—¿Por qué la pequeña marquesa está interesada en ti? —preguntó Caleb mientras el duque observaba por la ventana a la invitada que se marchaba en su carruaje.
—Léela, no me importa —dijo apuntando a la carta arrugada sobre su escritorio.
El sonido del papel llenó la habitación mientras que el duque se acercaba a los sirvientes para ser vestido. Caleb también había sido uno de los sobrevivientes de aquel fatídico día con Tristán, pero era uno de los hombres que guardaba la compostura, al menos delante de los demás, a pesar de que también llevaba rencor contra el marqués.
—Al parecer la marquesa Sophia está buscando pretendientes para sus hijas, seguramente buscarán alguien con la fortuna necesaria que pueda ayudar a levantar Abeul.
—No me extraña, pero ¿cómo estarán buscando esposa si apenas podrían pagar él dote?
—Seguramente hablará con el rey, pero es absurdo que pague el dote y después el marido tenga que poner las finanzas hacia Abeul. Al menos sus hijas son bellas, ¿No? —preguntó Caleb mientras no dejaba de leer la carta.
—No me interesa, haz que los hombres se preparen, iré al castillo real y partiré en una hora, pero no le digas a Merlín, iremos sin él.
—Entiendo entonces, ¿ya tiene el castigo que nos dará por Abeul?
—Supongo que sí, ya me han vuelto a llamar.
Merlín era bastante parecido a Tarikan, pero a diferencia de él era que siempre se tomaba todo personal, tenía poco temperamento y podía muy bien perder los estribos si no le agradaba lo que el rey iba a dictar. Por esta vez el duque prefirió excluirlo de su visita al castillo.
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Aynoa llegó directo a unirse a la fiesta, saludando con elegancia a los invitados que estaban en los jardines, tomó una copa de vino y la bebió hasta el fondo antes de darse cuenta de la mirada de Sophia que la observaba desde el otro extremo del jardín.
—Aynoa —dijo Mariam acercándose junto a un grupo de hombres—. Te presento a los condes de la capital, señor Arthur es dueño de las mejores tiendas de tela, el señor Liam es dueño de dos tiendas de joyas, las más grandes de la capital y el señor Rusel maneja la transportación del cobre.
—Un gusto conocerlos —contestó ella bajando su cabeza con elegancia.
—Señores, ella es mi hermana pequeña, es la hija del primer matrimonio del marqués Tristán, es lamentable que no haya heredado más de la madre, pero lo que carece de belleza, mi hermana lo tiene de actitud, ¿no cierto Aynoa?
—¿Qué es lo que le gusta, señorita?
—¿Mi leidy sabe cabalgar? —preguntó el conde Arthur, un hombre de pelo negro con un bigote finamente cortado, era alto y delgado, con una manzana de Adán bastante pronunciada.
—Solo un poco, al menos aún no me han tirado al suelo —contestó ella y logró que los condes soltaran una pequeña risa de simpatía.
—Podríamos ver las piletas, ¿no? —dijo Mariam apuntando hacia ellas, el jardín tenía tres grandes piletas que muchas veces era el centro de atención.
Lo que Mariam había intentado hacer no lo logró, los condes ignoraron su propuesta y continuaron haciéndole preguntas a su joven hermana.
—¿Qué prefería, los jardines o los salones?
—¿Para qué específicamente señor? Si se refiere a los bailes, obviamente elijo los salones, son iluminados y la música se puede escuchar en todos sus rincones, pero si habla de una cena o un té, me agrada más el aire libre.
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Tarikan - Las cadenas de la Corona
FantasySu gente, su pueblo, sus sueños, todo lo que era importante acabó aquella tarde. Los monstruos gobernados por un demonio atacaron el marquesado aniquilando todo a su paso y la ayuda llegó bastante tarde. Llevada a la capital junto a su familia, Ayno...