33.- Rivalidades a la vista

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Aynoa le miró sorprendida al duque, él siempre parecía nunca cambiar su semblante, era difícil creer que realmente a él le molestaba ser el centro de atención. Si él podía soportar esto, ¿Cuán difícil sería llegar a acostumbrarse a esa atención especial?

Quedándose un poco más tranquila, pero sin dejar de estar nerviosa, Aynoa se concentró en las cosas a su alrededor. Estaban en el balcón real donde solo podía estar la gente importante, jamás se imaginó estar allí y mucho menos a solo dos pasos de los reyes. La reina tenía un hermoso vestido blanco con decoraciones azules y desde atrás parecía una novia a punto de caminar al altar.

—Ella es tan hermosa —pensó Aynoa admirando la belleza de la mujer. Su pelo recogido con hermosas flores y sus hombros desnudos con una piel sin manchas ni imperfecciones.

A pesar de que la Reina le doblaba su edad, su apariencia parecía mantenerse jovial. De repente, mientras Aynoa estaba metida en sus pensamientos, sintió el bullicio de la multitud dándose cuenta de que el rey había dejado de hablar, en vez de él, la voz ronca y potente de un hombre cubrió el lugar.

Aynoa miró a Tarikan a su lado, fue la primera vez que de cerca vio un cambio en su rostro. Los músculos de su mandíbula se apretaron y sus ojos se volvieron más fríos. Giró su rostro hacia el hombre que hablaba fuertemente y se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Sobre sus cabezas en un balcón, dos pisos superiores al de ella, el obispo sujetaba la sabana de la pareja reafirmando la consumación de su matrimonio con el duque.

Esto era tradición para la gente importante de la familia real, dónde el obispo luego de decir unas palabras soltaba la sabana para que está cayera hacia los presentes. Generalmente, eran los soldados quienes la tomaban y la rasgaban para obtener parte de ella. No era raro que el duque cambiará levemente su expresión, solo Aynoa que estaba cerca pudo notarlo, sin duda los reyes estaban detrás de aquello tan vergonzoso para ambos, ya que su ahora esposo no era de la familia real para que aquel acto fuera realizado.

Las mejillas de la joven duquesa se tiñeron de un rojo parejo y bajó su rostro mientras el obispo seguía hablando, le aterró el hecho que ahora todos sabían lo que el duque y ella hicieron en la noche. No podía ocultarse, ni escapar de allí, todo le hacía recordar que la decisión que había tomado había sido el mayor error de su vida.

Lo que no sabía Aynoa era que el duque podía ser famoso por sus heroicas hazañas, no había persona que no conociera los logros y matanzas que había hecho contra los monstruos, pero no tenía buenas relaciones con la capital. Ella no conocía el trato que tenía el general Richard o la fina línea que había entre él y los reyes. Jamás hubiera pasado por su mente que lo que estaba ocurriendo ahora era solo para castigar y dejar en vergüenza a Tarikan.

Aynoa se fue hundiendo pensando en que entre toda esa multitud estaba su padre, su familia y la gente que la conocía ¿Qué dirían al ver aquello?, ¿la llamarían sucia por haber hecho algo tan pecaminoso? Pero cuando su mente comenzaba a correr sobre cosas terribles, la mano del duque tomó la de ella firmemente y la sujeto en el aire. Ella enseguida lo observó, él no se movió un solo centímetro, pero su mano está allí junto a la de ella y eso, aunque fue solo algo tan sencillo, logró calmar su ansiedad. Un gesto que nunca se imaginó obtener del hombre que fingía amarla.

La gente de pronto gritó como loca, el ruido llegó de un momento a otro y Aynoa solo levantó el rostro para ver la sabana caer lentamente por el aire. Moviéndose sin dirección se centró en el medio de los soldados cayendo de forma elegante. Los soldados del ejército real, emocionados, se empujaron para tomarla, alzando sus brazos hacia el cielo, pero en cuanto lo tocaron, la tela se prendió envolviéndose en una llama azul para luego carbonizarse en minúsculos pedazos.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora