43.-Sentimientos

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—¿Reimy? —dijo el duque tocando la puerta de su habitación.

—Señor, adelante.

Su mayordomo enseguida le abrió la puerta haciéndola rechinar, era muy de mañana y el sol recién comenzaba a dar sus primeros rayos de luz.

—¿Cómo te sientes? —dijo Tarikan entrando y observando un poco el lugar.

La habitación estaba reluciente, pero la cama se encontraba sin hacer aún, parecía que el mayordomo recién se había levantado.

—Ya sabes, soy un anciano, me quejaría todo el día de mis dolencias.

—No me interesan tus reclamos por tu edad. Siéntate mejor y déjame verte esas heridas.

—¿Por qué está aquí? Lleva poco tiempo en el ducado y ya se está escapando temprano —dijo el hombre sentándose en una silla mientras que el duque se sacaba la chaqueta y la dejaba sobre la cama— ¿Qué dirá su esposa que la abandona tan rápido como sale el sol?

—No dirá nada —dijo él sonriendo.

—No puede descuidar a su esposa, está recién casado. Ordenaré que hoy lleven sus cosas a la recámara matrimonial.

—No harás tal cosa.

—Pero duque, ¿compartirá entonces la habitación matrimonial solo unos días?

—Claro que no, no tengo interés es pasar las noches con ella —dijo el duque caminando hacia el hombre y ubicándose detrás de él, levantó sus manos y las luces de curación comenzaron a iluminar la espalda del mayordomo.

Reimy aún tenía sus heridas delicadas, podían fácilmente abrirse por algún esfuerzo mayor, por lo tanto, Tarikan se encargó de ayudarlo.

Sintiendo como su espalda se cubría con un manto helado y refrescante suspiró relajado mientras dejaba caer su cabeza sobre su pecho.

—No irá contra la iglesia nuevamente, ¿cierto?

—Reimy, no dirás nada.

—No, señor, pero las criadas se darán cuenta de que usted y la señora...

—¿Te dejo las heridas así, cómo están? —le interrumpió.

—Trataré de mantener la información lo más íntimo posible.

—Así se habla, no esperaba menos de ti.

—Hoy viene el sastre y también el mercader para el cambio de cortinas. La duquesa parece interesada en su...

—Haz lo que ella quiera, estoy seguro de que le ayudará a involucrarse en todo.

—Sí, señor, como usted lo ordene.

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Aynoa había aprendido muchas cosas en tan poco tiempo, el castillo era enorme y hermoso, los primeros días debía seguir a los sirvientes para ubicarse, pero poco a poco comenzó a saber dónde estaba cada una de las cosas. Por fin podía tener su habitación propia, elegantemente decorada, tenía una cama donde justo en la noche era iluminada por la luz de la luna, una vista expendida del territorio, de los patios delanteros junto a un silencio que nada del exterior le llegaba a molestar. Poco a poco los arrepentimientos que una vez tuvo se fueron esfumando.

Conoció los cuartos de entrenamiento dónde los soldados practicaban, también conoció el edificio de estudiantes donde pudo ver a muchos niños desde la ventana, todos sentados mirando a un hombre que les hablaba en voz alta. Se dio cuenta de que había jóvenes de diferentes edades, incluso niños de solo seis y ocho años.

Tarikan - Las cadenas de la CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora