Aynoa despertó a mitad de la noche, y al abrir los ojos vio luces que se movían y desaparecían en su habitación, al principio pensó que aquello era porque seguía en el sueño, pero las luces no se detuvieron. Se levantó lentamente de la cama refregando sus ojos y se dio cuenta de que provenía de la ventana que venía del costado de la habitación.
La noche había caído hace bastante tiempo como para que haya movimientos fuera del castillo, gobernada por su curiosidad caminó a la ventana y la levantó con cuidado para que nadie se percatara de su presencia. En el exterior un grupo de personas caminaban hacia los terrenos planos que había detrás del castillo, cada persona llevaba un abrigo que cubría todo su cuerpo y parte de la cara de color negro junto con una antorcha en cada mano. Se podía contar a más de cincuenta personas sin poder identificar su sexo, pero parecían que estaban completamente concentradas hacia donde iban.
Ella no se quedaría con la curiosidad, recordando la invitación de Laura aquello era el ritual que se hacía para dar la bienvenida a la primavera como se hacía en Abeul, rápidamente sacó un abrigo negro y bajó a la primera planta.
Aynoa salió del castillo, su curiosidad siempre iba un paso más allá de las cosas que podían ser buenas. Colándose como si fuera uno más de sus integrantes caminó mezclándose con el grupo, hacia los jardines traseros. No era la única que no llevaba una antorcha, pero pronto se sintió pequeña entre tantas personas altas.
Miró disimuladamente hacia un lado y subiendo un poco el rostro vio la barba de un hombre, su pelo, su rostro se escondía completamente bajo la capucha, pero ella al ser pequeña pudo verle sin problema. Se aterró cuando la luz llegó al rostro del hombre y pudo ver el borde de su ropa, un azul marino que reconoció enseguida.
—Mierda —se dijo enterrando sus uñas en la palma de su mano— ¿Por qué las serpientes están aquí?
Miró hacia el costado para poder salir de allí, pero cuando lo hizo más personas se habían puesto hacia su lado izquierdo. Rodeada e incapaz de detenerse, continuó caminando hasta llegar a lo más oscuro del jardín.
En el medio del pastizal había un gran tronco de madera anclado a la tierra, junto con troncos pequeños y heno secó que se posaban en su base. Pocos segundos tardó en comprender lo que iba a ocurrir y dónde se había metido sin permiso, no era el ritual de primavera.
Los gritos de un hombre sonaron por el lugar mientras luchaba por liberarse de dos soldados reales. Traído amarrado con cadenas y arrastras, Aynoa lo identifico con rapidez.
—Athar —dijo al verle, era el hechicero de Abeul.
El silencio hizo que su voz sonara claramente y enseguida los soldados que estaban delante de ella giraron sus cuerpos para mirarle.
—¿Una mujer? —dijo uno.
—¿Qué hace una mujer aquí? —dijo otro dando un paso cerca de ella y enseguida le sacó la capucha de la cabeza.
—Oye linda no es un lugar para una mujer, no puedes estar aquí.
—Debe irse antes que las antorchas mayores se prendan.
—Lo siento, discúlpenme, yo pensé que esta era la ceremonia de primavera —dijo excusándose.
—La ceremonia de primavera es la otra semana señorita.
Aynoa quería salir corriendo de allí, pero los hombres por el momento fueron caballeros con ella y sería así mientras no supieran quién era. Volteándose hizo una pequeña reverencia para despedirse y caminó entre los hombres que se abrían para darle el paso, pero la voz masculina de otro se escuchó fuerte y claro deteniendo su caminar.
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Tarikan - Las cadenas de la Corona
FantasySu gente, su pueblo, sus sueños, todo lo que era importante acabó aquella tarde. Los monstruos gobernados por un demonio atacaron el marquesado aniquilando todo a su paso y la ayuda llegó bastante tarde. Llevada a la capital junto a su familia, Ayno...