38.- Parte de ellos.

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—Seguramente aquí hubieran colgado a la mayoría de las personas que se atrevieron a tocarme, pero luego mi honor sería votado a la basura y ni un solo hombre quería casarse conmigo.

Aynoa se quedó quieta en la cama mientras forzaba su mente a recordar más hechos de su pasado, en parte quería olvidarse, pero también necesitaba recordar de quién huía y quiénes eran ellos. No solo eran hombres, habían mujeres, jóvenes, todos controlados por un simple aroma.

—Mi aroma. —Aynoa se levantó rápidamente de la cama y comenzó a oler su piel, parecía que su mente incluso recordó aquel olor extraño. Tomando un trapo mojado se refregó los brazos con fuerza.

Sabía que aquí en este mundo no existían ese tipo de humanos, aquí habían monstruos para temerles, allá era a esos seres supremos.

—¡Maldición! —dijo lanzando el trapo al suelo y llevó sus manos a su cabeza para sujetarla.

“Si aquí no están ellos, entonces... ¿Por qué siento tanto temor? Ellos jamás podrán volver a tocarme; jamás volveré a ver sus ojos y jamas viviría preocupada por medicarme con tal de que ellos no pudieran ni siquiera olerme”

—¿Señorita, está despierta? —La puerta de su habitación sonó. Aynoa tardó unos segundos en contestar e inmediatamente se escabulló dentro de la cama.

—Adelante.

—Oh hermosa duquesa, es un honor para mí conocerla —dijo una señora entrando junto a una joven—. Es muy lamentable lo que ocurrió anoche, pero una vez que llegue a su nuevo hogar estoy segura que le va a encantar.

—¿Usted...es?

—Soy la dueña de este lugar, mi nombre es Cecilia, quería conocerla antes que marcharán.

—¿Marcharemos muy pronto?

—Los soldados llegaron antes de lo previsto, en este momento están haciendo los preparativos para partir.

—Escuché que nos quedaríamos en Rumani por unos días.

—Señora, alimentece y gane fuerzas —dijo la más joven acercando una bandeja con alimentos—. Todo lo malo que vivió pasará, créame.

Aynoa quedó perpleja unos momentos, era verdad que allí la trataban de mejor forma, parecía que apreciaban hasta lo más mínimo que saliera de su boca.

El olor a buena comida hizo que Aynoa olvidara por unos momentos todos los recuerdos que habían llegado a su mente. Regaló la primera sonrisa del día y tuvo una larga charla con ellas como si se conocieran la vida entera. Descubrió que en Rumani la gente no era tan fría y amargada como en la capital, no tenían problemas de hablar de sus aventuras y chismosear de algún acontecimiento.

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Cuando el sol estuvo en lo más alto del día, las serpientes se prepararon para partir. Tarikan no quiso quedarse un día más, partirán ese mismo día y llegarían pronto a Castilville. El duque ya no quería más sorpresas, si algo le hubiera ocurrido a Aynoa, seguramente aquel matrimonio habría sido el más corto de toda la historia de la humanidad.

Aynoa se subió al carruaje esperando que Milla entrara. El viaje había sido agotador, pero a pesar de todo lo ocurrido agradeció haber despertado en una cama cómoda y blanda.

Aynoa miró por la ventanilla del carruaje, la mayoría de los soldados ya estaban montados, no sacó sus ojos del exterior hasta que por el otro lado la puerta se abrió y el carruaje se meció lentamente.

—Tardaste demasiado, no sabes las cosas que quería contarte... —dijo ella y luego llevó sus ojos hacia el individuo que había entrado—. Duque.

El hombre se veía enorme en el carruaje, venia vestido con su armadura y una gran hombrera en el hombro izquierdo, en la otra estaba sujeta parte de la capa azul cubriendo la mitad de su cuerpo. Él al escucharla solo la miró unos segundos antes de sentarse frente a ella.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora