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La habitación siempre estaba a oscuras para ella. Amarrada a una silla. 

Con un antifaz en los ojos y un trapo que reconocía como su propia camisa en la boca. En ropa interior. Tenía frio, sentía la humedad de la habitación. Sentía ruidos todo el tiempo, había una canilla que estaba mal cerrada y no dejaba de oír caer esa maldita gota todo el tiempo. Hacía cuatro o cinco días, quizás más, quizás menos.

Adela había perdido la cuenta, la noción del tiempo.

La habían secuestrado, pero no era un secuestro normal, ella, bien sabía que esto era culpa de su hermano, metido, como siempre, en problemas que nada tenían que ver con sus normales vidas, vendiendo y traficando droga y armas con la mafia.

Estaba claramente asustada, no dejaban de pegarle cada vez que podían, la habían violado dos veces en lo que va de su estadía. Según llevaba en su cuenta mental, de lo tan meticulosa que era, cada quince minutos venían, no siempre era la misma persona, su perfume cambiaba, eran olores asquerosos pero ellos los podía diferenciar de esa manera. 

Cada vez que entraban le recordaban porque estaba ahí...

"—Agradécele a tu hermano que te dejo sólita.—" No podía dejar de tiritar ni de sentir escalofríos al sentir esa presencia a su lado y no poder hacer nada por evitarlo.

Tan sólo se aferraba a la idea de que en algún momento podría salir de allí y ver la claridad de la luz del día por primera vez después de mucho tiempo.


Y, a pesar, de que cada día que pasaba perdía la fuerza si las ganas de voluntad por seguir respirando y manteniendo la cordura, había una parte de ella que le exigía que no dejara de luchar, que continuará manteniéndose fuerte, sobre todo de forma mental.

Y de ese modo era que Adela pasaba los días en aquel cautiverio.

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08:00am, dos tazas de café a un costado del escritorio, ya vacías, una 9MM, un iPhone que no dejaba de titilar llamadas y Demian Maloy, uno de los jóvenes más ricos y codiciado de todo Londres, se encontraba en su despacho, ocupándose de negocios sucios, lo único que él sabía hacer verdaderamente bien.

Hacía semanas que sus números no le cerraban.

Su fuerte era el contrabando de armas pero su fachada eran las innumerables oficinas de inmobiliarias que tenia distribuidas por el mundo... Las cuales, cada vez se expandía más. Ese había sido siempre el negocio familiar y siempre lo sería aunque más de ocho generaciones ya estaban salvadas gracias a la gran fortuna que poseía el apellido Maloy.

Por la puerta ingresa Theodore Finnic, su mano derecha portando un traje totalmente negro, con una camisa negra a tono y una corbata grisácea oscura acompañando el look final con unos zapatos azules semi mate.

—Buenos días, solecito.— Sonríe.

 Demian no le responde a te aquello.— ¿Cómo está Felix?— Pregunta sin quitar la vista de sus papeles.

Theo sonríe. —No es mucho lo que tiene, la bala se la sacaron inmediatamente.— Murmura.

Demian asiente con la cabeza. —Bien.— Sisea.

 —¿Y tus costillas como están?— Cuestiona risueño.

 El rubio apoya sus papeles con fuerza, pero no mira a su amigo, simplemente hace presión en aquel acto. —Bien, no es la primera vez que pasa, no te olvides que trabajo de esto el 70% de mi tiempo.— Murmura sin mucho animo de mantener una conversación de su reciente accidente.

EL PROTECTORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora