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Me encontraba sentada en el trono, justo a su lado. Yo no debía estar allí pero él se negaba a dejarme sola, incluso el pobre Gilderoy había sido amenazado de muerte por haber insistido en que me quedara afuera.

Gran parte de los soldados de Britmongh se encontraban allí, incluso aquellos que mayormente custodiaban la muralla o los que pasaban sus días y noches en las torres. Solo faltaban los que se encontraban de turno en las torres o los que estaban fuera de Britmongh, pero el resto se encontraba allí.

Eran tantos que costaba encontrar a alguien en particular. De hecho, estaba segura de que estaban todos apretujados pero que intentaban mostrarse como soldados fieles e inexpresivos.

— La princesa Thabita, hija de los eternos reyes de Britmongh, ha sido herida por la bruja en este castillo. — Comenzó a hablar Alaric. — Debíamos protegerla... — Las miradas de los soldados fueron cayendo sobre mí. — Debemos evitar que vuelva a ser herida. — Alaric se puse de pie bajo la atenta mirada de todos y se acercó a mí. — No voy a lastimarla. — Aseguró tan bajo que solo yo fui capaz de escucharlo.

Con lentitud llevó las manos hacia el vestido, bajando la tela que cubría estratégicamente mi cuello. En la sala de tronos se hizo un silencio sepulcral mientras mi herida quedaba a la vista de todos.

— Protegerán a la princesa con sus vidas e incluso si mi vida peligra, la protegerán. — Alaric se había vuelto loco.

— Alaric... — Susurré aunque me detuve de inmediato tras recibir una de sus miradas.

— Kamal. — Mis ojos viajaron de Alaric al mencionado hombre. — Reúna a los mejores hombres y encuentre a la bruja.

— Como ordene su majestad. — Respondió el guardia de inmediato.

— Soldados, preparen sus espadas para proteger a la princesa y a Britmongh. — Como si hubiera sido una señal, todos reverenciaron y comenzaron a salir en filas de tres.

— Es una locura, morirán. — Susurré con cierto malestar.

Protegerme y enviar a un grupo para que la buscaran era como enviar a personas solo para morir.

— Es una orden. — La brusquedad en su voz me hizo replantearme si realmente había sido una buena idea ir a Britmongh.

— No lo entiende. — Mascullé entre dientes.

— Thabita. — Ignoré por completo su llamado cuando me puse de pie, dispuesta a bajar los escalones que elevaban los tronos del resto del lugar. — Thabita, le estoy hablando.

— Y yo lo estoy ignorando, señor. — Mi mano fue jalada con decisión pero sin ser brusco. — ¿Qué pasa?

— No me dé la espalda cuando le hablo. — Advirtió sin el usual tono de voz que utilizaba con el resto de seres humanos.

— Si mi opinión no importa, ¿para qué estaría aquí? — Sutilmente me liberé de su agarre. — Le digo que sus soldados morirán pero parece no importarle. Entonces, ¿para qué hablar?

— Mujer. — Gruñó cuando notó mis intenciones de alejarme. — Moriremos si no hallamos a la bruja.

— Moriremos si envía a sus soldados en pequeños grupos. — Aclaré. — Moriremos si continua creyendo que la bruja puede ser asesinada con simples espadas. Nos asesinará y no habrá quien la detenga si no encontramos su debilidad y eso no sucederá enviando hombres a atacar.

— Thabita. — Llevó una de sus manos a su boca, pasándola como si así pudiera calmarse y pensar mejor.

— Alaric. — Ya ni siquiera era consciente de si nos encontrábamos solos o si había alguien más con nosotros. — No estamos preparados para enfrentarla. Los soldados de Britmongh podrán ser fuertes pero si parte del ejército de Prifac fue asesinado, nosotros no correremos con un mejor destino.

— Mi palabra es ley. — Con esas palabras supe que no iba a lograr que cambiara de parecer.

— Como diga el rey. — Mis ojos dejaron de estar fijos en los de Alaric y pasaron a observar a quien único se encontraba allí, Einar.

Lentamente comencé a negar para luego darme la vuelta y caminar hacia la salida de la sala de tronos.

Íbamos a morir todos y Alaric no lo estaba viendo. Entendía perfectamente que tenía que moverse para intentar ganar terreno pero no era el momento, no cuando seguíamos sin conocer la debilidad de la bruja. Sin saber qué era aquello que la debilitaba no había posibilidad de ganar y eso cinco soldados con espadas no lo iban a poder cambiar.

Sdon se había enfrentado a la bruja y gran parte de su gente había fallecido, lo mismo sucedió con Prifac y otros pueblos. Sin embargo, Alaric quería arriesgarse aun cuando era consciente de la fuera inhumana de aquella cosa.

— Mi señora. — Mi atención se centró en una de las damas que se me habían asignado. — Le he traído agua de lavanda para que pueda descansar.

— Se lo agradezco. — Sonreí levemente, tomando entre mis manos el envase y dando el primer trago al líquido violáceo.

Tal vez con esa bebida podía lograr dormir sin que la bruja apareciera en mis sueños. Tenía la esperanza de que al cerrar los ojos me encontraría con un gran vacío o que vería una vez más a mi familia y amigos, ya fuera sonriendo o haciendo tonterías.

Cuando un leve mareo me atacó fui sujetada por mi dama de compañía, quien impidió que cayera al suelo y me hiciera daño. Ella me llevó con cuidado a la cama y me acostó para que así pudiera dormir.

Me sentía débil e inútil pero lo atribuí a los efectos del agua. Era la primera vez que la tomaba y no me resultaba ilógico que por ello me hubiera hecho efecto tan rápido y fuerte.

— Descanse mi señora. Cuidaré de usted mientras su alma se fortalece. — La escuché decir antes de quedarme profundamente dormida.

Nada.

Por primera vez en meses no había, ni una voz escalofriante y tampoco un monstruo que quería herirme. Mi mente solo se encontró con un gran vacío que fue aprovechado al máximo para recargar energías.

Iba a seguir pidiéndole un poco de esa agua de lavanda cada vez que fuera a dormir. Si era la única forma de descansar sin encontrarme con la bruja entonces la aceptaba con los brazos abiertos. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora