MÚSICA EN PANDEMIA

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MÚSICA EN PANDEMIA

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MÚSICA EN PANDEMIA

El otro día un amigo me invitó a la inauguración de su nueva casa (con aforo limitado). Como yo me esmero en ser un tipo civilizado y con algo de sentido común, desde que puse un pie en su casa no escatimé elogios frente a los comentarios que él me hacía, mientras recorríamos sus dependencias. No por afán adulador, no me malinterpreten, estoy lejos de ser un zalamero, sino por la saludable práctica de intentar hacer más grata la existencia de las personas -cuando se puede- Si alguien, por ejemplo, me muestra su quincho trabajado en obra, de lo cual está muy orgulloso, o su extenso gobelino de pared a pared, quien soy yo para venir a decirle algo. No me queda más que brindarle una amplia sonrisa. Lo mismo para esas personas que te hacen ver interminables fotos de sus vacaciones en Kazajistán. O te muestran su refugio, donde meditan y hacen yoga. Mi naturaleza me hace ser amable y retribuirles prestándoles atención, e incluso algún oportuno adjetivo positivo, siempre y cuando se trate de estos asuntos pedestres.

En eso estábamos, cuando reparé en un alto de cajas de embalar que contenían, me dijo mi amigo, cientos de discos compactos y vinilos de los cuales él se notaba muy orgulloso. Con curiosidad empecé a mirarlos, mientras el resto de las personas que participaban de la recepción bebían y conversaban, todo en un ambiente bastante distendido y alegre. Mi amigo de pronto se acercó, y con renovado entusiasmo me comentó que estaba diseñando el mismo un mueble especial -fueron sus palabras- , para poner toda su colección. Ahí estaban, frente a mis ojos, todo el cancionero latino ochentero; música de películas, desde Top Gun pasando por Footloose y El poder y la Pasión; todo U2 por supuesto; todo Pólice; algo de Nirvana; música clásica, violinistas tipo Kenny G, hasta llegar al insufrible Andrés Riau. De pronto, no me dieron ganas de seguir mirando esos discos. De pronto, me vi a mi mismo guardando y coleccionando mucha música. Y me vi, también de pronto, entrando a innumerables departamentos de amigos, partiendo por el mío, donde el lugar donde estaba los discos era el altar, un lugar poco menos que de peregrinación y el cual idealmente debía cumplir con ciertos estándares de belleza, buen gusto y onda y que hablaban del tipo de música que te gustaba pero, sobre todo del grado de sofisticación (musical y vital) que tenías.

Sin embargo, afortunadamente esto ahora ya no es así.

Creo que los lugares donde la gente guarda su música, aunque sean discos de vinilos están en franca retirada. O deberían estarlo. Creo que ya no aportan nada. Es una pérdida de espacio, y acumulación de polvo tenerlos a la vista. Ya es algo innecesario, teniendo tantos formatos digitales a disposición para, almacenar y escuchar tu música. Pero, por sobre todo porque la música al estar tan disponible ya no dice mucho de ti. Antes era una forma de diferenciarte. De validarte. Ibas a una casa, mirabas los discos (o los casetes) que tenía esa persona y el equipo en el cual la escuchaba y podías saber cómo era y tú lo podías definir por esos gustos. E incluso podías saber si ibas a ser su amigo. Algo cómo: dime lo que escuchas y te diré como eres.

Pero, ahora eso ya no es tema. Da lo mismo lo que escuche.

Creo que lo mismo podría pasar con los libros. Miro mi biblioteca y me encanta la posibilidad de poder hojear los libros que tengo. Pero, ¡cuánto espacio ocupa! Probablemente mi hijo termine leyendo solo libros en digital, de hecho ya lo hace. Recuerdo que en mis últimas vacaciones prepandemia caribeñas, vi varias personas leyendo en la playa, no libros de papel, sino que lo hacían a través de sus Kindle. Pero, a diferencia de los discos, cuya presencia física ya no atesoro, estoy seguro que me quedaré por siempre con aquel contacto fascinante y sensual que tiene el hojear e incluso acariciar y oler un buen y bello libro.

Volviendo a mi amigo, yo ya había bebido lo suficiente cuando le dije a él lo que pensaba con respecto a su mueble para discos. Que mejor ahorrara en diseño, espacio y lucas y que digitalizara su música y que los guardara todos en la bodega de su casa.

Y que mucho mejor era que para ese espacio adquiriera un buen cuadro, ojalá de alguna artista chileno emergente, que probablemente luciría muchísimo mejor en su living que, su colección completa de discos de Soda Stereo.

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