MUERTE Y PANDEMIA

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MUERTE Y PANDEMIA

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MUERTE Y PANDEMIA

"La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida"

    Cada cierto tiempo por razones profesionales me toca observar, a veces con cierta distancia, otras con asombro y algunas con tristeza el enfrentamiento final que se da entre la vida y la muerte, en los pacientes que me toca atender.

    El sólo hecho de convivir más cotidianamente con la muerte no significa para nada que tenga más claridad de lo que significa el cese de la vida. Es más, la partida de un ser realmente cercano, cómo lo era por ejemplo mi padre, recién lo vine a experimentar hace muy poco. Y creo que no es mucho, por lo tanto, lo que puedo decir al respecto, sólo me atrevería a señalar que la sensación de tristeza y abandono ante la partida de un ser querido regresa a veces de formas muy inesperadas, y creo que esa sensación te acompañará por un largo tiempo. Lo otro que también aprendí es que el rito importa y todo aquello que lo acompaña; la posibilidad de poder asistir a tu ser querido en sus últimos instantes: el poder despedirte de él; el poder velarlo con toda la solemnidad que estimes necesaria y sobre todo el poder enterrarlo en la forma que tu religiosidad y tus creencias lo requiera.

    Acabo de terminar de ver, un documental maravilloso llamado HoneyLand que muestra a Hatidze Muratova, una mujer perteneciente a una minoría turca en Macedonia, quien se dedica a la apicultura, de una forma totalmente artesanal, pero con un cuidado único por mantener el ecosistema en el cual se sustenta su relación con la abejas para así poder extraer la miel que ellas producen, todo esto hasta que llega a enturbiar esta particular relación simbiótica, una familia nómade con sus 7 hijos. Pero además como un gran bonus track, muestra la alianza de Hatidze con su postrada y anciana madre, Nazife, quienes viven en una precariedad que casi no se puede creer (sin luz, sin agua, entre cientos de otras carencias) pero en una relación de mucho amor, dignidad y respeto mutuo. El documental habla del frágil equilibrio de la naturaleza, de las relaciones humanas, de la precariedad, pero habla también de la muerte, y no sólo habla si no que la muestra y la honra de una manera que pocas veces podemos ver en un formato así. Aquí no hay ni un poco de morbo ni de sensacionalismo en sus imágenes. Tampoco hay una sublimación. Pocas veces he podido presenciar un momento tan íntimo como lo es la muerte de un ser humano, filmado todo con una absoluta simpleza visual por una sigilosa cámara pero, por sobre todo, hecho con una  profunda humanidad.

    Escucho el último conteo de cifras.

    Cuántos contagiados. Cuántos asintomáticos. Cuantas camas de cuidados intensivos quedan, cuantos ventiladores disponibles hay, cuántos muertos... Cifras mudas que no me dicen mucho la verdad.

    Sigo pensando en la muerte, real. Pienso en los muertos. Pienso en los rostros de aquellas personas han sucumbido por la peste. Pienso en los que están lidiando con la enfermedad. Los veo, literalmente. Y sé, pues lo aprendí tempranamente, que todos vivimos y que todos morimos, no tengo mayor cuestión sobre eso. Pero hay muertes y muertes. Sobre todo pienso en los familiares, mientras escucho con horror que se han equivocados en algunos hospitales entregando el cuerpos de fallecidos a otras personas que no son sus deudos. Y sé, porque los protocolos sanitarios así lo estipulan, que todos ellos, los familiares, no podrán tener la dicha, ¿es dicha? ¿y si no lo es, qué es? del último abrazo, del último beso, de la última palabra al oído. Porque todo esto en tiempos de pandemia está prohibido. No hay espacio para muchas despedidas.

    Hay muerte y hay soledad.

    Hatidze en una de las últimas escenas de este glorioso documental sale gritando en la insondable noche, aún con lágrimas en los ojos y una antorcha en la mano a espantar los amenazantes aullidos de los lobos. Uno intuye que a pesar del dolor que la embarga hay valentía, hay esperanza y sobre todo que hay toneladas de humanidad.

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