RELATOS DE CUARENTENA

BUENAS INTENCIONES Y PANDEMIA

BUENAS INTENCIONES Y PANDEMIA
-En la idea que la vida humana es un ensayo que cada uno imagina y ejecuta por primera vez, arraiga nuestra dignidad más radical.-
Carlos Peña
Este comienzo de año he estado por las cuerdas. Agarré una bronquitis que me tiró al suelo. Me hice el PCR y prendí mis velitas. Afortunadamente salió negativo. Estoy con antibióticos e inhalador. Tengo por supuesto mis 3 vacunas. Desde mucho antes de la pandemia que no me enfermaba. Una enfermedad puede ser también un festín. Desde pequeño recuerdo que cualquiera fuese la enfermedad, la presencia de ella en la familia era un momento propicio para dar material para extensas conversaciones y sobre todo grandes elucubraciones sobre su origen, los responsables de que ella apareciera y cuáles eran los tratamientos más adecuados. Todo esto se entiende, hecho desde la república de los afectos y la preocupación que nos teníamos. Lo que también sucedía, es que esas conversaciones cruzadas que se iban generando adquirían a veces un cierto tonillo dramático, aunque se tratase de un simple resfrió o un lumbago. Y corrientemente se terminaba culpando a la misma persona por no cuidarse y enfermarse o lo que es más paradójico a su entorno cercano por no atenderlo debidamente. Finalmente, y aquí venia lo más interesante, se presentaba una oportunidad propicia para decirle a esa persona enferma cómo debía llevar su vida de ahí en adelante y lo que por supuesto no le convenía seguir haciendo. Bueno, se podrán imaginar lo que sucedió ahora con mi bronquitis. Siempre con cariño sí.
Hace un tiempo atrás a raíz de unas fotos mías- muy desafortunadas a raíz de los resultados- que publiqué en redes sociales un familiar cercano me envío un wasap, sin decir agua va, comentando lo mal que me veía físicamente. Así, sin pelos en la lengua. Agregó a renglón seguido que parecía un mafioso. Días después una estimada amiga, me escribió para decirme también por wasap que me encontró "viejo y pelado" en esas dichosas fotos. Finalmente, otro cercano me sugirió también mediante mensaje de texto y nuevamente a título de escopeta, esto es sin yo preguntarle la opinión que porque no me cortaba el pelo. Aguante firme los empellones. Dejé si de lado por un tiempo los quesos y las butifarras. Y fui silenciosamente a comprar gel para el pelo.
Entre medio de las fiebres galopantes que he tenido y alguno que otro desvarió nocturno lentamente he ido recuperando en algo mi cordura y me puse a pensar cuantas veces yo he caído en esos mismos procederes. La de decirle a las personas cómo deben llevar su vida y opinar cómo se ven, sin que te lo pregunten Y concluí que son demasiadas. Siempre eso si pensaba que hacia un favor. Pero estaba equivocado. Las personas adultas no necesitan que nadie les diga nada. A menos que obviamente te lo pregunten. Lo que marco mi punto de inflexión, esto significa que me di cuenta de lo inadecuado de mi proceder- con ayuda de la afectada, debo decirlo- fue cuando le sugerí amorosamente a una colega, dulcemente, no se crea otra cosa, y con la mejor de las intenciones, otra constante en estos comentarios, que por qué no se teñía esas incipientes canas que le estaban apareciendo...
¡Pésimo!
Body shaming se llama a la práctica de opinar sobre la apariencia física de los demás provocándole vergüenza y que pueden terminar dañando su autoestima. Aquí la regla de oro es una y es muy simple. No realizar ningún tipo de comentario que aluda a la apariencia del resto. Fin. Es un cambio de mentalidad brutal e intenso (otro más) y que requiere trabajo, generosidad, y morderse la lengua, pero sobre todo humildad para reconocer cuando nos equivocamos y aprender a pedir disculpas.
Respecto a decirle a los otros (as) qué deben cambiar, mejorar, eliminar, comprar, tomar, hacer, pensar, opinar, decidir etc., en resumidas cuentas, es subvalorar el discernimiento de esa persona. Es suponer que nosotros sabemos lo que le conviene o lo que es mejor para él o ella. Pero, la verdad, la pura verdad, es que no sabemos nada.