91.-Las estrellas caen

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Aynoa sollozó un largo rato, pero cuando levantó el rostro vio una pequeña culebra celeste con una gran luz. No era grande, de hecho no superaba ni los cinco centímetros. Con grandes ojos celestes, el animal quedó allí observándolo mientras sacaba constantemente la lengua.

El duque no haría nada para dañarla, por lo tanto ella no se asustó, arrodillándose lentamente estiró su mano y la serpiente se subió a su palma.

Un gran alivio se sintió ante su tacto, tal como lo sentía cada vez que recibía la magia de curación de su esposo. Entonces ella puso a la serpiente en su hombro y el dolor comenzó a pasar.

Era un claro regalo del duque, aquella serpiente podría curar su malherido cuerpo sin la presencia de él.

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Tarikan caminó junto a los hombres hasta una gran oficina de los pisos superiores, iba serio y no dijo una sola palabra. Al entrar reconoció el gran un olor en particular, unas pequeña flores que hicieron que momentos de su pasado llegarán a su mente.

Entonces fijo sus ojos al suelo hasta encontrar el gran pozo de las almas. Oscuro y completamente en silencio, sintió el temor que antes cuando era niño sentía.

Le tenía miedo a ese lugar, ya que si no hacía lo que le decían, lo dejaban colgado a la intérprete desde esa oscuridad.

Fijándose, la cuerda aún estaba amarrada a un gran eslabón que estaba a un costado.

—Eras un buen chico Tarikan —dijo el cardenal que había estado esperándolo—. Las veces que estuviste allí nunca reclamaste o lloraste como lo hacían los demás.

—¿Me dirás qué cargos además de bruja le has puesto a mi esposa?

—Yo no le he puesto nada, ella fue acusada y la veracidad de la fuente es bastante confiable.

—¿Quién fue? —preguntó Tarikan echando un asiento hacia atrás y se sentó subiendo una pierna sobre la otra.

—Eso no importa.

—Fue su criada, ¿no? Todos mis hombres jamás la traicionarían porque son leales a mi, pero ¿A quién es leal la criada de mi esposa?, ¿a la iglesia, a los reyes?

—No estamos aquí para hablar de otras personas.

—¿Qué dirá Dios cuando aquella mujer tenga un terrible accidente?, ¿le espera una vida eterna tan fantástica como la que quería darle a mi esposa?

—No lo trate como una broma y no le aceptó amenazas de parte suya, duque. Hay hechos—dijo el hombre buscando en su escritorio y sacando el cuadernillo de Aynoa—. Según la criada, ella sabía todo esto antes que realmente las cosas ocurrieran.

El duque estiró la mano y sujeto aquel libro. Negó lentamente con la cabeza, y apretó los labios. El le había dicho a ella que no fuera tan obvia, que no escribiera cosas peligrosas, pero lo había hecho de todas formas confiando en una maldita mujer que hoy la había traicionado.

El duque abrió el libro ya bastante usado y de hojas dobladas, pero en cuanto puso los ojos en el, las letras comenzaron a cambiar. Fue evidente que el hechizo que el mismo le había hecho a su esposa se había activado con esas escrituras.

—Mujer tonta —susurró para si mismo.

—Su esposa será azotada está tarde y mientras no asuma los cargos que se le han puesto, quedará bajo nuestra tutela.

—¿Y si lo hace?

—Sabes la respuesta, duque de Castilville. Yo que usted me iría a mi tierra y buscaría una nueva esposa digna de engendrar a su hijo y futuro heredero de Castilville. Si ella es una bruja, el niño en su vientre será maldecido y también deberá ser quemado en la hoguera.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora