Con la muerte del conde Newrom, todos los soldados de Romulo que habían sobrevivido se fueron arrodillando en el pasto para dar su rendición. Los monstruos fueron contenidos por los magos y la mayoría por el duque dejando una oleada de gritos y gemidos, no era de extrañar que el hombre los tortura antes de darle fin, pero fue rápido.
—¡ALAIN! —La voz del duque se escuchó como eco en toda la llanura.
Era evidente que lo estaba buscando entre todos los soldados, pero no tardó en encontrarlo.
Caleb lo había seguido y aunque intercambiaron ataques mágicos, dos hechiceros más se unieron para vencer al hombre de nivel superior. Luego, Sebastián también lo pudo reducir desde el lugar donde estaba, no hizo más esfuerzo, la energía mágica del hombre estaba casi agotada, y tenía una gran herida en su costado por los ataques que había recibido.
Las cosas se fueron calmando, las serpientes comenzaron a terminar el sufrimiento de algunos caídos dándoles una muerte más rápida, el cual tardaría un tiempo en reunir y quemar los cuerpos de los caídos. Mientras el duque comenzó a calmarse y a reunir nuevamente los fragmentos de oscuridad en su interior.
—Manden a la mitad de las tropas a Castilville —dijo Sebastián acercándose a dónde estaba el duque—. Los demás irán con nosotros.
—No pienso perder a más gente —dijo Tarikan con los ojos cerrados—. Y tampoco quiero que alguien sobreviva a dónde iré.
—Te guste o no, iremos contigo, duque —dijo Sebastián rodeándolo y mirándolo a una distancia prudente—. Caleb trae a la zorra de Alain.
Sebastián observó con determinación el rostro del hombre, se veía agitado, pero su piel no volvió a su color característico y cuando abrió los ojos, sus ojos grises estaban desapareciendo. El negro había consumido casi la mitad de este, desde los bordes exteriores hacia su pupila, haciendo evidente que el control de Siriham sería total cuando perdiera por completo su gris.
—¿Estas bien?
—Lo estaré cuando esto termine.
—¿Comprendes lo que está ocurriendo contigo? Si no solucionamos esto, tu...
—No cambiaré los planes sebastian —dijo caminando hacia él y paso a su lado dándole un leve golpe en el hombro.
—Tarikan —dijo Caleb acercándose con el hechicero amordazado y lo empujó para que cayera al suelo.
—No puedo creerlo —dijo el duque mirandolo con una sonrisa—. Ahora sí me voy a divertir bastante.
—Tarikan —susurró el hechicero.
El duque lo observó y claramente se dió cuenta que sus soldados se habían aprovechado de la situación. Su rostro estaba con contusiones y lo mismo que habían hecho con Lefir; el soldado de Caleb, Alain le faltaba una oreja.
—Será bonito cortar ese hermoso pelo tuyo —dijo Caleb agachándose y jalándolo de él para que levantará la cara.
—La perra aprenderá su lugar de una buena vez —rieron todos mientras lo obserbaba. Todos sabían el trato que el mismo hechicero de Rómulo tenía con los demás, el sentirse santo y superior, está vez le pasaría la cuenta.
—Tarikan…por favor —dijo el hombre mirándolo.
Entre todos los soldados que podía ver desde el suelo, Tarikan era el único que podía cambiar su destino, aunque ahora le tuviera un odio enorme y un miedo, no conocía realmente a los demás. Ubicaba a Caleb y a Sebastián, pero no había pasado tanto tiempo para compadecer piedad ante ellos.
—Es gracioso —dijo Tarikan mirándolo desde arriba—. Cómo fui tratado por ti en la capital cuando mis poderes estaban suprimidos, o como trataste a mi esposa e incluso a los mismos soldados que hoy te han vencido.
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Tarikan - Las cadenas de la Corona
FantasySu gente, su pueblo, sus sueños, todo lo que era importante acabó aquella tarde. Los monstruos gobernados por un demonio atacaron el marquesado aniquilando todo a su paso y la ayuda llegó bastante tarde. Llevada a la capital junto a su familia, Ayno...