JAPÓN Y PANDEMIA

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JAPÓN Y PANDEMIA

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JAPÓN Y PANDEMIA

"Salta una rana / en el viejo estanque. / Ruido de agua" Basho

Leo una información que capta mi atención: los japoneses finalmente después de 2 años de pandemia se han podido volcar a sus parques para observar la tradicional temporada de los cerezos en flor. El peak de este fenómeno fue el domingo pasado, y cito el encabezado de la noticia: "En el Parque Chidorigafuchi, un célebre "hanami" (punto de observación de los cerezos en flor) ubicado al noroeste del Palacio Imperial, miles de personas contemplaban los pétalos color rosa pálido mientras paseaban bajo las filas de árboles o desde botes de remos en el foso del palacio." Más adelante y en la misma nota: "Quería venir este año y estoy realmente feliz", dice Midori Hayashi, una jubilada de 75 años que ha pasado la mayor parte de los últimos dos años en su casa. Averiguo por mi cuenta que cuando los primeros cerezos empiezan a abrir sus flores significa que falta poco para el final del invierno. A este momento se le conoce como Kaika y suele anunciarse e incluirse en las previsiones meteorológicas de Japón. El punto álgido o pico se denomina Mankai, que fue lo que ocurrió este domingo. La flor del cerezo, o "sakura" alcanza por lo tanto su punto de máximo esplendor entre fines de marzo y principios de abril y es la preferida de los japoneses, pues simboliza el renacer de la propia vida y de su belleza. Por otra parte, para los antiguos samuráis, la flor del cerezo simbolizaba la sangre, pero también la fragilidad y lo efímero de la vida, asociada al sacrificio en la vida de ellos.

Japón también ha estado presente esta semana en las informaciones a raíz del trágico y mediático caso de Narumi Kurosaki, la joven estudiante japonesa en cuya desaparición, el principal sospechoso, es el chileno Nicolás Zepeda. Cuesta creer en su inocencia y los detalles del caso son escalofriantes. En otro ámbito Japón también estuvo noticioso, ahora para la comunidad cinéfila, a raíz del Oscar a la mejor película extranjera que obtuvo la cinta "Drive my car", dirigida por el japonés Ryûsuke Hamaguchi en una adaptación del relato corto del escritor, también japonés y súper ventas Haruki Murakami. Cinta que habla de amor, pérdida e incomunicación y que la crítica ha dicho que es simplemente una película cautivadora.

Hay algo en la cultura japonesa que me atrae. Algo en sus rituales, la mayoría tan solemnes y peculiares; en su minimalismo expresado por ejemplo en la belleza de sus Haikus, aquellos poemas breves donde escribiendo poco dicen mucho; en su estética influenciada por el budismo y el sentido de la trascendencia; en su cultura en general, con esa minuciosidad en sus creaciones y ese sentido del honor tan particular y único de su gente reflejado en el Bushido, el código de los principios morales enseñados a los caballeros en el Japón antiguo.

En Foodie Love, una serie española a la cual llegué por casualidad y que, recomiendo absolutamente, la protagonista estuvo viviendo en Japón durante algunos años, donde tuvo una relación con un chico japonés y del cual ella constantemente se está acordando a lo largo de los capítulos, sin saber nosotros el motivo de su aparente ruptura. Ella es una absoluta conocedora de la gastronomía japonesa, y fanática del Ramen y el Sake y tiene unas inquietantes pesadillas en donde aparece la imagen de olas en forma recurrente.

Sin querer hacer spoiler finalmente vemos que la ola corresponde, en una bella metáfora a la estampa de La gran ola de Kanagawa, un dibujo clásico y muy famoso del japonés Katsushika Hokusai donde la ola está a punto de devorar dos barcazas, con el monte Fuji como un testigo impávido y silencioso en el horizonte.

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