NATACIÓN EN PANDEMIA

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NATACIÓN EN PANDEMIA

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NATACIÓN EN PANDEMIA

Las calles de San Felipe en verano se tornan pesadas. Un aire sofocante lo invade todo e incluso el hecho de respirar ese aire caliente y seco pareciera dificultar la vida. La vida de cualquier ser, excepto tal vez las lagartijas que son las únicas que parecieran estar cómodas con esas temperaturas. La gente se encierra en sus casas. Nadie en su sano juicio saldría a la calle tipo tres de la tarde. Las persianas se bajan. Las cortinas se cierran. Los ventiladores funcionan al máximo de sus revoluciones. Ni los perros se atreven a ladrar.

Es domingo. Tengo 10 o 11 años. Mis padres hojean flojamente los diarios. Yo he almorzado, temprano y rápido. Estoy ansioso. Incluso he ayudado a retirar la mesa a mi madre y lavé los vasos que hemos utilizado. Voy al patio de mi casa y reviso la presión de los neumáticos de mi bicicleta, a una de ellas le falta aire y cojo el bombín y a pleno sol, sin importarme los gritos de mamá pidiéndome que me ponga algo en la cabeza, comienzo a inflar la rueda. Después voy en busca de mi mochila y pongo dentro de ella una toalla, mi traje de baño, unas sandalias. La verdad es que no necesito nada más. Luego, me siento a esperar en el living varios minutos que mis amigos me pasen a buscar. Minutos que me parecen eternos. Mi padre previamente me ha pasado plata. Si, por que hoy vamos a ir en bicicleta a la piscina pública de la ciudad de Santa Maria que se encuentra a unos 10 km de San Felipe en un viaje que tiene de mucho de aventura, pero también de locura por pedalear bajo ese infernal sol, pero cuya recompensa mayor es el gran chapuzón que nos daremos mis amigos y yo.

Antiguamente, por si alguien lo olvidó, o nunca lo supo, eran escasos los hogares que contaban con piscina y lo habitual era ir a una pública sobre todo si uno vivía en una ciudad no costera, por ende no todo el mundo sabía nadar. En la actualidad es muy variada la oferta que existe ya sea piscinas públicas, para socios de algún club, y lo que se ha hecho más habitual en edificios que la han incorporado en forma rutinaria en sus edificaciones y ni que decir en los condominios particulares que cuentan ya no con una sino con varias y de diversos tamaños y que a pesar de la pandemia se las han arreglado para ir abriendo en forma paulatina para dicha de muchos.

Tiempo actual.

Veo cabalgar a mi hijo las olas en su tabla de body en la playa de Maitencillo. Es su nueva diversión. Está rodeado de una verdadera tribu de jóvenes y no tan jóvenes que al igual que él están enfundados en unos trajes negros sumamente ajustados y que les estilizan la figura, pero sobre todo los protege de las gélidas aguas del mar chileno. Ese traje, pienso, es el mejor invento si uno quiere disfrutar del mar y sus olas. Él, al igual que casi todos los de su generación ha podido bañarse tranquilamente ya sea en mar o pileta cuando han querido. Incluso su colegio cuenta con piscina propia, por lo que el hecho de aprender a nadar fue algo que simplemente sucedió en su vida. En mi caso, he de confesarlo, recién aprendí a nadar relativamente bien en mis 40 y pocos años cuando me decidí a tomar clases de natación en la piscina de la escuela de ingeniería de la Armada.

Ahora que sé nadar me he puesto curiosamente cada vez más malo para bañarme en el mar o en piscinas. Encuentro el agua como decía muy helada casi siempre y si me meto, me zambulló un par de veces y luego me salgo rápidamente para tomar sol. Eso sería todo. Puede ser que sea algo que acarreo por el paso de los años, una cierta comodidad, una falta de ligereza en el espíritu, no lo sé. Si he recordado ahora con nostalgia, mientras contemplo durante horas cómo mi hijo pasa metido en el mar, aquellas tardes de mi niñez en aquella piscina pública, donde toda una generación disfrutamos con simpleza de sus instalaciones, de su pasto verde, de su trampolín, de su negocio de bebidas , de la música saliendo por unos parlantes envejecidos, y también, todo hay que decirlo, de la visión imperecedera, pero fugaz de algunas chicas tomando sol y sumergiéndose en sus bikinis que nos invitaban ineludiblemente a comenzar a abrir los ojos e ir dejando el payaseo infantil de lado, para comenzar a concentrarnos más en ellas, que en el agua.

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