ZOMBIS Y PANDEMIA
Con mi hijo tenemos un acuerdo explícito. Los fines de semana que está conmigo lo obligo a ver una película o serie que elijo, y a su vez él me invita a ver alguna película o serie que le tinque. Para un cinéfilo-coach como yo, estoy frente a un clásico de negociación colaborativa del tipo ganar-ganar, donde el acuerdo se convierte en instrumento de comunicación, integración y crecimiento para ambos, independiente de que la película o serie no sea tan del gusto de uno de los dos.
En mi lista para ver, le está aguardando: Blade Runner, El padrino 2, El club de los 5, En Terapia (temporada 1). Él por su parte llegó el fin de semana pasado con una serie inglesa de adolescentes en Bristol bajo el brazo llamada Skins, que me encantó de entrada, a pesar de su crudeza y desparpajo y además con una temática bastante insolente: drogas, trastornos alimentarios, fiestas, sexo casual, pero que nos sirvió de excelente excusa para hablar de esos tópicos.
Sin embargo, sus películas favoritas últimamente son las de zombis. Este es un género con el cual nunca comulgué. Ni tampoco nunca me interesó. Diría más. Del género de terror siempre rehuí. No sabía muy bien porqué hasta que una vez saliendo del cine, (¿se acuerdan de esa palabra?) de ver una película de terror a la cual fui, algo obligado, me di cuenta que la emoción del susto me era totalmente desagradable. No el miedo en sí, eso creo poder manejarlo, pero saltar en la butaca, o en la vida me desagrada mucho.
Volviendo a los zombis y entre las muchas cintas que he visto producto de este acuerdo me quedo por lejos con Estación Zombie (Tren a Busan, 2016) una producción coreana que es una joya del género, pero sobre todo es una grandísima película, porque aparte de asustar, que lo hace y mucho, es emotiva, muy bien filmada y refleja de forma magistral la evolución en sus personajes, esos pasos temblorosos que dan algunos en dirección al lado oscuro y otros al luminoso.
Las historias de zombis son todas más o menos iguales. Lo singular en ellas es ver como el ser humano frente al miedo, a esa incertidumbre vital que es la posibilidad aterradora de convertirte en zombie, puede llevarte en cuestión de segundos a la indignidad más flagrante, convirtiéndote de paso en el sujeto más miserable con tal de salvar tu pellejo o puede brotar en ti el heroísmo más sublime y desinteresado y sucumbir en el acto.
Ese tipo de conductas en situaciones límites siempre me llaman la atención pues me pregunto: ¿qué hubiese hecho yo en su lugar? Recuerdo otra película (Fuerza Mayor, 2014) en donde unos padres con 2 hijos pequeños están en la terraza de un lujoso hotel en la nieve y de pronto viene una avalancha que aparentemente va a llegar con toda su fuerza arrasadora adonde están. Cuando la gran ola de nieve está casi encima de ellos el papá sale arrancando despavorido dejando atrás a su señora y sus 2 hijos para guarecerse.
Diferente literatura plantea como es en esos momentos, inesperados y repentinos, que rompen nuestro mundo apacible poniendo en peligro nuestra existencia, cuando aparece lo más real de una persona.
Hasta ahora son pocos los casos en que personas en la pandemia se han saltado las reglas productos del miedo. El caso del presidente de Clínica Las Condes es uno de esos, que se vacunó con una tercera dosis fuera de todo protocolo.
Me gusta creer que yo me comportaría correcta y virtuosamente si fuese el caso, pero estas películas me hacen preguntarme algo más íntimamente si realmente estaría a la altura.
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RELATOS DE CUARENTENA
No FicciónColumna de opinión sobre diversos tópicos, libros, política, cine, tv, personajes, memoria etc