Prólogo

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"Cuando el dios Izanagi regresó de la Tierra de Yomi en su fracaso por regresar a la vida a su esposa Izanami, se purificó dándose un baño. Mientras se secaba, cada una de las gotas de agua que iban cayendo empapaba el suelo e imbuía la tierra de un potencial sobrenatural. Y así, nacieron los Yokai junto con miles de dioses más."




- Nuestro Dios... en los cielos, en la luna, veía desde lo alto toda la obra que el poder de la deidad Izanagi creó en tierra. Vigilaba a los yokai que convivían en el lúgubre mundo... con los humanos... - la voz rasposa del anciano producía un leve eco en la grande y semi oscura habitación, haciendo de sus palabras y voz más profundas. Siguió contando - Pero... nuestro Dios... era consciente que su poder no merecía limitarse a los de Izanagi, quería hacer más que él... y... ante el desorden que entre humanos y demonios comenzó a crecer... 

- Nuestro Dios antepuso su dominio para establecer orden en donde Izanagi falló... - la voz de otro anciano continuaron las palabras del anterior, esta vez la voz era más tosca y carecía de la misma paciencia al hablar. - Es por eso que mandó a su fiel compañero, El gran Dios perro de la Luna, para que lidiara con el incontrolable caos y destrucción que Izanagi dejó crecer en la tierra... 

- Su fuerza, sumado a su fidelidad, severidad y sabiduría lo volvieron el indicado para tal labor. Este dios perro era de los dioses más poderosos, su poder solo se encontraba por debajo del dios de la luna... - habló el tercer anciano, su voz era mucho más suave y serena. -  El gran Dios Perro mantuvo el orden por décadas, siglos... pero las poblaciones humanas se hacían más y más grandes, muy rápido, y con ellos, sus muertes, sus guerras... Hicieron que los yokais no solo se multiplicaran... se hicieron más fuertes... Y... por más que el Dios de la Luna mandó a una compañera para el Gran Dios Perro, que lo ayudase a mantener orden... el paso de los siglos, las enormes poblaciones que se extendieron a los diferentes territorios... lo volvieron una tarea desmedida... -

El tercer anciano detuvo sus palabras. El repentino silencio hizo que sus compañeros lo miraran de reojo. El anciano centró su atención en el niño pequeño sentado frente a ellos quien debía su obligación a escucharlos. Sin embargo... el niño permaneció con la mirada al frente desde que comenzó su reunión. No pestañó, no respondió nada. El resto de ancianos en esa habitación vieron al niño y el último que quedó sin hablar finalmente pronunció palabra. 

- Sesshomaru... - habló Byokku, uno de los cuatro ancianos dentro de la habitación. El pequeño niño de cabellos blancos largos, ojos dorados y franjas rojas en cada mejilla volteó sus brillantes orbes lentamente dirigiendo su atención al anciano que pronunció su nombre. - Debes estar atento, al ser príncipe, es tu obligación saber más que ningún otro miembro del clan nuestra historia. - le recriminó de manera seria. Sesshomaru regresó su mirada al frente, sin dirigirse a ninguno de los cuatro ancianos sentados frente a él. Sabía que tenía que mantenerse callado y escucharlos porque ellos y su madre siempre lo instruían. 

Pero estaba cansado de escucharlos, siempre las mismas palabras. La misma historia que no le importaba.

Solo quería irse, si iba con su padre seguro lo entrenaría, pero antes... era más gratificante distraerse con algunas tribus de yokais cualquiera. En realidad, cualquier otro lugar era más entretenido que estar siempre... escuchando a esos ancianos...

- Lo sé - respondió el niño de gesto serio y frio. - Estoy escuchando... - les confirmó. Los cuatro ancianos se miraron de reojo entre ellos. Byokku decidió ser el que continuara.

Un año de primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora