Desgracia

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     —Padawan Tano, padawan Tano —decía la maestra Jocasta mientras intentaba despertar a Ahsoka—. Vamos, pequeña, despierta —la sacudió un poco. La togruta yacía apoyada sobre la mesa con el rostro sobre sus brazos—. Tienes que reportarte con el maestro Kenobi, dice que es urgente. Levántate.

     Ahsoka abrió los ojos lentamente, estaba somnolienta. Dio un bostezo profundo y dirigió su vista hacia la anciana jedi; sus ojos azul celeste se cruzaron con los azul profundo de la maestra. Se irguió al instante y estiró sus brazos y sus piernas, sus músculos de la parte superior de la espalda le dolían un poco, como si estuvieran resentidos. La miró algo confundida y se tocó las mejillas. El día había empezado. La maestra Jocasta ordenó a un pequeño droide asistente que trajera un poco de agua, se volvió hacia la padawan y le dedicó una tierna sonrisa.

     —Te quedaste dormida estudiando —dijo—. Es bueno que te preocupes por tus estudios, pero no abuses de tu juventud, tienes labores que cumplir como padawan —el droide regresó dando zancadas, la maestra tomó el vaso de agua de la bandeja en la que estaba y se la alcanzó a Ahsoka. Ella se bebió todo el líquido de un solo sorbo—. ¿Todo está bien? —preguntó—, ponte horarios.

     —Yo... —hizo una pausa—, verá, maestra... —se quedó mirando a la nada por un instante—. ¿Cómo llegué aquí? —frunció el ceño confundida.

     —Debiste quedarte dormida mientras revisabas los archivos —indicó—, la pantalla de al lado está encendida. Parece que revisabas los datos de la batalla de Christophsis.

     —No... en realidad... —hizo un esfuerzo, pero no pudo recordar—. Lo último que recuerdo fue que estaba bajando las escaleras y... —parpadeó un poco— vi una silueta y de ahí...

     —Calma, niña —dijo la maestra Jocasta tratando de relajarla. La había encontrado profundamente dormida y pensaba que se esforzó demasiado la noche anterior—. Debe ser el cansancio el que te provoca confusión. Distráete por el camino mientras vas con el maestro Kenobi y verás que estarás mucho mejor, te lo aseguro —sonrió.

     —Está bien, maestra Jocasta —asintió más tranquila. La anciana jedi irradiaba un aura bondadosa y comprensiva, todos quienes la tenían cerca solían olvidar sus problemas y escuchaban atentos sus palabras, y Ahsoka no era la excepción—. Gracias por despertarme, perdóneme si le causé algún percance —mostró una expresión apenada pero inocente.

     —Oh, no, no, para nada —se rio con ligereza—. Me hace muy feliz ver que aún hay jóvenes que vienen a los Archivos, la mayoría prefiere las aventuras y emociones, pero como jedis no podemos permitir que estas nos dominen —metió sus manos por dentro de las largas mangas de su túnica amarilla.

     —Es verdad, yo aún debo aprender más sobre eso —dijo Ahsoka más alegre. El vaso de agua le estaba surtiendo efecto, la había refrescado por dentro—. Será mejor que me retire de una vez, no quiero hacer esperar al maestro Kenobi.

     —Es verdad —concordó la maestra—. Ve, date prisa, pero no corras por los pasillos —se despidió de la padawan con una ligera reverencia. Ahsoka hizo lo mismo; dejó la estancia de los archivos y atravesó el gigantesco camino hasta una sala común, dobló a la izquierda y se desplazó por medio de grandes pilares. 

     Llegó hasta las escalinatas por las que había descendido anoche, las miró con una gota de extrañeza y no les dio más importancia. Arribó al elevador cilíndrico que la llevó a los pisos superiores. Caminó hasta la Sala de Guerra y entró. El cuarto estaba a oscuras y la única fuente de luz que había era el mapa estelar que alumbraba de forma azulada las paredes, el piso y el techo. Alrededor de este estaban el maestro Kenobi y el maestro Plo. El kel dor se volteó hacia ella y la saludó calurosamente, Obi Wan solo sonrió y cruzó los brazos.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora