120. Yakusoku

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La habitación estaba en completa calma, apenas iluminada por la suave luz de la luna que se filtraba a través de las ventanas. El silencio envolvía la casa, roto solo por el suave murmullo de las hojas de los árboles afuera y la respiración tranquila de Daiki, quien dormía plácidamente en su cuna.

Itachi y T/N estaban acostados uno frente al otro, compartiendo un momento de intimidad y serenidad. El peso de los últimos días aún se sentía en sus cuerpos agotados, pero en ese momento, solo había espacio para la paz. Él, con una suavidad que parecía casi irreal para un hombre que había conocido tanto dolor y batalla, acariciaba lentamente la cintura y el vientre de T/N, aún levemente abultado por el reciente nacimiento de Daiki. Sus ojos, oscuros y profundos, la miraban con una ternura que pocas veces mostraba.

T/N no podía apartar la vista de él, su mirada recorriendo su rostro, como si necesitara asegurarse de que todo aquello no era un sueño. Sus dedos rozaban la piel de Itachi, acariciando cada línea de su rostro con una delicadeza infinita, como si lo redescubriera después de tanto tiempo. Para ella, estar así, juntos, después de todo lo que habían pasado, era casi un milagro.

—No puedo creer que estés aquí... —murmuró ella, su voz apenas un susurro en el silencio.

Itachi esbozó una sonrisa leve, esa que reservaba solo para ella. Sin dejar de acariciarla, inclinó su frente hasta tocar la de ella, sus respiraciones sincronizándose en el silencio de la noche.

—Siempre estuve aquí, T/N —respondió suavemente—. Y siempre lo estaré.

Las palabras de Itachi la envolvieron en una calidez reconfortante. Sentía que, a pesar de todo el caos y la guerra, en los brazos de Itachi estaba segura, como si nada más en el mundo pudiera tocarlos. Cerró los ojos por un momento, disfrutando del simple placer de sentirlo cerca.

—Esto parece un sueño... —murmuró ella, acariciando su mejilla con los dedos—. Y si lo es, no quiero despertar.

Itachi la observó en silencio, admirando cada pequeño gesto que hacía, cada detalle de su rostro que ahora podía memorizar con calma, sin la sombra de la guerra persiguiéndolos. No necesitaba decir nada más; el simple hecho de estar allí, juntos, era más que suficiente.

T/N se acomodó un poco más cerca de él, dejando que el cansancio finalmente la alcanzara. Mientras sus párpados comenzaban a cerrarse, no soltó a Itachi, aferrándose a él como si pudiera protegerlo de cualquier otro mal en el mundo.

Finalmente, ambos se quedaron dormidos, sus manos entrelazadas, envueltos en esa tranquilidad que tanto habían anhelado. La luna los observaba desde lo alto, testigo silenciosa de su unión, mientras el mundo afuera, por primera vez en mucho tiempo, parecía en paz.

 La luna los observaba desde lo alto, testigo silenciosa de su unión, mientras el mundo afuera, por primera vez en mucho tiempo, parecía en paz

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Unos días después, T/N caminaba por las calles de Konoha, dirigiéndose hacia la oficina de Tsunade. El cielo estaba despejado y el aire de la aldea se sentía más tranquilo que en tiempos recientes. Sin embargo, en el fondo de su mente, había cierta inquietud. Tsunade la había mandado a llamar, y aunque no esperaba malas noticias, algo en la forma en que la Hokage lo había solicitado parecía diferente.

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