Tarikan, lentamente, caminó al cuerpo calcinado del hechicero, aquello aún humeaba y se sentía el calor que expedía de él, el silencio nunca había sido tan placentero para el hombre allí hincado.
Se podía ver algunos huesos de lo que quedaba del hombre, pero la mayoría de la piel se había tornado negra y escamosa, su rostro ya no se podía distinguir, solo parte de sus dientes que había quedado al perder labios, ojos y nariz. Aquello no cambió el semblante de Tarikan.
—Búscalo Siri —dijo y su serpiente rápidamente salió por debajo de la manga de su mano derecha y se deslizó por el suelo hasta el cadáver.
Sin problemas se escabulló entre los restos como si su piel no se quemara, adentrándose lentamente por los recovecos de las costillas, desapareció hurgando cada rincón. Tardó solo unos segundos en dónde su diminuta cabeza negra azulada de mentón amarillo apareciera con una piedra azul entre su boca.
—Buena chica, eres una buena chica —dijo mientras se levantaba y la serpiente se enroscaba en uno de sus brazos.
Aquella piedra era la energía mágica del hechicero Athar, podía servir para muchos hechos, incluso para que un humano cualquiera fuera probado y si la piedra aceptaba al nuevo portador este se volvería un hechicero. Para Tarikan aquello no le interesaba, si bien en su tierra había aprendices de hechicería, él no creía en los falsos hechiceros que dependían de aquella piedra, ante eso solo las coleccionaba en su castillo. Tenía un baúl lleno de ellas, que representaba un hechicero menos en la tierra y nada le daba más satisfacción que ver morir a uno de sus hermanos.
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—¡Suéltenme! —gritó Aynoa mientras era llevada entre los soldados. Tenía los brazos bien agarrados sin poder salir de allí y pronto tuvo la boca tapada, tratada como si fuera cualquier prisionera.
—Gritas como perra, cállate ya —dijo Merlín mirándola enojado.
Aynoa desapareció con todo el grupo, fue llevada entre ellos oculta hacia el edificio donde se estaban quedando. Sintiéndose como una prisionera que era incapaz de huir, caminó en contra de su voluntad entre ellos.
El castillo de las serpientes estaba vigilado por más soldados de armaduras plateadas, sus rostros fríos y sin expresión parecían muertos cumpliendo con su deber. El grupo se dispersó una vez que entraron, ella no fue soltada hasta que unas grandes puertas de madera se abrieron y la tiraron dentro para luego cerrarlas.
—¡Hey! ¡No pueden dejarme aquí! —gritó golpeando la puerta, pero nadie le contestó.
Miró dentro de la habitación unas velas estaban esparcidas por todo el lugar, una gran mesa en el fondo cerca de la ventana y un bol de frutas junto a un jarrón con dos copas, no había nada más que eso.
Estaba aterrada, debía volver lo más pronto a su habitación antes de que alguien se diera cuenta de que no estaba. Y si eso ocurría podía ser llamada de distintos nombres y su reputación caería aún más, deshonor traería a su familia. Cuando se rindió de golpear la puerta, suspiró fuertemente tratando de calmarse, el tacto del hombre aún estaba como recuerdo en su piel y luego aquella acción de esconderla en su espalda ¿Por qué Tarikan hizo eso?
Apoyó su espalda en la pared y miró el cielo de la habitación, no lo entendía, él podía ser amable y a la vez indiferente, Aynoa no sabía cómo tratarlo. Mientras estaba pensando en aquello, la puerta sonó y la manilla se volteó para ser abierta. Enseguida el rostro del duque apareció cerrando la puerta detrás de él.
—Tienes que dejarme ir —dijo ella, pero él solo caminó hacia la mesa.
—Los obispos no son agradables con las mujeres cuando se trata de insultar a Dios —dijo Tarikan sirviéndose una copa de vino, calmadamente apoyó su cuerpo en la mesa y la observó—. Te hubieran flagelado por eso.
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Tarikan - Las cadenas de la Corona
FantasySu gente, su pueblo, sus sueños, todo lo que era importante acabó aquella tarde. Los monstruos gobernados por un demonio atacaron el marquesado aniquilando todo a su paso y la ayuda llegó bastante tarde. Llevada a la capital junto a su familia, Ayno...