La muerte del duque sería la noticia más grande de todas, cada habitante de Hamrille estaría consternados, aunque en la capital no le tenían mucho cariño, el hombre era habilidosos, pero lamentablemente su gran poder no pudo con dos hechiceros de nivel medio, y tres de nivel superior. Al menos eso era lo que creía Alain y...no podía estar más equivocado.
La gran nube negra del duque se exparció como miles de brazos atrapando a cada soldado de su paso, se los devoró como si cada una de sus estremidades tuviera boca en la cual alimentarse. Al mismo tiempo que eso ocurría frente a la mirada del hechicero de Rómulo una mano negra tomó el cuello del Newrom y lo alzó en el aire.
El hombre mientras era asfixiado golpeó el brazo que lo sujetaba con su espada desenvainada, pero cuando lo hizo su arma cortó el mismo aire. Bajo su mirada, un hombre que ya no era humano lo observó. Sus ojos completamente negros no se pudo distinguir de los característicos grises o el blanco de la esclerotica, sino una pequeña luz amarilla al igual como una vez lo tuvo su serpiente.
Una risa extraña salió de aquel ser, oscura y siniestra, congeló el corazón del comandante de Rómulo, quien fue soltado, pero sus pies no volvieron a tocar el suelo. Los brazos de aquella oscuridad tomaron cada extremidad y lo dejaron pendiendo de ello.
—¡No puedes hacer esto! —gritó Newrom tratando de soltarse, pero parecía que no había nada palpable que pudiera tocar—. ¡¿Quien te crees que eres?!
—Yo...—dijo el duque con una voz aterradora—. Yo soy el dios de la discordia y él será la tempestad.
Caleb escuchó aquello, la voz de aquel ser provocaba que incluso la tierra temblará con su vibrato. Era difícil saber en qué parte de esa cosa había quedado el duque. Ese hombre ahí parado no lo era, su piel se había vuelto gris, su manos con uñas largas y los labios también habían tomado un color oscuro.
Aquellas palabras hizo que el conde se diera cuenta que la profesia que el mismo duque había hecho en su tiempo, se estaba cumpliendo. Cuando Gerald uso el hechizo de verdad contra el, Siriham había anunciado este fin. El dios de la discordia haría que el reino pereciera y el duque sería la tempestad.
—Entiendo...—susurró preguntandose, porque no lo había pensado antes.
Ya había llegado a la conclusión que la escama del dragón no había salido como debía. Su hechicero, Lefir, le había contado la extraña actitud del duque y como podía sentir de mago a mago, la oscuridad esparcida en todos su cuerpo y no solo dónde Siri estaba tatuada. Lefir era un buen hechicero, muy perceptivo y sabía que el duque estaba luchando por no dejarse llevar. Aunque lo envío devuelta a dónde estaban los rebeldes, el pudo sentir y ver los oscuros deseos que el hombre quería hacer con él..
—Arkan... —susurró mirando el cielo.
Podía hacerlo volver al cuerpo del duque, pero los hechizos poderosos para contener a Siriham no se podía hacer solo con dos o tres hechiceros, y antes de eso, debía volver a enjaular a Arkan en una lámpara sagrada.
Caleb miró el cielo preguntándose dónde demonios podía estar ese espíritu bondadoso. Se preocupó de gran manera si ese ser era enjaulado por otro hechicero para su beneficio. El problema ahora era otro, la guerra estaba casi ganada, pero dependía mucho que el duque no perdiera los estribos
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—Eso era...—susurró Alain mientras dió unos pasos hacia atrás, no le importo nada, ni siquiera ver cómo su propio señor había sido pescado del cuello.
Tarikan se había funcionado y aceptado toda la entidad de Siriham, esa era la oscuridad que había sentido, si bien el duque siempre la tuvo, está vez estaba dispersa, agrandada, totalmente bajo el control de aquel demonio. En ese estado, solo separó a ambos individuos, pero sus escencial ya estaban unidas.
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Tarikan - Las cadenas de la Corona
FantasiaSu gente, su pueblo, sus sueños, todo lo que era importante acabó aquella tarde. Los monstruos gobernados por un demonio atacaron el marquesado aniquilando todo a su paso y la ayuda llegó bastante tarde. Llevada a la capital junto a su familia, Ayno...