Presunción

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Crecer, romper con lo abitual.

Ser libre.

Con todos nuestros contendientes ubicados en una misma ciudad, y más aún, dos de nuestros principales enemigos a los lados, cualquiera diría que lo ideal sería crecer despacio sin llamar la atención, pero no es del todo cierto.

En realidad existen dos caminos distintos a la hora de crecer; el primero es por supuesto actuar con templanza. El segundo, por otro lado, es crecer y aplastarlos con nuestra exorbitante superioridad.

Por supuesto que una persona tan egocéntrica como yo no elegiría el primero de los caminos.

Lo primero que hice fue colocar la rosa en el altar que la reina había dispuesto para ello; luego di la orden a los trabajadores de reunir los materiales y empezar a retirarse.

Dejé a Erika esperando y viajé al templo de Shoponia; la sala de oración estaba vacía, aunque era algo obvio considerando la hora.

Simplemente me moví en silencio hacia mi habitación y al abrir la puerta, me encontré con una escena bastante curiosa.

—Rika... Rika... Tócame más.

Jazmín, con los ojos cerrados para estimular a su imaginación, se estaba masturbando, pero llevaba puestos unos boxers que yo usaba en mi anterior vida y mis viejos guantes de artes marciales ¿de dónde sacó eso?

Entré caminando con una sonrisa Malvada y me detuve a su lado, por lo que, en cuanto abrió los ojos, saltó sorprendida.

—¡Rika! ¡Yo...! —y de inmediato trató de ocultar aquellas prendas—. Esto no es...

Me senté en la cama y jalandola del brazo, la recosté boca abajo sobre mis piernas.

—Silencio, ya me contarás de donde sacaste eso —le bajé los boxers; ella se había mojado tanto que los fluidos estaban escurriendo entre sus nalgas y la tela de aquella prenda se encontraba ya bastante húmeda—. Ahora te castigaré por guardarme secretos.

Le dí una fuerte nalgada y ella gimió.

Acaricié su trasero con delicadeza; no estaba enojada en realidad por lo que sucedía. Sólo me mostraba así para sorprenderla, pero, por sobre todo, ésta podría ser mi manera de decirle que la extrañé.

Le di otra nalgada; esta chica me había hecho tan dependiente que no podía dormir bien sin ella.

Le di de nuevo y ella soltó un adorable grito.

—¿Entonces?

—Los tomé de casa de tus tíos cuando fui a vengarme de lo que te hicieron en tu otra vida.

Eso me sorprendió.

—Entonces los conservaban —lubriqué dos de mis dedos con sus flujos vaginales y los metí en su ano—. ¿Por qué no me dijiste nada?

—Eran mis tesoros —respondió entre gemidos—. Los uso cuando no estás para no sentirme sola.

—Tonta, podrías habérmelo dicho y yo te los habría dejado, no tengo nada que hacer con ellos.

—¿En... Serio?

Saqué mis dedos y le di otra nalgada mientras asentía.

—Ahora, ¿aceptaras tu castigo por guardarme secretos?

—Lo que sea.

—Yo también quiero algo tuyo.

—¿Qué? —preguntó extrañada mientras levantaba la cabeza para verme.

Emisaria De La Diosa Del Mal 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora