Entre el silencio, los pasos de un hombre acompañó la soledad del mismo duque.
—Tarikan —dijo el hombre en voz baja—. No puedo curarlo…
Sebastián lo observó sentado en el suelo, desde donde él estaba solo vio su espalda, pero el duque al escucharlo respiró fuertemente y con su brazo izquierdo se refregó la cara.
Tarikan se puso de pie lentamente, sus ojos se fueron hacia el cristal que tenía a un costado y estirando su mano hacia él, pronunció palabras roncas y pequeños silbidos.
La luz, las rosas, todo lo que mantenía ahí a su propia madre fue desactivado y como le había dicho una vez a Aynoa, en cuanto aquello se rompiera, la mujer dormida volvería a ser polvos y huesos.
Sebastián no entendió por qué había hecho aquello. Sabía todo lo que significaba esa mujer para el duque, pero ahora ya se había hecho nada, aún así, la magia que estaba allí fue absorbida por la mano del duque.
Con una calma que era inquietante para el soldado, Tarikan abrió un cofre y de allí sacó unos artefactos que fue preparando.
—Dale esto a Caleb, y vete de aquí.
Sebastián tomó el frasco que el hombre le pasó y enseguida desapareció.
Nuevamente, solo en ese lugar tan íntimo, su mente se mantuvo en completa concentración mientras dibujaba patrones en el suelo, luego puso a su hijo en el medio, lo descubrió sacando la tela azul y el pequeño cuerpecito de delgadas extremidades quedó allí. Levantándose de forma lenta, observó todo. Había tenido todos esos artículos listos para el mismo, pero ahora, no se había imaginado nunca que los utilizaría para otras personas.
—No era así como se supone que quería que ocurrieran las cosas —dijo sacando una pequeña caja invocada entre su magia.
La escama, que tanto había buscado para liberarse el mismo de la corona, estuvo nuevamente en su mano. No dijo nada cuando sintió la presencia de alguien detrás de él, por solo sus sollozos supo enseguida que era su mayordomo.
Sacando una daga, el duque se rasgó la muñeca y su sangre comenzó a caer sobre el cuerpo del pequeño. Luego la escama fue puesta en el pecho del niño y arrodillándose fuera del patrón, Tarikan lo activó.
Los ojos ocultos a través de las gafas del mayordomo se iluminaron cuando todo el suelo se tornó azulino y luego blanco. Un viento corrió entre ellos mientras que algunos artículos flotaban a su alrededor. El cuerpo del pequeño heredero hizo que la pluma sobre su pecho desapareciera derritiéndose en su piel. Aquello fue evidente, realmente era el hijo del mago más poderoso de Hamrille, el niño también venía heredando su gran afinidad con la magia.
Sebastián, por otro lado, vio como aquel líquido corrió por las venas de su amigo y poco a poco este comenzó a reaccionar. Soltó un quejido de dolor mientras su respirar se volvió agitado y sus ojos se abrieron grandemente.
No era suficiente para curarlo por completo, pero al menos eso le daría tiempo al duque para llegar a él.
—Sebastián —susurró Caleb alzando su mano y tomando el hombro del soldado—. El bebé… Tienes que salvarlo…
—No te preocupes…
En cuanto aquello salió de su boca, el llanto del niño se pudo escuchar como eco retumbando en cada pared.
—Lo has salvado…—dijo Sebastián juntando su frente con el del hombre.
Claro que Caleb no entendió bien a qué se refería, pero si el niño hubiera sido quemado como todos creían, ni la escama del dragón hubiera bastado para traerlo de vuelta.
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Tarikan - Las cadenas de la Corona
FantasySu gente, su pueblo, sus sueños, todo lo que era importante acabó aquella tarde. Los monstruos gobernados por un demonio atacaron el marquesado aniquilando todo a su paso y la ayuda llegó bastante tarde. Llevada a la capital junto a su familia, Ayno...