DIARIOS Y AÑORANZA EN PANDEMIA

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DIARIOS Y AÑORANZA EN PANDEMIA

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DIARIOS Y AÑORANZA EN PANDEMIA

Si hay algo que rememoro de mi vida pasada es aquellos atracones de diarios que me mandaba los días sábados, pero especialmente los días domingos. Tenía una cierta costumbre que consistía en partir tipo 10 de la mañana a la playa de Reñaca, donde me ubicaba en un asiento situado estratégicamente que, me permitía ver el mar y el horizonte sin la molesta interrupción visual de la reja protectora que separaba el paseo peatonal de la playa. Ponía mis diarios comprados (en ese tiempo que recuerdo: El Mercurio, La Época, El Metropolitano, La Tercera) en el asiento y comenzaba el placentero, relajado y solitario hábito de la lectura, placer que sólo el que ha sido lector de diario en papel puede entender. Al cabo de unos 50 minutos de lectura más o menos ininterrumpida, dejaba los diarios en el auto, botaba los ya leídos y me ponía a caminar por el borde costero sintiendo el aún cálido sol otoñal o de primavera o incluso de finales de verano, donde la gracia era la escasa cantidad de gente que a esa hora circulaba por ahí. Normalmente me detenía en el quinto sector y observaba con algo de curiosidad y algo de envidia a los surfistas que cabalgaban las olas en la distancia. Luego volvía lentamente, incluso a veces por la orilla del mar, sacaba los diarios del auto y recomenzaba la lectura de nuevo hasta terminarlos.

Aquellos días de excesivo frío o de lluvia o por la simple flojera de quedarse envuelto en las sabanas hasta más tarde, producto tal vez de un merecido trasnoche previo, el ritual cambiaba, no así el objetivo final. Éste consistía ahora básicamente en ponerme un pantalón de buzo, un polerón viejo, coger las llaves del departamento y algo de dinero y así sin siquiera lavarme la cara ir a un quiosco que quedaba a una cuadra o cuadra y media a comprar los periódicos del día. Luego volvía rápidamente a casa sumido en una extraña excitación, cómo si temiese por una parte que alguien me fuese a asaltar y robar mi preciado tesoro y por el deseo casi adictivo de hincarle el diente a los contenidos noticiosos de ese día. Entraba me servía un café y a continuación a la carrera me sacaba la ropa y me metía nuevamente a la cama que aún permanecía tibia.

Pocas cosas me han gustado más en mi vida que ver los diarios desparramados y amontonados encima de mi cama y sobre todo si es de mañana y dispones de todo tu tiempo y tus ganas. Posiblemente una mujer de pelo desordenado y aún somnolienta me provoque el mismo entusiasmo y placer, pero eso es otra cosa.

Esta práctica de lectura tiene un origen familiar. Siempre mis padres leyeron diarios y revistas y mis hermanos también hasta el día de hoy, por lo que obviamente ha sido un hábito adquirido, del que sin duda estoy muy agradecido pues me ha provocado muchísimas satisfacciones.

Escucho con pena en un reportaje del siempre estupendo canal alemán Deutsche Welle como debido a la pandemia, los diarios del mundo, que ya venían golpeados desde antes por la disminución del tiraje y la publicidad y la irrupción de los medios digitales, ahora por la crisis del coronavirus, su situación no ha hecho más que empeorar, debiendo muchos de ellos definitivamente cerrar, o fusionarse incluso con sus competencias para así poder sobrevivir. Ni que decir de las revistas. Al cierre de las emblemáticas revistas Paula y Qué Pasa ,este año se sumó la revista Capital acá en nuestro país.

Pensaba que yo mismo no compro un diario desde hace meses, lo que no implica necesariamente que no me siga informando. Es más la información en estos momentos que dispongo es mucho más variada e instantánea.

De hecho tengo un amigo que diariamente me envía una selección de periódicos en digital que van desde La Estrella de Valparaíso a Le Monde Diplomatique.

Pero debo confesar que no es lo mismo. Es cierto que la información está ahí. Pero no se trata sólo de un asunto de información. Hay un componente que no está, y que es difícil de explicar. Pero creo que es el papel. Es lo mismo que me sucede con los libros en digital. Me ha sido difícil darle la vuelta.

Algo sucede con el papel. No voy a decir que es el olor pero casi estoy tentado. Tampoco diría que es la textura, ¿o sí? Como ven no tengo certezas. Creo que finalmente es el gesto, imperecedero a mi modo de ver, que existe en hojear un libro, en hojear un diario, una revista, recorrerlo con las manos y encontrarse con la novedad y la sorpresa de la sucesiva página impresa. De hecho, confesaré, que tengo muchos recortes de diario guardados con valiosa información, de los cuales me siento muy orgulloso, especialmente críticas o comentarios de libros, que colecciono a su vez dentro de los mismos libros que critican. También tengo suplementos antiguos...todo en papel.

En fin.

Probablemente todo esto habla más de la brutal constatación del término de una época.

Y también supongo el de mirar la vida de una forma algo más naif y que va más allá del sólo hecho de querer informarse. Será que no quiero ser sólo un algoritmo para las redes,  que me sugieren constantemente lo que debo leer o ver. ¿O será que simplemente yo tampoco quiero desaparecer?

Me gustaría  revindicar la lectura pausada, el hojear calmado de la información para poder procesarla mejor y no el frenético click al cual estamos sometidos en la actualidad. Creo que hay un gesto poético en ello, tal vez. Un guiño romántico. Una añoranza por esos tiempos pasados.

Tiempos pasados, que sabemos, pues tampoco somos tan ingenuos, ya no volverán.

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