecía un solo corte en su piel. Mis flechas tampoco eran que hicieran mucho. De hecho, apenas lograban mantenerse clavadas a su piel durante pocos segundos.
Los hombres eran empujados salvajemente contra la muralla, viviendas o lanzados hacia arriba. No importaba hacia dónde o contra qué fueran empujados, el resultado siempre era el mismo, su sangre y pedazos de ellos caían por todas partes y la muchedumbre perdía cada vez más el control.
Mis ojos comenzaron a viajar de un lado a otro, buscando algo que pudiera detenerla o hacerle daño y fue cuando lo vi. Mi invento se encontraba a un lado de la cama como si esperara por mí. Era el momento, debía probar si funcionaba aquello en lo que había estado trabajando tanto o si era una pérdida de tiempo.
— ¡Fuego! — Grité con fuerza cuando encendí la punta de la primera fecha y la lancé.
Para mi sorpresa, la flecha se clavó en su hombro derecho y un ensordecedor chillido se escuchó. Fallé el siguiente tiro debido a sus rápidos y furiosos movimientos, sin embargo, con un nuevo intento se escuchó otro chillido.
Las fechas no se caían y parecía dolerle.
Había encontrado su punto débil.
Como si hubiera escuchado mis palabras, sus ennegrecidos ojos se fijaron en mí. Todo pareció detenerse y ni siquiera intentaba defenderse de los intentos de ataque de los soldados y el pueblo en general. Su atención estaba únicamente en mí y cuando comenzó a moverse con rapidez hacia el castillo supe que me había puesto en la mira.
— ¡Ven por mí, zorra de mierda! —Bramé, haciéndome la valiente.
No se escuchaba nada que no fueran los bramidos de la multitud molesta y a su vez asustada. No podía localizar en dónde se encontraba porque me era imposible escucharla, no con tanto ruido alrededor.
— ¡Thabita! — Escuché por encima de todo.
Al girarme fui testigo de la oscuridad y la maldad absoluta que había en ese ser. Aquello no tenía nada que ver con Leigh, era un ser lleno de cosas negativas y sin una pizca de humanidad.
— ¡Serás mía! — Bramó, estando demasiado cerca de mi cara mientras la piel de mi estómago era dañada por ella.
El dolor desgarrador y punzante se instaló allí mientras un líquido caliente comenzaba a bajar, empapándome el vientre y las piernas. Me había herido y lo sabía pero en ese momento las pocas fuerzas que me quedaron las utilicé para tomar la antorcha con la que había estado encendiendo mis flechas. Las llamas rozaron peligrosamente su pecho pero fue su rostro el que recibió una gran quemadura.
La piel afectada burbujeaba mientras de la gran boca de la bruja salía un chillido ensordecedor. La muy cobarde al ver que entre mis manos tenía aquello que la dañaba prefirió lanzarse por donde mismo había subido y desapareció entre el hueco de la muralla, dejando al pueblo de Britmongh confundido y con algunos fallecidos.
Era interesante que quemara todo a su paso pero que el fuego fuera aquello que la dañara. Interesante y cuanto menos curioso...
En mi estómago había una gran herida pero la sangre era tanta que no podía ver la profundidad. Era grave y lo sabía, podía sentirlo con cada segundo que transcurría.
— Thabita... — Mis piernas flaquearon cuando mis ojos no fueron capaz de distinguir lo que era la sombra del castillo y una persona.
— Fuego. — Susurré, perdiendo el equilibrio por completo.
— ¡Traigan al médico! — Bramó la inconfundible voz de Alaric.
— Su debilidad...— Por algunos instantes pude apreciar con claridad sus ojos, aquellos que vagaban rápidamente por todo mi rostro. — Es el fuego.
— Ha sido valiente, princesa. — Mis comisuras se elevaron levemente.
Había sido una princesa valiente... Si Alaric lo decía podía deberse a dos cosas; porque realmente lo había sido o porque me moría. Podía tratarse de ambas o de ninguna, quién lo sabía.
Ni él estaba para pensar, ni yo para preguntar.
Llegó un momento en el que mis parpados comenzaron a pesar y lentamente fui cerrándolos. Alaric hablaba pero su voz llegaba a mis oídos como murmullos inentendibles que se repetían continuamente, cada vez más lejos. Mis ojos se cerraron y no volvieron a abrirse ni siquiera cuando mis hombros fueron levemente sacudidos.
De pronto todo quedó sumido en el silencio. No había ruido, ni colores y tampoco había dolor.
No había nada.
¿Acaso eso era morir? ¿Esa paz que me rodeaba era lo que muchos llamaban ir al otro barrio?
Si aquella paz era la muerte, entonces mi tiempo en el mundo debía haberse acabado. Solo entonces me di cuenta de cuán frágil y efímera era la vida del ser humano.
Alaric Pov
La mujer estaba muriendo.
Su sangre se encontraba por todas partes y el médico no podía curar su herida como debía.
— Si la princesa fallece...— Hablé con seriedad. — Voy a asesinarlo, Gark, a usted y a su descendencia.
— Rey, comprenda que hago lo que puedo pero su herida no parece sanar. — El hombre temía y debía hacerlo.
La herida de Thabita llevaba sangrando desde hacía dos albas y temíamos que ella falleciera. Si lo hacía no íbamos a poder luchar contra la bruja pero aquello era lo que menos me preocupaba. No había dejado de pensar en su temor por morir, por no volver a su hogar y reunirse con los eternos reyes.
Britmongh estaba en silencio, esperando a que la princesa se recuperara. En las peticiones de cada pueblerino se hallaba su nombre. El pueblo pedía por su vida pero ella no parecía luchar por vivir. Se encontraba en el lecho, pálida y sin calidez.
Era como un cadáver.
— Señor. — Giré la cabeza con levedad hacia mi consejero. — El duque de Viel...
— Aquel que desee luchar o hablar deberá esperar a que la princesa despierte de su descanso. — Volví a decir las mismas palabras que había estado diciendo desde que Thabita yacía en el lecho.
— Pero majestad...— Dejó de hablar al notar mi molestia.
— Ordena la muerte de todo aquel que ose acercarse a mis tierras. — Mis ojos volvieron a aquella herida que no dejaba de causarme malestar.
— ¿Qué hará? — Preguntó Gilderoy con temor.
— Esperar a que la princesa despierte. — Mis palabras fueron dichas con brusquedad. — Después quemaremos a cada hombre o bruja que ose atacar a Britmongh.
El fuego... Thabita había dicho que el fuego era la debilidad de la bruja y lo usaríamos para acabar con ese mal que nos acechaba.
— Como ordene el rey. — Gilderoy salió del aposento, dejándome a solas con Thabita.
— Recupérese, mujer. — Hablé en voz baja. — Esperaremos por usted.
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Flecha de Fuego© EE #6
Fantasy💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe la copia o adaptación.💫 •Sexto libro de la saga EE.• •Es necesario leer todos los libros para comprender lo que sucede en la historia y conocer a los personasjes.• Aquellas tierra...