ALEMANIA Y PANDEMIA

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ALEMANIA Y PANDEMIA

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ALEMANIA Y PANDEMIA

Crucé el charco por primera vez con 26 años. Esta expresión coloquial se usa para referirse al viaje transatlántico entre España y América, en uno u otro sentido. Era muy usada por los emigrantes que se iban a vivir a América, aunque luego se extendió, y hoy se usa también cuando vas a cualquier país del viejo continente. Llegué a España y luego me puse a recorrer el resto de Europa por 2 meses. Iba en la compañía de un buen amigo con el que compartíamos en aquel entonces muchas cosas en común. Con el tiempo comprobé algo que escuché desde joven. No hay mejor plata invertida que viajar. Ese viaje, lo recuerdo como una mixtura de inagotable aventura, supina ignorancia, constataciones varias, aprendizajes y emociones diversas. Intentando no caer en lugares comunes relativo a lo que representan los viajes, el hecho de conocer el viejo mundo simplemente significó un revuelo en mi pequeño universo y por eso es que cual esponja absorbí todo lo que tuve a mano. Iglesias, museos, aceras, paisajes, olores, vistas, acentos, cielos, trenes, personas, fronteras, mapas, historia, climas, postales, comidas, y un largo etcétera se grabaron en mí.

Pero, sin duda mí llegada a Alemania, en concreto a Berlín fue algo especial. Unos años antes había caído el muro y lo que encontré fue una ciudad en vías de reunificación, pero en absoluta efervescencia y repleta de vida. Con gigantescas grúas que cruzaban la parte occidental y las primeras tímidas construcciones que comenzaban a inundar la parte oriental, que aún mantenía los característicos bloques de edificios grises de la época comunista. Alojamos donde una generosa chilena que sin conocernos nos abrió su corazón y su pequeño departamento en la parte oriental. Había sido esposa de un exiliado, que la había abandonado al poco tiempo de llegar a Alemania. Quedó en cierto modo varada en ese país. Se las batía dignamente, limpiando oficinas y criando a sus 2 hijos. Acompañados de ella conocimos un profundo Berlín.

Muchos años antes de aquel viaje, escribí un cuento que titulé El Cielo sobre Berlín, parafraseando la famosa película de Win Wenders. En el cuento, una chica, llamada Ignacia, llega a Berlín. No conoce el idioma, solo maneja algunas palabras que ella aprendió de la película de Wenders. Después de descansar en su hotel sale a caminar por la ciudad. Mira esperanzada al cielo buscando aquellos ángeles de abrigo largo de la película. Al principio está asustada, se siente sola, no sabemos por qué está ahí, pero poco a poco va sacando fuerza y comienza a mezclarse con los cientos de turistas que se reúnen en torno a la puerta de Brandeburgo.

Mi hijo habrá tenido unos 8 años cuando llegó una tarde a mi pieza donde yo veía una antigua película bélica llamada Hundan al Bismark (1960), que contaba cómo la armada británica conseguía hundir al poderoso blindado Bismarck en 1941. Algo de esa cinta cautivó su corazón de niño. Por supuesto las escenas de guerra, que veía incansablemente una y otra vez mientras las recreaba en su cama con figuras de plastilina, pero también yo veía en sus ojitos como le llamaba la atención el trágico destino del capitán alemán y su tripulación, quienes pasaban de estar empapados de la épica delirante del tercer Reich y sentirse invencibles en ese acorazado, al miedo y el horror de ser acorralados, aniquilados y finalmente hundidos.

Mi cuento terminaba así: "Y se sintió bien, contenta, en paz por fin. Y animada pidió que le tomaran una fotografía junto a las ruinas del ya destruido muro. Y respiro y respiro grandes bocanadas de aire, mientras miraba a su alrededor, buscando a quien abrazar. En el cielo sobre Berlín, los ángeles contemplaban desde la altura"

Mañana, mi adorado hijo con 17 años recién cumplidos se va a cruzar el charco por primera vez con destino a Alemania.

Se va de intercambio por varios meses.

Estos recuerdos, escritos aún en pandemia son para él.

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