🏹68🗡️

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Bufé, me crucé de brazo e intenté recuperar mi autocontrol. Con esas palabras no iba a lograr nada.

— No diga que me ama cuando no es así. — Su comisura izquierda tembló con fastidio.

— Mujer, podrá estar molesta por mi forma de actuar pero no miento y lo sabe. — Su cuerpo se echó hacia adelante, permitiendo que sus labios estuvieran cerca de mi rostro. — Espero que vaya a alimentarse. — Besó mi mejilla y se alejó.

Su cuerpo se giró para poder marcharse de mi lugar de trabajo, sin embargo, se detuvo al ver colores en un espacio en blanco. Rápidamente me lancé a cubrir lo poco que tenía pintado aunque sabía que era tarde. Su sonrisa me decía de una y mil formas que había visto con claridad lo que estaba haciendo.

— Me agrada. — Dijo mientras señalaba el lienzo.

— Ya váyase. — Su sonrisa se hizo aún más grande pero no dijo nada, cosa que agradecí porque no necesitaba que estuviera molestando.

Por suerte se fue y no tuve que repetir mis palabras o soportar el peso de su mirada.

Había visto mi creación... Mierda, Alaric había visto la pintura que yo había visto en mi sueño, ese en donde había aparecido el piano. Joder, se había visto cuando pequeño y lo peor era que el rey sabía que ese niño era él.

— Soy una tonta. — Susurré, ocultando mi rostro entre mis manos.

Debí suponer que iba a ingresar en cualquier momento y que se encontraría con su rostro.

— ¿Va a llorar porque me agradó? — Su voz me sobresaltó y de mi boca salió un grito bastante agudo.

— ¡Largo! — Mi orden fue opacada por su risa, una que a medida que él desaparecía por el pasillo se seguía escuchando con claridad. — Me encantaría poder golpear su perfecta cara.

Oculté mi pintura para evitar que Alaric volviera a verla y para no arruinarla. Deseaba retomarla cuando estuviera alegre, de buen humor y rodeada de cosas positivas, justo lo que me había transmitido en el sueño. Quería que fuera perfecta y lo sería, como que me llamaba Thabita de E... Thabita.

Durante gran parte de la tarde me mantuve pintando. Si bien cada tanto me asomaba para asegurarme de que los soldados no se hubieran movido de sus posiciones, me tranquilizaba que la puerta estuviera abierta y sin ninguna traba que me impidiera salir corriendo.

Frente a mí había una pintura oscura, realizada mayormente con negro y rojo. En ella se veía el bosque y desde el cielo caían gotas de color carmín que se acumulaban en el suelo, convirtiéndose en un rio de sangre. Sin embargo, eso no era lo que llamaba la atención sino lo que se ocultaba detrás de los árboles que se extendían hasta el cielo.

La sombra de una mujer... Alguien que por más que intentara definir no podía, a excepción de un par de ojos azules y aterradores.

El problema no era que su rostro me fuera irrecordable, el problema era que allí prácticamente todos tenían los ojos azules e iba a ser difícil de encontrar. Estaba segura de que esa mujer era la culpable de mis faltas de memoria y las heridas en mi dedo índice.

Eché la espalda hacia atrás, recostándome en la silla para poder admirar el lienzo. Sin duda alguna era inquietante y atrapante, sobre todo cuando ese azul resaltaba entre tanta oscuridad.

Poco después me fui a bañar para borrar cualquier rastro de pintura en mi cuerpo y bajar a cenar. Al llegar al comedor la mirada verdosa de Alaric me dio la bienvenida junto a la figura de las tres mujeres que siempre servían la comida. Como era habitual, probaron cada cosa y hasta no estar seguros de que la comida estaba perfecta no comimos.

Las mujeres fueron saliendo después de haber recibido un movimiento de la mano del rey. Estar sola con él no me preocupaba, pero sí me ponía nerviosa. Sentía que con un par de palabras iba a derrumbar mi malestar y eso no era lo que deseaba. Quería que aprendiera la lección aunque fuera aplicándole la ley del hielo.

— Sigue molesta. — No era una pregunta, lo estaba afirmando y no se equivocaba.

Mi cuerpo se tensó cuando se puso de pie y comenzó a acercarse con su copa en la mano. Nuevamente estaba dejando su sitio para sentarse a mi lado, gesto que si no hubiera estado enojada habría sido bien recibido.

— ¿Hasta cuándo? — Masculló después de sentarse.

— Hasta que comprenda y no le queden ganas de volverlo a hacer. — Continué comiendo como si en mi interior no estuviera sucediendo un caos.

— He comprendido. Le he dicho que no volvería a suceder y soy un rey de palabra. — Tomé un pedazo de pan y lo llevé a mi boca bajo su atenta mirada.

— Su palabra en estos momentos carece de validez para mí. — Sus labios se volvieron una línea recta y su copa fue dejada sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.

— Liberé a esa mujer por usted, acepté que cometí un error y he intentado que su malestar desaparezca. ¿Qué es lo que desea? ¿Qué puedo hacer para que deje de verme como un peligro? — Su elección de palabras me hizo pensar.

¿Lo veía como un peligro? No hasta donde yo era consciente pero tal vez se sentía así porque evitaba verlo a los ojos.

— Pida algo, lo que sea y yo mismo lo traeré. — Aseguró.

— No quiero nada. — Murmuré y creí que el hombre a mi lado iba a explotar.

— No la encerré porque lo deseaba, lo hice porque creí que estaría protegida. Olvidé que temía estar sola pero nunca lo hice porque quisiera herirla. — Habíamos llegado a ese punto de la conversación en donde Alaric se veía que estaba rozando su autocontrol.

Al menos estaba intentando controlarse, eso le devolvía unos puntos minúsculos del montón que había lanzado al barro.

— ¿Está dispuesto a darme lo que sea? — Asintió de inmediato. — ¿Incluso si le pido la libertad? — Sus hombros se tensaron pero intentó que esa reacción no pasara a su rostro. — Veo que no...— Susurré mientras me ponía de pie y tomaba su copa, llevándola a mis labios. — Si vuelve a encerrarme puedo jurarle que esto. — Nos señalé a ambos. — Se acabará y tendrá que buscar a otra mujer que soporte ser encerrada porque yo no lo haré. — Dejé la copa al lado de su mano y sonreí levemente antes de irme. — Que disfrute de los alimentos.

Movía mis caderas de un lado a otro, caminando hacia la salida del comedor lo más elegante posible y teniendo la frente en alto. Desde donde me encontraba fui capaz de escuchar una leve risa nasal pero no fue aquello lo que provocó que mi corazón quisiera salirse de mi pecho, fue lo que vino después.

— Mi descendencia tendrá una buena madre. — Murmuró con diversión. — Me agrada que no me tema...

Ynunca lo haría. Solo esperaba que no me provocara demasiado porque no mentíacuando le dije que me marcharía. Aunque claro, no iba a dejar el castillo sinantes haberle dejado la marca de mi mano en ese perfecto perfil que tenía. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora