97.-Títeres

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[PRECAUCIÓN CONTENIDO VIOLENTO]

Dos días pasaron y fueron suficientes para que el gran duque de Castilville terminará de perfeccionar sus experimentos.

En su cabeza todo debía cuadrar de la mejor manera, no podía dejar cabos sueltos y en este momento el templo sagrado era uno de ellos. Capaz de echar a perder absolutamente todo, el duque desapareció esa mañana junto con Sebastián camino a aquel lugar.

Luego de haber escapado del cardenal y sus sacerdotes, las serpientes interceptaron tres cartas que iban dirigidas al rey. Asediando completamente el templo sagrado, esperaron órdenes del duque.

Las órdenes fueron absolutas, y las serpientes cumplieron con todo, cuando Tarikan dejó a Aynoa en la cueva, salió de allí y cubrió todo el templo con un escudo donde nadie podría salir. Los ruidos no se escucharon cuando el ejército azul tomó a todos como prisioneros, vistiéndose con las ropas de los sacerdotes, las armaduras de los soldados sagrados, el duque tuvo controlada la situación y ahora tendría poder sobre ellos.

—¡¿QUÉ ESTAS HACIENDO?! —El cardenal golpeó los barrotes de sus propios calabozos al ver cómo sus súbditos salían de ellas siendo llevados por los hombres de Tarikan que aún portaban las armaduras del templo.

—Tenga paciencia, ya llegará su turno —dijo un soldado

—¡No, señor por favor! —gritó uno de los sacerdotes mientras era sacado de allí.

Más gente salía cada media hora, pero ninguno volvía. Afuera los gritos quedaban por unos minutos para luego ser apagados completamente.

Cuando llegó el momento del cardenal, sus sacerdotes y sus obispos ya habían subido, era el último que quedaba y no pudo evitar rezar a Dios por salvación.

Thari como aún recordaba el nombre del gran duque había sido un niño callado cuando llegó al templo, pero lo que a muchos le habían engatusado, para el era algo que no aguantaba. Odiaba sus ojos grises, su mirada desafiante y aunque muchas veces lloraba, su mirada nunca cambió. Incluso cuando los reyes lo invitaron más de una vez a participar con los niños de la corona. Thari nunca cambió la forma fría y rebelde de su mirada, por más humillaciones, castigos y dolores que lo hicieron soportar, el niño se volvió un adulto fiel a la corona y esa mirada aún permanecía.

Ahora, conocía todo lo que se decía del duque, verlo siendo adulto era algo que jamás se había imaginado presenciar y más cuando tomó aquellos títulos. Personalmente para el cardenal, sentirse inferior delante de una persona que siempre estuvo bajo el era algo impensable e injusto.

Tarikan había dicho algo cierto, el cardenal tenía gustos horrendos y poco fieles a Dios. Más de una vez se había enamorado y amado a un niño que llegaba a su templo. Le gustaban los pequeños de cabello negro y de piel blanca, pero también había sentido algo por el ahora duque, no era amor ni nada parecido, por su mirada el hombre siempre se sintió intimidado y cada vez que tuvo la oportunidad con los reyes intentó quebrarlo para que esos ojos se volvieran sumisos, él despertaba los deseos más impuros del cardenal, pero nunca lo logró su objetivo.

Arrastrado por los pasillos de su propio templo el silencio se extinguió, los pasos de los soldados eran firmes y no mostraron nada en sus rostros. Con la mirada al frente y con la fuerza en tomar al cardenal no se detuvieron en ningun momento.

Lo que vió el cardenal fue algo que no encontró explicación.

Sus hombres estaban allí, la mayoría estaban vivos pero sus ropas habían sido cambiadas, tenían un paño en la cabeza cubriendo completamente todo su cabello. No dijeron nada, eran silenciosos mientras limpiaban los suelos del lugar, incluso las paredes, todo con movimientos extraños, lentos y letárgicos.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora