115.-Una realidad dolorosa

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Horas antes.

Caleb lentamente llegó al suelo mientras que todos sus sentidos habían sido abiertos. La herida era profunda y tardó unos segundos en darse cuenta de que sería incapaz de salir de allí con vida. Ragnur tomó su cuerpo envolviéndolo en una magia rojiza y la presión de su cabeza comenzó a presionar su cerebro. Su conciencia poco a poco le jugó en contra y en cosa de segundos perdió el conocimiento mientras que el mago lo apuntaba con uno de sus dedos.

Alain lo miró desde lo alto sin una pisca de remordimiento y eso fue lo último que vio Caleb.

Una hora paso luego de aquello, el soldado aún vivía, pero cuando abrió los ojos, el dolor de su cuerpo le pegó de golpe mientras su olfato solo percibía el olor metálico de su propia sangre. Su nariz había sangrado y hasta los labios se habían manchado de esta.

 Alain, que aún estaba en ese lugar, sonrió al ver cómo el hombre había despertado, pero por más que Caleb trato de observar, no hubo rastros del mentor del duque. 

—Lo estoy disfrutando, ¿lo sabes? —dijo Alain hincándose frente a él—. Este lugar será lo último que veas, debes estar arrepentido de no acabar conmigo cuando tuviste la oportunidad, pero me he divertido bastante desde el momento que estuviste ausente.

—Yo…—trató de hablar el soldado, pero cuando lo hizo, Alain volvió a apuñarlo, esta vez en el pecho derecho.

Caleb sintió rápidamente el dolor y como su respiración no parecía ser suficiente, era obvio que su pulmón se llenaría de sangre y fluidos hasta colapsar. Un gemido ronco y secó salió de sus labios.

 Alain se puso de pie luego de eso y caminó por las mesas hacia el fondo, cerca de donde estaba la entrada devuelta a las colecciones que tenía el ducado.

—Ahora sí tu compañía despertó —dijo Alain con una sonrisa. Volteó hacia un lugar donde el soldado no pudo ver, parecía que alguien más estaba en ese lugar, pero Caleb aún no sabía quién era. 

El hechicero, luego de decir aquello, siguió su camino mientras silbaba una dulce melodía.

Respirando lentamente, Caleb intentó cuidar el oxígeno que le quedaba, era obvio que allí moriría, pero no tenía idea si Alain volvería a esa ubicación, pero al menos no era el único.

¿Qué podía hacer si su magia había sido suprimida?

Entonces llevó sus ojos hacia los estantes, miró los frascos de posiciones y experimentos hasta que recordó un hechizo que había estudiado hace un tiempo.

Podía hacer uno si conseguía una pluma de faisán, junto con una posición, pero esas estaban al fondo de la habitación. Podría hacerla y beberla para recuperar su fuerza y su control, pero cuando el efecto pasará sus heridas se volverían aún más graves o incluso moriría al instante. Era suficiente, aquel pequeño plan era su última esperanza como para lograr contactar a Tarikan y avisarle sobre lo ocurrido en Castilville.

—Argg…—soltó arrastrándose entre el suelo. Cada vez que hacía fuerza, el aire de sus pulmones se acababa y volver a tomar una bocanada de aquello le resultaba completamente difícil. Escupió sangre más de una vez, su rostro estaba empapado y sus propios fluidos cubría su cuerpo.

Con esfuerzo llegó a los estantes, pero solo se giró en el suelo para mirar el cielo. Estaba agotado, adolorido y claramente no quería morir de esa forma. Estirando su mano hacia el objeto, este tembló un poco antes de quedarse quieto, por más que invocara su magia, esta no parecía volver y era obvio ¿Quién podría con Ragnur? 

Entonces y con mucha dificultad agarró el mueble y comenzó a moverlo, todo se caería de ahí, pero no le importaba, necesitaba sí o sí aquel frasco específico.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora