Cavilación

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     El enorme Edificio del Senado se volvía a alzar imponente frente a él, aquella titánica estructura en forma de hongo metálico capaz de albergar a miles de personas era, sin duda, majestuosa, no importaba cuántas veces la viera, pero eso no quitaba el hecho de que se sentía inquieto dentro de sus pasillos demasiado lujosos para alguien que había vivido siempre casi a la intemperie y de manera humilde. Tragó algo de saliva, se acomodó el cuello de la gabardina y oyó el zumbido de los motores del transporte que lo había traído alejándose detrás de él. Adelante, la rampa de descenso de la plataforma de aterrizaje parecía interminable, aunque fuesen apenas dos metros de duracreto; la parte fácil era llegar a la explanada, lo difícil sería encontrar de nuevo el despacho de la senadora Chuchi... entre las miles de salas que tenía la enorme sede del Gobierno Galáctico.
     Recorrió sin prisa los primeros diez minutos hasta llegar a la entrada principal, luego, en los controles de seguridad, mostró un sello jedi que lo exoneraba de toda revisión y se adentró en el vestíbulo principal no muy emocionado. El aire acondicionado estaba ligeramente alto y su gabardina ondeaba tenuemente con cada paso que daba; no tardó mucho en notar las miradas fijas de algunos guardias sobre él; no los culpaba, a simple vista, parecía un cazarrecompensas encubierto, aunque hubo un tiempo en que se lo consideró como tal. Las armaduras azules lo vigilaron hasta que llegó a un ascensor; ahí, le ordenó al droide de servicio que lo llevara hasta el Nivel 389-A y bebió un largo sorbo de licor de su petaca. «Necesito un mapa», pensó, y siguió esperando pacientemente hasta que el ascensor llegara a destino.
     Al salir, viró hacia la derecha por el fino corredor pulcro y se mezcló como uno más de entre toda la gente. La paz que se respiraba era inigualable, apenas si había barullo y todas las conversaciones casuales que llegaba a oír de algunos senadores que se topaban en el pasillo, eran tan cordiales, amenas y caballerosas que le trajeron algunos lejanos recuerdos.

     —¿Es mejor ser un hombre bueno o un buen hombre? —inquirió John.

     —¿Hay alguna diferencia? —le respondió con incredulidad, al mismo tiempo que estiraba las piernas.

     —Ah, claro que la hay. Ahora respóndeme.

     —Supongo que ser un hombre bueno.

     —¿Seguro de eso? —John desvió la mirada hacia la bahía de Cartagena.

     —¿Qué más podría ser? Un hombre bueno es querido por todos, aunque no encuentro diferencia con llamarlo buen hombre. Son lo mismo, dicho de otra forma.

     Su mentor soltó una baja risa, le revolvió el cabello y habló con una amabilidad infinita.

     —Un hombre bueno es complaciente, es agradable, siempre está presto a ayudar sin importar qué y no se niega ni dice que no cuando alguien le pide algo. —Hizo una pausa, respiró profundamente y continuó—. Y es por eso que es un mal hombre.

     Dans no entendió lo que John acababa de decir, «¿cómo ser bueno puede ser malo?», eran cosas opuestas por completo; por un momento pensó que el licor se le había subido a la cabeza al aventurero arqueólogo, que quizás el aguardiente le empezó a hacer efecto y que necesitaba irse a descansar, pero entonces él continuó.

     »Pero por su parte, un buen hombre no es así. Un buen hombre sabe lo que es correcto y lo que no, sabe discernir y no se preocupa en las palabras de la gente, sabe decir no, no le importa lo que puedan llegar a decir de él, no le interesa si no le agrada a las personas, él hace lo que debe hacerse.
     »Y sin embargo, la vida real no es tan así.

     —¿Por qué no? Acaso uno no debería aspirar a ser bueno y correcto?

     —Eso es un ideal y no está mal tenerlo.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora