Caída

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     Abrió los ojos lentamente, despertada por el agudo y penetrante ruido del metal siendo raspado. Era débil, pero lo suficientemente sonoro como para oírlo en medio del silencio del espacio y de la nave. El viaje había durado ya muchas horas, calculó que estarían recién por llegar a la mitad y no había salido de su camarote en todo ese tiempo. Tampoco es que tuviera una razón para hacerlo; afuera solo estaba la sala principal para reuniones, más allá el pasadizo principal, corto, que iba desde la puerta de su habitación senatorial hasta la pequeña plataforma escalonada donde estaba el droide piloto en la cabina de mando; y a la mitad del dicho pasadizo habían dos puertas, frente a frente, que daban a cabinas auxiliares: una que era el acceso al purificador de agua y soporte vital, y otra que era la de la habitación de Ryder, su escolta. Más atrás todo eran sistemas y cabinas para otros tripulantes, pero en la nave solo eran ellos tres (contando al droide).
     El ruido era corto, rasposo, cantaba una trayectoria rápida y luego volvía al inicio. Trató de conciliar de vuelta el sueño, pero ya había dormido demasiado y su cuerpo no podía obligarse a hacer algo que no quería. Se levantó, estiró los brazos y se vistió con los ropajes más cotidianos y a la vez formales que tenía en sus maletas.
     Se miró al espejo, arreglando primero el cuello de su vestido para luego observar su cintura. Quedó bien; las telas rojizas hacían juego con el azul de su piel. Se palpó las mejillas y salió de su fino camarote.
     Atravesó la sala principal siguiendo el ruidillo, buscando su origen, hasta que lo encontró tras la puerta de la cabina de su escolta. Dudó un poco, Dans Ryder le seguía dando algo de temor, por más que Ahsoka le hubiera dicho que era buena gente. Tomó valor de donde pudo y apegó su rostro al metal para intentar descubrir qué es lo que estaba pasando al otro lado. El ruido seco y chirriante se repetía una y otra vez, incansable. Finalmente, tocó la puerta, lanzó un tenso suspiro y esperó.
     La puerta se abrió de lado automáticamente, mostrándole la severa figura de su escolta sentada en el borde de la cama, con un cuchillo en la mano y una roca negra en la otra.


     Dans alzó la vista cuando oyó el siseo metálico, y se encontró con la senadora bajo el umbral. Dejó lo que estaba haciendo, colocó lo que tenía en las manos sobre una pequeña mesita en la pared y se levantó a recibirla.

     —Senadora, ¿en qué puedo servirle? —le preguntó presuroso.

     Riyo lo miró algo dubitativa antes de contestar.

     —Ah... yo solo quería saber qué era ese ruido que se oía —se explicó con amabilidad grata.

     —¿El ruido? Ah, sí, eso. Mil disculpas, senadora —agachó la mirada. Sintió que su descuido había fastidiado a la pantorana. Inaceptable—. Estaba afilando la hoja de mi cuchillo; no pensé que la molestaría. Mil disculpas, en verdad.

     —Oh, no, no, descuida. Solo me causó curiosidad, no me molestó en absoluto —quería aliviar el ambiente, buscar una forma de amilanar tanta formalidad fría—. Me causó intriga.

     —Bueno, no es que hubiera mucho que ver... —volteó en dirección a la mesa. Riyo entró también a la cabina. La puerta quedó abierta.

     —No había visto antes un cuchillo así —dijo—. Que yo sepa ya no se usan... es algo primitivo... —deslizó sus ojos a través de la empuñadura tosca; le fascinó verlo, era como si hubieran tomado un trozo de chatarra y lo hubieran trabajado a tal punto que se convirtió en algo que bien podría encajar en los estantes de un coleccionista de antigüedades (y eso había pasado literalmente)—. Pensé que solo usaría blásteres.

     —Sí... En parte —contestó Dans—. Pero no puedo depender siempre de ellos, son inservibles cuando la munición se acaba. Y un buen cuchillo es resistente; si se llega a mellar puedo darle filo otra vez.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora