75.- Una sonrisa, una amenaza

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Aynoa respiró profundamente todo el camino que iba del brazo del duque. Sentía que cada mirada se posaba en ella culpándola de lo que había hecho y ese remolino en su barriga que le apretaba las entrañas hacia que más se pusiera nerviosa.

—Tu y tu afán de meterte en problemas.

—No digas nada, ellos no lo saben.

—¿Cómo estás seguro? —preguntó Aynoa hablando en voz baja.

—Porque no fue Richard quien viene a buscarme.

—Ya estás acostumbrado a este tipo de cosas, ¿cómo es posible que estés así de tranquilo?

—Cuando hicimos el trato, te dije que no sería la primera vez que me metería en problemas cuando me quitaron los ingresos, así que ahora asume.

—¿Asumir? Oh Tarikan, eres increíble —dijo ella sarcásticamente.

Aynoa negó con la cabeza antes de realmente pensar en asumir aquello, pero no podía dejar que su esposo se lleve todo el reto, por lo tanto, subiendo su rostro respiró profundamente e intentó olvidar lo que había visto.

Dos guardias abrieron la puerta de la oficina del rey, frente a ellos una gran mesa con miles de papeles quedó en su mirada y Gerald estaba terminando de escribir sobre un lienzo.

—Fuera todos —dijo el rey al ver al duque. Sus consejeros rápidamente se pusieron de pie y caminaron a la salida, con excepción el hechicero del castillo que se mantuvo sin decir una sola palabra en una esquina de la habitación.

Aynoa soltó el brazo del duque y ambos inclinaron la cabeza para luego ella tomar suavemente su mano.

Gerald no dijo nada en unos minutos, el silencio quedó allí mientras la pluma en su mano no dejaba de agitarse. Luego, suspiró pesadamente y se puso de pie.

Aynoa rápidamente sintió que la mano del duque se apretó por unos leves segundos y lo escucho tomar aire.

—Mi rey —dijo Tarikan dando un paso afrente—. Por favor no delante de mi esposa.

Aynoa no entendió el porque de sus palabras, pero delante de ellos el rey cargaba el collar rojo que una vez estuvo guardado, aún así solo el duque sabía de eso.

—No haré que salga, hay algo que me gustaría que ella también escuchará —dijo el rey—. Para empezar, porque no estuviste otra vez en la celebración.

—La ciudad estará de fiesta toda la semana, no quería opacar su gran día con mi presencia.

—Déjate de decir estupideces Tarikan, eres el comandante de uno de mis ejércitos, ¿por qué no deberías estar?

—Es mi culpa mi rey —dijo Aynoa bajando la cabeza y dando un paso al frente. El rey al escucharla relajó su mirada y apoyó su cuerpo en la mesa del escritorio. Tarikan solo la fulminó con sus grises ojos.

—Explícate.

—Majestad yo no tome muy bien la noticia y usted conoce lo angustiada que estaba. He tratado de convencer a mi esposo de que pueda darme un hijo por mucho tiempo y hoy lo he encerrado en mi habitación para que eso suceda.

—¿En un día santo? —preguntó el rey con una sonrisa y luego miró a Tarikan que rápidamente desvío la mirada a la pared.

—Lo siento mi rey, estoy consiente del pecado que he hecho, es-es por eso que recién íbamos a la iglesia a confesarnos... —dijo Aynoa subiendo lentamente la mirada hacia el hombre.

El rey soltó una pequeña risa y llevó sus manos a su rostro, negando con la cabeza miró una vez más al duque.

—¿Tú de verdad ibas a llevar a este hombre al templo?

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora