113.- El ladrón de sueños

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Los pájaros negros aparecieron en el castillo de Castilville, pero solo fueron aves golpeándose entre ellas. El evidente muro de protección que Ragnur había levantado sobre el ducado, no permitió que nadie entrara y eso incluía al duque. No era algo que Tarikan no podría derribar, pero claramente no de esa forma.

En la entrada del ducado, Sebastián junto a los demás aparecieron gracias a sus collares, enseguida se dieron cuenta del muro de protección que no permitió que el ejército de más serpientes que se había devuelto de la guerra pudiera cruzar las murallas.

—Pero, ¿qué es esto? —susurró Sebastián mirando al ejército.

—¡Es imposible! —dijo un soldado desde el otro lado, habían intentado todo para traspasar, pero nada ocurrió, ni los magos pudieron con aquello.

Sebastián sin entender nada vio a los soldados que habían venido con él, eran bastantes, pero no lo suficiente. Justo cuando pensó aquello, las puertas de Castilville se abrieron y de allí un grupo enorme de soldados de Rómulo corrieron para iniciar el combate.

Los hombres del conde no tendrían apoyo mientras la barrera estuviera allí, el ejército quedó separado definitivamente y nada pudo con ello.

La pequeña guerrilla se desató de un dos por tres, no hubo un solo momento para pensar nada, Sebastián sacó su espada y en cosa de segundos la chocó con un oponente.

El sonido del metal inundó el lugar confundiendose también con los gritos de la gente, la ciudad continuaba siendo castigada, de adentro hacia afuera y no estaba la ayuda necesaria para contrarrestar aquello.

Impacientes el ejército de las serpientes se fueron moviendo buscando algun lugar que les permitiera poder entrar. Los collares no eran para todos, por lo tanto solo algunos entraron, sabiendo que eso podía ser un suicidio, pero el honor y la lealtad que llevaban era mas importante que sus propias vidas.

—¡Malditos! —gritó Sebastian mientras se deshizo de un soldado, estaba agotado, fatigado pero si dejaba de luchar era llamar a la muerte.

Una enorme sombra cubrió el sol que quedaba en el cielo, fue evidente que el duque había llegado a ese lugar. Sebastián confundido no entendió porque Tarikan no había ido al castillo, pero no se detuvo a pensarlo.

Los cuervos negros dejaron relucir el cuerpo del hombre, que en cuanto se puso visualizar la espada desenvainada cobro la vida de dos enemigos que no pudieron ni siquiera reaccionar.

Sebastián vio en el esperanza, si Tarikan estaba allí podían salir bien de esta, pero ese sentimiento de alegría y tranquilidad se esfumó como si un gran viento se llevara todas sus emociones.

Sobre la muralla un resplandor hizo que todos llevarán su atención a ese lugar y lo que vieron cada pupila hizo que todo se derrumbara.

—No...—Un susurró, un murmullo, una palabra envuelta en el aire del cuerpo, un lamento, una destrucción.

Tarikan no dió un solo paso más, agitado podía escuchar su respiración, su mandíbula tensada mostraba solo la gran fuerza que tenía para no caer allí. En su pecho sentía un remolino que iba creciendo, un dolor que no quería asumir, su mente en blanco se mantuvo así hasta que sus ojos pudieron visualizar lo que no quería ver.

En los brazos de un soldado, la mujer que había amado con toda su alma, era cargada como un muñeco sin vida, sus brazos colgados a los costados, su ropa ensangrentada daba fin a una vida hermosa y placentera junto a ella.

—Mirala —dijo Alain.

Con una sonrisa, miró a todos mientras dejó caer el cuerpo de una mujer que violentamente tensó la cuerda en su cuello. El sonido seco que hizo el cuerpo al golpear la muralla detuvo la saliva, el respirar y el corazón de todos.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora