—Los recursos no llegarán a tiempo, hay desvíos en el camino que impiden que estos lleguen a Abeul —dijo el general Richard.
Habían organizado una junta con los consejeros, nobles y señores, entre ellos el padre de Aynoa para poder organizar las nuevas medidas. La ciudad había quedado inhabilitarle y la poca gente no bastaría para sustentar nuevamente todo y en sí el mismo reino comenzaría a perder los recursos que salían de Abeul.
Tarikan también estaba en el salón, pero como un hombre que no le interesaba la política se mantuvo fumando al costado de la ventana sin poner una pizca de atención en lo que decían. Había cosas más importantes que pensar, los monstruos no bajarían, así como así de las montañas y menos juntando tres especies que nunca convivían juntos.
—¿Qué tienes?, ¿tienes algo que decirme? —le preguntó a un ave que se había parado en el balcón. Su solo graznidos le informaron lo que se venía.
Escabulléndose lentamente por la sala, salió de allí con una sonrisa.
La reunión continuó, una hora más y por orden del rey todo habitante abandonaría la ciudad para mañana en la tarde, difícil sería volver a reconstruir todo, al menos tardaría medio año en sustentar todo lo perdido. El marqués Tristán estaba en aprietos
¿Dónde sacaría todo ese dinero para poder reconstruir la ciudad? Aunque el Rey le diera una parte, aun así le faltaría para poder costear más reparaciones.
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—¡TE LO DIJE! ¡Te dije que no debías salir, pero tú siempre haciendo lo que te da la gana!
—¡Él me había dejado!
—¡NO SABES COMO ESTABA PREOCUPADO! Mereces ser castigada.
—¡No me toques! — gritaba la muchacha detrás de una puerta semiabierta.
—¡VEN AQUÍ! — dijo la mujer mientras el sonido de una varilla se escuchó al romper el aire.
—No sabía que te interesaba la gente. —Caleb, que había visto a su comandante escabullirse lejos de la reunión, lo encontró en la oscuridad frente a una puerta donde venían los gritos.
—¿Sabes por qué me gustan los animales?
—Porque te obedecen y tú entiendes cuando te hablan. —Tarikan soltó una leve risita sabiendo que aquello era cierto y luego llevó sus ojos hacia su hombre.
—Sí, pero hasta los animales tratan mejor a sus hijos que los propios humanos.
Tarikan conocía muy de cerca lo que era aquello. Cuando sus padres murieron, sobrevivió en el bosque unas semanas hasta que llegó a un pueblo donde vago por mucho tiempo, sufriendo de frío y de hambre mientras intentaba sobrevivir con seis años en las calles. Cuando sus tripas le rasgaban el interior, se atrevió a robar un pedazo de pan, gobernado solo por el hambre, lo tomó en su mano para luego salir corriendo. La gente no tuvo piedad con él, su espalda era un hecho marcado, lo azotaron entre una multitud hasta dejarlo inconsciente. Cuando aquello ocurrió la armada real estaba de paso, el hechicero de ese tiempo llamando Ragnur buscaba estudiantes.
Mucha gente ofreció a sus hijos, pero al ser revisados, la mayoría carecían de energía azul, que era lo único que debía tener un mago en su interior. Aquello era como la chispa que necesitaba el fuego para crecer y entre toda la multitud aquel chico fue recogido.
Los hechiceros eran divididos por categorías de novato, nivel intermedio y nivel experto, pero Tarikan desde pequeño había nacido con la magia corriendo por sus venas, llegó al nivel intermedio cuando cumplió trece años y hora, él incluso sobrepasaba el nivel experto.
Gracias a su gran capacidad de aprender estuvo bajo los ojos de Ragnur quien apoyó su crecimiento, vivió junto a su mentor hasta los diez años hasta que el hombre desapareció. El hechicero era el antiguo duque de Castilville quien dejó su título para ser heredado por Tarikan, una vez que cumpliera los dieciocho años, pero paso bastante tiempo en el castillo real antes de vivir en el ducado. Tiempo que lo había marcado de por vida.
—Los monstruos se acercan —dijo Tarikan despegando la espalda del muro y caminando por el pasillo.
—Ya no preguntaré por qué lo sabes, informaré a los demás —dijo Caleb viéndolo marchar.
Tan pronto como terminó de hablar, el grito de tres mujeres sonaron dentro de aquella habitación.
—¡Una serpiente, hay una serpiente!
Caleb volvió a llevar sus ojos a su hombre, él sin duda fue el responsable de convertir la varilla que golpeaba la espalda de la pobre muchacha en una serpiente.
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—Maldita mujer —lloriqueó Aynoa con su torso desnudo mientras dos sirvientas le curaban la espalda.
Tratando de aguantar el dolor de sus heridas, apretó fuertemente los dientes maldiciéndola en su cabeza. Trató de concentrarse en lo que veía y lo que vio la sorprendió.
Desde donde ella estaba, toda la ciudad se podía contemplar, las murallas, y más allá de ellas. Los bosques, el río que cruzaba, incluso en lo más diminuto, uno de los pueblos que estaban cerca de las montañas. Claro que eso se podía divisar en el día, ahora dónde la noche había cubierto todo en oscuridad, fuera de las murallas luces celestes se podían apreciar como pequeñas explosiones que iluminaban unos leves segundos y luego se apagaban, tres focos de luces pudo contar. Aquello solo le hizo entender que la lucha con los monstruos no se había detenido.
—Ese hombre es aterrador —soltó negando con la cabeza, luego el ardor de un trapo pasando por sus heridas la hizo gritar— ¡Ay! ¡Sé más suave!
—Lo siento, señorita, no se mueva por favor.
—¡Me pides que no me mueva, pero parece que pusieras una lija ahí!
—Lo siento por favor, aguante un poco.
—Señorita Aynoa, ¿a quién se refería?
—Al demonio de Castilville —dijo entre dientes mientras trataba de sobrellevar el ardor de sus heridas—. Milla y yo lo vimos... de cerca cuando se encargó de un gigante.
—Leonardo dijo que también lo había visto, es un tipo bastante callado para la reputación que se le precede —dijo una sirvienta mientras doblaba la ropa de Aynoa en una maleta.
—¿Cómo es la capital?
—Hermosa —dijo Milla—. Es bastante limpio, pero la gente no es muy amable.
— ¿Y los reyes? Se supone que debo tener algún parentesco con ellos, pero nunca los he visto
—Cuando usted tenía seis años los conoció, dudo que se acuerde, pero son bastante amables —contestó Milla mientras se sentaba en una silla y miraba a Aynoa.
—Son buenas personas, dicen que muchas veces acogen niños de la calle y los crían con madrinas, todo costeado por la corona.
—Por nuestros impuestos dirás —dijo Milla sonriendo—. No se preocupe mi leidy, le agradará la capital. El viaje demorará dos días, pero no debe temer, iremos con el ejército, estaremos protegidos.
—Alégrese mi hermosa dama —dijo otra sirvienta mientras le arreglaba el pelo para que no le tocara la espalda—. Allí harán la ceremonia de inicio a la primavera, debe ser mucho más grande de lo que hacen aquí.
—Sí, eso debe ser bastante bonito —dijo ella imaginando como la gente bailaba y se vestía hermosamente.
La noche paso lenta para todos lo que lograron sobrevivir, con el constante miedo de ser despertados abruptamente por otra criatura, no muchos concibieron el sueño. De vez en cuando se podía escuchar ruidos y ver luces, pero fueron pocas veces, las serpientes acostumbraban deshacerse de monstruos.
Al día siguiente el primer grupo ya iba partiendo a la capital, el marqués y su familia iban de los primeros, rodeados de soldados, emprendieron un viaje obligado. Tarikan y sus hombres personales no esperaron a la familia y partieron mucho antes para encontrarse con el rey Gerald de Hamrille.
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Tarikan - Las cadenas de la Corona
FantasíaSu gente, su pueblo, sus sueños, todo lo que era importante acabó aquella tarde. Los monstruos gobernados por un demonio atacaron el marquesado aniquilando todo a su paso y la ayuda llegó bastante tarde. Llevada a la capital junto a su familia, Ayno...