64.- Un adiós.

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Al día siguiente no hubo noticias de nada, los soldados tenían todo el tiempo libre, por lo tanto el amanecer fue mucho más tranquilo de lo que era costumbre. Por otro lado el segundo piso había una tranquilidad inquietante, a los duques se los había tragado la tierra.

Nadie sabía nada más. Reimy se plantó firmemente en la escalera esperando algún sonido que requeriría su presencia en aquella habitación, pero no fue así, aguardó allí el suficiente tiempo como para pensar que el desayuno ya era bastante tarde, a pesar de que solo eran las diez de la mañana.

Dentro Aynoa lentamente comenzó a despertar, el sonido de los pajaros se escuchaban a lo lejos, pero más que eso solo percibia el hermoso silencio. Era tan pacífico y tranquilizador que no quería abrir los ojos.

Soltó un leve quejido mientras enterrró la cara entre las sábanas estirando sus manos y pronto chocó con algo suave y cálido.

Con rapidez abrió los ojos parpadeando más de una vez y visualizó al duque a su lado. Dormido y sin una pisca de conciencia, parecía solo un niño pequeño tomando una siesta. Su rostro estaba relajado, entonces ella guardó la calma, recordado la noche que había pasado.

Parecía una escultura perfecta, sus labios finamente cerrados, su pelo cayendo por su costado. Aynoa subió su mirada lentamente por el tabique de su nariz hasta llegar a sus cejas y miró sus pestañas.

Era un hombre tan perfecto bajó su mirada.

Aynoa deslizó su mano lentamente para no mover la cama y despertarlo. Sacando su estremidad por debajo de las sábanas, acercó sus dedos hacia su rostro para acariciar su mejilla mientras formaba una sonrisa.

En cuanto tocó su piel, los ojos del hombre enseguida se abrieron y su muñeca fue sujetada con rapidez. Aynoa tomó una gran bocanada de aire con el asombro, había jurado que Tarikan aún seguía dormido.

—Pense que dormías —susurró ella.

—Estaba esperando.

—¿Esperando?, ¿que esperabas?

—A que por fin despiertes, eres buena para dormir —dijo regalandole una sonrisa.

Aynoa enseguida sintió las manos del hombre deslizarse por la ropa de cama y no tardó nada en encontrarse rodeada de sus brazos, dónde poco a poco su cuerpo volvió a estar en contacto con el de él.

—Thari es de mañana... —dijo tratando de escapar, pero el hombre la sujetó con firmeza mientras enterró su rostro entre su hombro. La espalda de ella quedó en contacto con todo su torzo quien no dudo en acariciar su piel.

—¿Y?

Aynoa soltó un suspiro cuando el dejó tiernos besos en su cuello y bajó lentamente por su espalda. La mano del hombre no se detuvo, moviéndose en su estómago, le acarició la cintura, la espalda y subió hasta agarrar sus senos.

—Ah...es-espera —soltó ella riéndose.

—Mañana debo partir y no tengo ni una intención de dejarte aún.

—Tarikan, sabes que eso no es posible... —Aynoa soltó un gemido, sintiendo la mano del hombre deslizarse de su pecho hacia el interior de sus muslos.

—Aynoa, ¿no te lastimé anoche o si?

—Thari... —dijo mientras apretó la almohada en su palma, los dedos del duque se movieron en su parte más sencible mientras empujó suavemente su miembro en su espalda baja—. Las-las criadas en-entraran.

—Ya te dije, tendrán que acostumbrarse —dijo él y lentamente comenzó a apoyarse en su brazo derecho subiéndose encima de ella.

Los dedos que tenía en ella se hundieron fácilmente en su apertura y con rapidez ella apretó sus muslos dejando un leve temblor entre ellos.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora