CAVILACIONES EN PANDEMIA

12 0 0
                                    


CAVILACIONES EN PANDEMIA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

CAVILACIONES EN PANDEMIA

Leo la frase, "nunca es tarde para cumplir tus sueños", a raíz de una nota de prensa en la que un abuelito de 90 años se graduó como doctor en Derecho, en Italia. Estoy muy de acuerdo con dicha aseveración, porque la razón de existir de los coach es justamente esa, ayudar a nuestros clientes a cumplir sus sueños. Pero me quedo pensando: ¿qué pasa cuando no tienes sueños que cumplir?, ¿qué sucede cuando de niño no soñabas con nada en especial y simplemente te dedicabas día tras día a jugar y jugar? y cuando ya adolescente te concentrabas en la exploración de tu cuerpo y el paisaje y en observar de lejos a las chicas que aparecían en este nuevo mapa y ahora que eres adulto y empiezas a recorrer los últimos tramos de tu existencia y te das cuenta que nunca has tenido mayores ambiciones y que muchos de tus logros, muchas de aquellas cosas de las cuales te sientes realmente orgulloso, simplemente sucedieron en tu vida y no fueron obra de un plan concebido de antemano, pues simplemente ese plan nunca existió.

La verdad, puede ser a ratos frustrante esa sensación. Que en cierta forma no has tenido una hoja de ruta clara, que los hechos uno tras otro se han sucedido en una suma de decisiones, algunas pensadas otras antojadizas, pero que no obedecían a ningún propósito en especial.

Creo que nunca he tenido algún talento especial, ni he sido particularmente dotado para algo. Me gustaría haber sido ese tipo de persona que precozmente descubre para qué sirve en la vida.

Sí, he tenido deseos, he tenido aspiraciones. Aun los tengo. Hay cosas materiales que me gustaría tener y que no poseo. Hay trabajos a los cuales aún aspiro. Hay lugares que quiero conocer y que me gustaría compartir con personas especiales. Tengo aún muchos libros por leer. Pero, si nada de aquello sucediera no sé si lo lamentaría tanto.

He llevado la vida que he querido llevar. Me hubiera gustado, cuando joven, haber tenido más visión respecto a opciones e intereses profesionales, también sobre decisiones que me hubiesen otorgado cierta estabilidad económica. Nada de eso sucedió entonces. Ahora es algo que tengo presente, pero que no se me ocurre cómo encarar.

Tuve que ir a tomarme un examen a un hospital, un hospital que yo ayudé a fundar y en el cual nació mi hijo. Nunca estuvo en mis planes ser partícipe de un proyecto así. Pero, se presentó la oportunidad y sin dudarlo la tomé. Ahora, al ya no ser parte de ese lugar y al mirar sus paredes -algo deslavadas- pienso que todo eso pertenece al pasado. Si reviso mi vida, ella está formada por situaciones así, una mezcla dispar de oportunidades y decisiones. Oportunidades que en cierta forma han desaparecido o que yo no he vuelto a ver.

En esto concuerdo con mi hijo. Extraño mi tiempo de encierro durante la pandemia. No existía presión alguna. Solo sobrevivir a la enfermedad, a la maldita peste. Ninguna otra clase de expectativa.

Con habitual frecuencia escucho a personas planeando viajes, pensando en hacer inversiones, ideando un proyecto por aquí y otro por allá, deseando ser algo más, soñando con alcanzar un puesto de jerarquía, o tener un todoterreno, o una parcela con vista al lago y al volcán. Cuando veo casas preciosas, de amplias habitaciones, desearía vivir ahí. Todas esas cosas me resultan muy atractivas, pero, aun así, creo que no las deseo con todo el corazón.

Hay una parte de mí que le gustaría que esos temas me interesaran más. Por otra parte, intento cultivar mi lado espiritual, medito y agradezco al universo y a ciertas deidades, pero siento que estoy a años luz de algún acercamiento más profundo y elevado; y nuevamente, no es algo que me preocupe.

Vivo en una estabilidad muy rara, que a ratos siento que pende de un hilo. De pronto todo puede irse al carajo, mi salud, mi estabilidad emocional, mi estabilidad financiera; todo es fragilidad.

Sin embargo, eso tampoco me angustia, y no me quejo. La vida es así.

Alejandro Magno se detuvo en Corinto y pidió conocer a Diógenes de Sinope, el filósofo que vivía con los perros, y que dormía en una tinaja. Alejandro entabló conversación con el ya anciano pensador y, horrorizado por las condiciones en las que vivía, le preguntó si podía hacer algo para mejorar su situación.

- "Sí, apartarte, que me estás tapando el Sol", contestó el filósofo, de malas maneras, al que era ya el dueño de Grecia.

Que estupenda respuesta.

RELATOS DE CUARENTENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora