Aynoa lamentó haber llegado al salón, conocía un poco lo que se decía del duque. La gente lo amaba desde el día que pudo proteger el reino de un dragón que sobrevolaba los pueblos y después paseó por las calles con su cabeza como trofeo al rey, aquello hizo que su reputación subiera enormemente.
Aunque jamás lo había visto antes del ataque, para sus hermanastras y para ella, ver al duque en persona no era algo que se repetiría con facilidad, ya que nunca las serpientes tocaron las tierras de Abeul. Él era todo un tema para conversar entre sus conocidos, incluso presumir haberle visto en carne y huesos, aunque muchos le amaban, también muchos lo repudiaban.
Al entrar al gran salón, el rey Gerald quedó frente a ellos. Aynoa no sabía cómo mirarle, jamás había estado frente al supremo gobernante de todo el reino de Hamrille. Guardando silencio caminaron todo el recorrido, hasta llegar frente al trono.
Los soldados que estaban distribuidos por el lugar ni siquiera se movían, parecía que incluso no respiraban ni pestañeaban. Junto al rey estaban dos personas puestas de pie hacia su lado derecho y hacia el izquierdo estaba el general Richard.
—Majestad Gerald de la Cruze, noblemente me presento ante... —dijo el marqués bajando su torso y haciendo una reverencia, seguido por sus acompañantes.
—Déjate de estupideces Tristán, te conozco lo suficiente para recordar tu nombre y tu rostro —dijo el rey interrumpiéndolo.
Su voz fuerte resonó por todos los rincones. El rey ni siquiera tenía que esforzarse para que su voz se pudiera escuchar por todo el lugar.
—Majestad soy Sophia de Mimich, es un verdadero honor verlo en persona —dijo la mujer volviendo a bajar su rostro y mirando con una sonrisa al rey.
—Marquesa, ellas deben ser sus hijas —preguntó uno de los consejeros.
—¿Ambas ya están en sociedad? —dijo otro.
Las mujeres se presentaron con educación sin decir una sola palabra. Aynoa se dio cuenta de que su padre no se llevaba bien con el rey, no sabía que era lo que había hecho para que el hombre lo mirara con poca simpatía, suponía que algo tenía que ver con su difunta madre y su relación sanguínea con el rey.
—Las tres están en sociedad.
—Ha pasado bastante tiempo desde que no estabas delante de mí.
—Lo siento mi rey, las cosas en Abeul han sido complicadas.
—No inventes, conozco todo lo que ocurre en mi reino Tristán, no me veas la cara de tonto, ya he visto suficiente.
—Marquesa, ladies les agradecería que pudieran acompañar a nuestro soldado, él las guiara hacia la puerta —dijo uno de los consejeros levantando una de sus manos.
Las mujeres solo bajaron sus rostros para luego dirigirse a la salida. El marqués no se movió de aquel lugar y en cuanto cerraron las puertas se escuchó la voz del rey hablando con fuerza.
Los temas a tratar no se hablarían delante de una mujer, ya que solo los hombres debían opinar sobre los temas políticos y financieros. Tristán solo bajó la cabeza mientras recibía los retos del rey, responsabilizaba completamente al marqués sobre lo ocurrido con Abeul porque ni una sola campana se escuchó y la noticia llegó tarde a la capital.
Mientras se discutía el tema, dos hombres vestidos con túnicas doradas y cubiertos por armaduras entraron arrastrando a un hombre.
—¡Tú eres un maldito! —le gritó el marqués al reconocerlo, era su hechicero y el único que se llevaba la culpa completa.
—Contrólese Marqués de Abeul —dijo Richard llamándole la atención.
—Mi Rey, perdóneme —dijo el hombre arrodillándose en el suelo.
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Tarikan - Las cadenas de la Corona
FantasySu gente, su pueblo, sus sueños, todo lo que era importante acabó aquella tarde. Los monstruos gobernados por un demonio atacaron el marquesado aniquilando todo a su paso y la ayuda llegó bastante tarde. Llevada a la capital junto a su familia, Ayno...