GATOS Y PANDEMIA

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GATOS Y PANDEMIA     "Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos

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GATOS Y PANDEMIA
     "Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos." (Winston Churchill)
Recuerdo nítidamente una mañana fría de verano, hace varios años atrás, con una vaguada espesa y húmeda. Estaba sentado en mi escritorio y tenía a Maxi en mi regazo. Maxi, el gato. Me tenía abrazado con sus patas delanteras, mientras ronroneaba de una forma que a ratos llegaba a ser francamente inquietante. Luego comenzó a morder afanosa, pero delicadamente mi mano y mi brazo, con unos colmillos pequeños y filudos, de los cuales tenía él muy buen control. Así estuvo mucho rato. Luego finalmente me terminó lamiendo con su lengua, áspera como una lija, y de la cual prefiero ahora ni pensar dónde pudo haber estado previamente.
Desde la antigüedad hasta nuestros tiempos los gatos han sido objeto, dependiendo de la época, de una absoluta veneración, como era el caso en el antiguo Egipto, donde era idolatrado, a partir de cuándo la diosa Bastet; símbolo de la fecundidad y de la belleza, se representó con una cabeza de gato; a provocar incluso temor para el ser humano, y ser quemados en la hoguera, como ocurría en la Edad Media, pues a juicio de la Iglesia Católica era considerado un animal demoníaco, por el reflejo de la luz en sus ojos, que se creía eran las llamas del infierno. Después y particularmente debido a los estragos de la peste negra, su fama se revindicó, debido a su eficiente acción preventiva contra los roedores y como protectores de las cosechas. Sumó a esto su ya clásico rol de animal de compañía, apreciado por su dulzura, su gracia y también por su indolencia.
Personalmente nunca tuve cercanía alguna con el mundo felino, -era, mucho más de perros - Los encontraba demasiado independientes. Los imaginaba un poco huraños e impredecibles en su comportamiento, además de traicioneros, especialmente al ver las marcas de sus arañazos en los brazos y manos de gente que los tenía. Sin contar el recuerdo de mi test cutáneo que me hice a los 12 o 14 años que demostraba con fehaciente certeza mi alergia absoluta a los pelos y caspas de ellos.
Bueno. Todo ese mundo de certezas y prejuicios cambio con la llegada de Maxi al que era entonces mi hogar. Ese gato, que no nos pertenecía, era de una casa vecina, comenzó lentamente a ingresar a nuestro departamento y ganarse el corazón de todos los que habitábamos ahí y además el de todas las visitas ocasionales que tuvieron el privilegio de conocerlo y que inevitablemente se rayaron un poco con él por lo cercano, y hermoso que era, de un pelaje blanco con negro cautivador.
Su dinámica para entrar era simple. Arañaba la puerta, y cuando le abríamos emitía uno o dos maullidos de saludo, y se dirigía raudamente a la cocina donde había un plato con leche fría. También teníamos para ofrecerle jamón de pavo, que era su favorito. Luego se dirigía al lavabo del baño, donde ágilmente se subía y comenzaba a acicalarse con las gotas que caían de la llave semi abierta. De ahí se tiraba en algún lugar de la casa y se quedaba durmiendo un tiempo variable, incluso toda la noche, hasta que decidía que ya había sido suficiente y se acercaba a la puerta para que se la abriéramos y volver a su verdadero hogar.
En una iluminada decisión cuando nos separamos con la mamá de mi hijo, ella adquirió un gato. Así fue que llegó Mittens. Tomando el relevo en cierta forma de lo que Maxi había sembrado. Desde entonces es que acompaña a mi niño. Y la verdad, tengo que decirlo, es que me acompaña en cierta forma a mí también. Mittens es un ser muy extraordinario. De una forma imperceptible caí rendido a su poderoso influjo. Y en estos tiempos de pandemia cada vez que fui a buscar a mi hijo a su casa me aportó innumerables veces, serenidad, espiritualidad, y trascendencia, tan solo con verlo. Y también numerosísimas risas, con sus divertidas volteretas y con aquellas inolvidables y prolongadas conversaciones que hemos tenido en su particular lenguaje gatuno.
¿Qué tuvo de especial Maxi, que lamentablemente falleció el año pasado? ¿Por qué llegó a nuestra casa en esos tiempos tan difíciles? ¿Por qué mi hijo apenas lo veía gritaba de alegría? ¿Qué me quería decir con su ronroneo turbador y esas mordidas filudas en mi brazo? Y ahora Mittens. ¿Cuál es el secreto de esa profundidad y paz que transmite? Y su atractiva personalidad y su belleza cautivadora y su mirada hipnotizante, ¿de dónde vienen? O es que acaso, es simplemente: ¿tiempo de gatos?
Son preguntas que, mientras percibo como este 2021 comienza a despedirse me hacen sentir ignorante, intrigado, y melancólico y de las cuales aún no obtengo ninguna respuesta.
                                            Para Maxi y para Mittens

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