65.-Fragmentos escritos

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—¿Hay que pasar a la capital? —preguntó Sebastián mirando a Caleb.

—El rey quiere que Tarikan junte nuestro ejército con los de Richard.

—Será un error y ellos serán los primeros en correr con las bolas congeladas —dijo Merlín acomodándose en la silla del caballo—. Los soldados de Richard son novatos, nunca han estado frente a una bestia como un dragón, no obedeceran órdenes.

—Cualquier cosa que pase ya saben que al menos ustedes podremos salir de allí —dijo Caleb mirando el collar que colgaba del cuello de Sebastián.

Ya había repartido a los demás los mismos collares que el duque preparó, claro que no todos podían optar por ellos, pero incluso llevaba uno que era de su propio señor. Parecía que está vez el duque estaba tomando todo tipo de seguridad y no solo de el mismo sino de sus propios hombres.

—Al menos ahora tendrá un motivo más fuerte para cuidarse.

—Oh... no, ese idiota —dijo Merlín.

Los soldados llevaron su rostro hacia él y vieron que había alzado la mirada hacia un gran árbol y allí arriba de una rama se podía apreciar una gran capa azul que se mecía con el viento.

—Tarikan.

El ejército enseguida se detuvo, y sus soldados personales se acercaron al gran árbol encontrandolo leyendo un pequeño libro.

—¿Hace cuánto estás aquí? —preguntó el conde.

—Lo suficiente para dormir, comer y estudiar —dijo el duque cerrando el libro y sentandose en lo alto—. Han sido bastante lentos para viajar.

—Oh vamos...

—Descansaremos en Rumani, a este paso llegaremos a mitad de la noche —dijo Tarikan dejándose caer desde el arbol, un patrón enseguida cubrió sus pies al caer de esa gran altura.

—Tarikan —dijo Merlín bajando de su caballo y acercándose a él —. No vuelvas a faltarnos el respeto de esa forma —agregó hablando entre dientes, su ceño estaba completamente fruncido y sus manos bien empuñadas—. Nosotros te esperamos una hora mientras tú te rebolcabas con esa zo...

Un sonido fuerte y secó silenció las palabras del hombre, el duque sin pensarlo ni un solo segundo empuñó su mano y fuertemente lo golpeó en la cara. El hombre era fuerte, macizo y grande, pero eso no impidió que diera unos pasos atrás sosteniendo su cara.

—Tú... —Una voz de ultratumba salió del duque, en su mano derecha una sombra negra la rodeo destellando una energía tan oscura como su demonio interno. El siguiente golpe no sería con la fuerza de un ser humano— ¿Cómo la has llamado?

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—¿Señora? —dijo Reimy tocando la puerta.

—Adelante —dijo Milla.

Aynoa no volteó, estaba metida escribiendo en un libro que había recibido del duque la noche anterior. Desde su partida había estado pensando en las cosas que iban a suceder en aquella expedición y no quería olvidar ni un solo detalle de lo que aquel libro relataba. Los recuerdos iban y venían como pequeños fragmentos, todos revueltos, parecía un rompecabezas que quería lograr entender.

—Espero que se encuentre bien —dijo el mayordomo acercándose con una bandeja en sus manos—. La señora Cler le mandó unos bocadillos y yo le traje su infusión.

—¿Mi infusión? —preguntó deteniendo la pluma.

Reimy dibujo una sonrisa al verla, era exactamente como el duque se veía cuando el entraba en su oficina. Había pasado poco tiempo, pero aún así, el hombre suspiró conciente de que su muchacho no estaba en el castillo y no estaría al menos en dos meses.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora