Esas fueron las palabras de Ling Wen en lo que, ahora sabía, iba a ser la última reunión de la corte celestial.
—La era de los dioses ha llegado a su fin —dijo con voz solemne, con su característica calma—. Los mortales han comenzado a adorar otras doctrinas.
Su última frase resonó como una ominosa advertencia de lo que estaba por venir:
—Ya no somos necesarios en este mundo.
Un murmullo de susurros se desencadenó después de su declaración. Algunos, tanto dioses menores como oficiales adjuntos, estaban pensando en qué significaba eso para ellos, qué se supone que harían ahora, qué sería de ellos si los mortales ya no les daban su fe.
—Bueno, ya era hora.
Todos voltearon hacia Shi QingXuan, que estaba de pie al lado de YuShi Huang, la Señora de la Lluvia. La única razón por la cual él había vuelto al cielo era porque ella lo había acogido como su oficial adjunto. Pero la forma tan despreocupada con la que dijo aquello le pareció desconcertante e incluso ofensiva a la mayoría.
—¡Tú fuiste un dios! —le gritó alguien—. ¡Deberías preocuparte más por esto!
—Las personas cambian, los motivos de su adoración también —dijo Shi QingXuan, encogiéndose de hombros.
Los susurros alrededor volvieron a emerger, cada vez con más fuerza, y se acallaron cuando YuShi Huang habló.
—Según tengo entendido, los dioses pueden declinar de su cargo y volver al mundo como cultivadores inmortales, ¿no es así? —inquirió amablemente hacia Ling Wen.
—Así es —confirmó ella—. Y si lo desean, pueden volver a ascender.
—Bueno, eso lo resuelve todo. Declino de mi posición como diosa de la agricultura. Del mismo modo, mis oficiales celestiales también declinan de sus puestos.
Los susurros se convirtieron en un silencio impactante. Nadie se había esperado que algo así sucediera... ¡y lo había dicho con tanta naturalidad! Era como si hubiera despachado un asunto sencillo en lugar de abandonar el honor más grande al que un cultivador podía aspirar.
—QingXuan, ¿vienes conmigo? —preguntó YuShi Huang tranquilamente.
—Claro, tengo cultivos que atender —dijo Shi QingXuan alegremente—. Volvamos a casa.
Ambos se alejaron como si nada, en medio de una corte celestial aturdida y anonadada. El pánico se disparó en cuanto desaparecieron de la vista. ¿Cómo iban a abandonar aquello por lo que habían trabajado tan duro? ¡No era posible!
Lang QianQiu se había mantenido alejado, sumido en un mutismo impropio de él. Reflexionaba, al igual que todos, pero había decidido no hacer escándalo. Al igual que toda la gente a su alrededor, se preguntaba qué sería de él; es decir, ¿a qué se dedicaría ahora? Tomar responsabilidades era algo a lo que estaba acostumbrado desde la muerte de su padre. Había sido monarca a los 17, había sido un dios a partir de entonces y no se había detenido en eso; custodiaba fantasmas, protegía a la gente, era todo lo que sabía hacer... pero este mundo ya no necesitaba su protección. ¿Qué iba a hacer ahora?
El dios del este había abandonado la capital celestial y había deambulado desde entonces; llegando finalmente con Qi Rong. No creía que él comprendiera del todo su agitación interna, pero su compañía bastaba para aligerar su mente. El fantasma tomó su mano y, para su sorpresa, Lang QianQiu vio un atisbo de preocupación en los ojos de Qi Rong.
—¿Qué pasa...? —pareció dudar, pero el Supremo terminó su pregunta—. Si decides no declinar, ¿qué pasará contigo?
—La existencia de los dioses depende de la fe de sus creyentes —dijo Lang QianQiu.—Si nadie cree en mí, moriré.
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Criando un fénix
Fiksi PenggemarGu Zi ha encontrado un método de cultivación que lo hace revivir cada vez que muere siguiendo el ciclo del fénix, y Qi Rong aprende cómo ser un buen padre con él. O como nuestro buen ancestro logra sanar todas sus relaciones mientras cuida un bebé. ...