95.- Incomodidad

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Los duques tardaron media hora en salir por fin a la superficie, cuando lo hicieron un grupo de serpientes de cola plateada estaban esperando justo fuera de la gran cueva. Habían armado unas pequeñas tiendas esperando el reencuentro.

La luz del sol pegó fuertemente en sus rostros, Tarikan cubrió con su brazo un poco el sol para que a ella no le dolieran los ojos, pero cuando Aynoa vio a los soldados soltó un suspiro de alivio y sonrió apoyando su mano en su pecho.

—Nunca me había sentido tan contenta de verlos.

—Duquesa —dijeron todos acercándose a ella.

Habían estado preocupado por su salud, Tarikan había salido antes para encontrarse con sus hombres y les había mencionado que ella aún no estaba en condiciones de salir y que la haría descansar toda la noche allí. Verla ahora con esa sonrisa llenó los corazones de los soldados, soldados que alguna vez la odiaron.

—Es un gusto verla.

—Estoy muy contento de saber que está bien.

—Hey, si tanto se preocupan por ella, ¿porque no veo a ninguno buscando ropa y calzado; alimentos ricos e infusiones para una mujer embarazada? —dijo Sebastián que se había acercado lentamente.

—Enseguida señor —dijeron los soldados y todos comenzaron a dispersarse.

En el medio del pasto y junto a enormes árboles solo fueron quedando los tres.

Aynoa se sentía un poco incomoda, aunque llevaba sobre sus hombros el abrigo del duque, no podía esconder sus piernas desnudas y pies descalzos. Estaba sucia y desaliñada, su pelo ni siquiera estaba peinado para que un grupo de hombres la vieran de esa forma. El duque no notó aquella incomodidad de ella, su atención rápidamente se fue hacia un hombre que se acercó de los últimos.

—Señora —dijo Caleb.

—Hey. —La voz de duque salio de forma ronca—. Ni siquiera te atrevas.

—Tarikan, tengo derechos de estar preocupado también —contestó el hombre.

—¿Para qué?, ¿para saber cuál será la gravedad del castigo que te daré?

—¿Castigo? —preguntó Aynoa asombrada.

—Duquesa, ¿desea que la lleve a la tienda? —preguntó Sebastián acercándose a su lado, pero Aynoa lo ignoró y caminó hacia el duque.

—¿Vas a castigar a un hombre solo porque no pudo protegerme ante la gran desventaja?

—Si te hubiera protegido como es debido, debiese estar muerto.

—Tarikan no seas tan duro, sir Caleb y todos su soldados me cuidaron hasta ese día. Nadie pudo evitar lo que sucedió.

—Duquesa —dijo Caleb negando con la cabeza para intentar persuadir sus intenciones.

—Mis órdenes eran que llegarás a salvó al ducado y claramente no lo cumplieron. No voy a discutirlo.

—¿Entonces no vale todo lo que hicieron antes? Me llevaron por tres días hasta Rumani, me cuidaron y me alimentaron. Estuvieron pendientes de mi e incluso de mi estado de ánimo por haber discutido contigo antes de marchar. No estuviste tu a mi lado, pero ellos sí —dijo Aynoa siguiendo al duque—. Eres injusto.

—Son mis hombres Aynoa.

—Y también los míos, el error fue mío de haber hecho ese libro.

—Aynoa —dijo el duque deteniéndose y volteó a mirarla—. Podía haberte perdido.

—Por favor no los castigues, si me amas... por favor no los castigues...

Tarikan abrió grande los ojos ante esas palabras de súplicas, pero no dijo nada, frunció en ceño antes de voltear y continuar caminando. Se alejó rápidamente de allí mientras Aynoa apretaba los dedos de los pies sintiendo el pasto pasar entre ellos.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora