Estrépito

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     Dans sacó un pequeño explosivo que llevaba bien asegurado en la mochila táctica, ajustó el temporizador a cinco segundos y lo lanzó hacia atrás por encima de su cabeza. Conocía muy bien los peligros de una explosión en un espacio tan pequeño, estrecho y frágil como lo eran las cavernas de hielo, pero la desesperación podía más y los bichos le pisaban, o mejor dicho, le rasguñaban los talones.

    —¡Siga corriendo! —le indicó a la senadora, y se dio media vuelta para limpiar las paredes con una descarga de plasma azul.

     Los parpadeos dibujaron sombras terroríficas que Riyo vio delante suyo mientras corría, los chillidos agónicos de las arañas y los gruñidos exhaustos de su escolta se entremezclaban a la par que el explosivo estallaba desestabilizando parte de la galería a sus espaldas.
     Grandes bloques de hielo se desprendieron del techo, y la luz tenue del exterior alumbró pobremente parte del recorrido. Dans supo que debían estar justo debajo de la superficie, pero eran siete metros de hielo gélido y grueso más una tormenta mortífera afuera.
     La mayor parte de las arañas se vio con el paso bloqueado así que rápidamente se escabulleron por pequeños ductos y huecos en las paredes para continuar con la persecución sedientas de hambre. Dans tuvo que lanzar un segundo explosivo con el que buscaba ganar espacio para asegurarse inútilmente la huida, pero el artefacto golpeó una estalactita y cayó de bruces a solo un par de metros de él. Los ojos se le abrieron como platos y aceleró, corrió con todas sus fuerzas hasta alcanzar a la senadora; la abrazó por detrás, dio un salto y ambos cayeron detrás de una gran roca negra un segundo antes de que la onda expansiva de la explosión destrozara todo a su paso.

     La caverna oscura quedó en silencio repentinamente, los oídos les zumbaban pero poco a poco fueron volviendo a la normalidad. Dans se reincorporó adolorido, había usado su cuerpo para amortiguar la corta caída y así proteger a la senadora de un golpe contra el suelo rocoso, finamente cubierto por una capa de nieve. Riyo se agarró la cabeza, estaba un poco desorientada, pero nada más eso; aun tenía la linterna en la mano y por suerte no se había estropeado.
     Un gorjeo fuerte se escuchó por detrás; Dans volteó la mirada súbitamente con el corazón acelerado y entonces lo vio, atónito y aterrado, al igual que la senadora. Ambos quedaron paralizados del miedo por unos momentos, contemplando la colgante cabeza pálida de una de las madres de la prole de arañas que los observaba impotente tras una abertura medio circular demasiado pequeña como para pasar por ella. Tenía grandes ojos negros y una mandíbula llena de colmillos amorfos entrelazados en distintas direcciones, y gruñía bajo, observándolos.
     Emitió un chillido extraño y entonces algunas crías se abalanzaron sobre el estrecho túnel de hielo excitadas por el hambre.

     Dans dio un paso hacia atrás, pero el fortísimo dolor punzante en su pie izquierdo le hizo perder el equilibrio: se había lesionado el tobillo

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     Dans dio un paso hacia atrás, pero el fortísimo dolor punzante en su pie izquierdo le hizo perder el equilibrio: se había lesionado el tobillo. Se tambaleó, puso todo su peso en el otro pie y siguió avanzando.
     Disparó cinco veces y acabó con las arañas más cercanas.
     El corredor llegaba hasta una gigantesca sala oscura con mesetas de hielo bajas, de poco más de tres metros de altura, que era un auténtico laberinto serpenteante de caminos y giros, estrechos pasos, peñascos, hielo punzante y carámbanos. Del suelo al techo de la enorme bóveda habían a lo menos veinte metros, y varios puntos de acceso a otras partes del sistema e cavernas de la montaña helada. Dans no podía ver bien qué camino tomar, habían demasiados senderos, espacios y vías qué tomar, y la ecolocalización no funcionaba muy bien sobre el hielo.
     Alumbró hacia atrás, hacia el pasadizo por el que habían llegado y no vio ninguna araña cerca, las oía, pero no estaban a la vista. «¿Las perdimos? —pensó—. No, deben estar tomando otros ductos». Miró hacia la meseta más cercana, podía alcanzar la cima de un salto, tenía que subir y ver al menos la extensión del pequeño laberinto, pero el tobillo lesionado le impediría apoyarse. No había otra manera, tenía que hacerlo la senadora.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora