Ante su observación, Derek sacó perezosamente la lengua y se humedeció lánguidamente los labios. La sensación de hormigueo dejada por el mordisco hizo que Judith sintiera como si le estuvieran lamiendo sus propios labios.
-¿Qué te parece? -La voz grave asaltó sus tímpanos. Por un momento, Judith no entendió por qué se sentía como si estuviera ardiendo-. El primer beso con tu marido.
La pregunta, unida a la sonrisa fácil, era tan erótica que no podía apartar la mirada. Su corazón latía a un ritmo inusualmente rápido.
A pesar de la popularidad de su marido, a Judith nunca le había parecido guapo ni encantador. Siempre le llamó la atención su comportamiento ruin antes que su aspecto. Pero en ese momento, eran sus apuestos rasgos lo que capturó todos los nervios de Judith.
No, no era su aspecto, eran esos ojos rojos los que se le clavaban en la cabeza y sacudían sus sentidos. Era como si estuviera completamente hipnotizada por una gema.
Judith, que lo miraba fijamente, se despertó con el repentino sonido de unos pasos. La puerta de su despacho estaba justo a lado ella que estaba tirada en el suelo, lo que significaba que si alguien la abría, podría presenciar aquella escena.
Ningún sirviente abriría la puerta sin el permiso del dueño, pero Judith, que había perdido la cabeza por el repentino incidente, ni siquiera pensó en eso. Rápidamente empujó sus hombros hacia atrás y yo también levantó la parte superior de su cuerpo.
-¿Qué te parece?
Sólo entonces fue capaz de responder a su íntima pregunta. Sin embargo, con una cara tan caliente como una manzana madura, era una protesta peor que no hacerlo. Y Derek parecía muy consciente de eso también.
-¿Por qué, no te ha gustado?
Jadeó Judith, sobresaltada por una mano grande que se deslizaba entre los pliegues de su falda.
-Debe de haber sido agradable...
Su tono era de seguridad mientras sonreía. La yema de un dedo sigiloso me hizo cosquillas en la pantorrilla, oculta por la falda.
Era extraño.
El beso había sido, y seguía siendo, extrañamente sensible en todos los lugares que tocaba. Era como si estuviera en un sueño extático, y tenía la incongruente sensación de querer escapar y luego querer estar atado para siempre.
Sobre todo ahora, cuando miraba aquellos ojos, de un rojo claro sin ningún atisbo de púrpura. No podía pensar con claridad, como si la estuvieran agarrando del cuello y arrastrando la razón.
-¿Lo hacemos una vez más?
Sus labios ya estaban demasiado cerca.
El pecho de Judith se apretó al recordar el estimulante movimiento a través de la membrana mucosa de su boca. No podía estar segura de que la sensación palpitante no fuera una anticipación.
Pronto sintió un suave roce de labios contra los suyos.
-Mmh -gimió Judith, un gemido retumbante procedente del fondo de su garganta.
El sonido le resultaba desconocido, pero el placer que él le estaba proporcionando dominaba sus nervios aún más intensamente.