89.- Como una aguja

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El rey estaba desayunando con su esposa cuando las puertas de la habitación se abatieron violentamente. Los guardias hicieron fuerza con el hombre que entró mientras que él los arrastraba hacia dentro.

—¡Te he sido fiel y me he comportado! ¡No he hecho nada para molestarte!

—Tarikan, te calmas o te calmo yo —agregó el rey poniéndose lentamente de pie.

—¿Que es esto? ¿Nuestro amado duque ha vuelto en tan solo dos horas de haberse ido? —agregó la reina mirándolo sobre el respaldo de su silla.

—Pueden dejarlo —dijo el rey hacia los guardias que lo tenían firmemente agarrado de los brazos—. Siéntate y conversemos.

—No.

—Bien, entonces quédate parado —dijo el rey con una calma mientras volvía a sentarse. Con lentitud miró al hombre mientras llevo la tasa de té a su boca—. Te estoy escuchando.

—Mi esposa no ha llegado al ducado —dijo pegándole una mirada a la reina.

—Tarikan, no tengo idea de eso, no se me ha informado nada y tampoco hay algún cargo sobre ella para ponerla en prisión.

—Ella debía estar allá hace dos días —contestó él.

—Tal vez escapó de ti, duque.

—Eulisa —dijo el rey llamándole la atención—. Puedes buscarle Tarikan, como te dije yo no tengo información. Enviaré unas cartas para saber su paradero, pero ¿Que dirá la gente de ti si supieran que la opción de que tú esposa se fuese de tu lado con otro fuera cierto?

—No me importa lo que diga la gente. Conozco a mi mujer.

—Si, tanto que sabías desde hace mucho tiempo que estaba embarazada —soltó la reina junto con una risita.

—Richard —dijo el duque ignorándola y caminando a la mesa—. Dame un límite.

—Los mismos límites que siempre te doy, du-que —dijo el rey mirándolo a los ojos sin ni siquiera pestañear—. No asesines a nadie.

—Porsupuesto.

El duque se volvió completamente negro antes de desaparecer en un remolino violento. Los manteles de la mesa llegaron a levantarse y el pelo de la reina se desarmó por completo. Dejó la tasa de té fuertemente en la mesa haciendo sonar la vasija mientras miraba con enfado a su esposo.

—¿No tuviste nada que ver con eso?

—Por supuesto que no —contestó ella viendo cómo mechones de cabello cayeron sobre su rostro.

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¿Como era que la duquesa había desaparecido sin que nadie supiera?, ¿Donde estaba el grupo de soldados que estaban con ella?

—Rumani la vio pasar, se quedaron un día allí y marcharon en la mañana —dijo Sebastián acercándose al duque que estaba sentado en el pasto mientras apoyaba su espalda en un árbol.

Habían pasado casi dos días desapareciendo y apareciendo en otros lados hasta que su magia se había agotado. Había visitado casi todo el reino como nunca lo había hecho, Miminch, Ridas, Lehim, Gueros, todo y nada encontró. No habían pistas, no había nada que pudiera dirigirlo hacia algún lugar.

Frustrado no le quedo más que sentarse a descansar. Estaba preocupado, pero intentaba mantenerse cuerdo y tranquilo a pesar de las circunstancias.

No podía dejar de pensar en ella, la última vez que la vio y escucho fue una discusión, dónde incluso le gritó y si hubiera sido un hombre claramente lo hubiera golpeado. Ahora se negaba a aceptar que aquello podía ser la última vez en verla. No, no podía perderla así como así.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora