Hora Final

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     Las llamas iban extiguiéndose poco a poco, el viento del desierto arrastraba arena y rocas que ahogaban las fuentes más pequeñas hasta apagarlas por completo; doce horas seguidas había ardido la mitad de la ciudadela, doce horas en las que las torres, edificios, casetas y calles habían estado cubiertas por metros y metros de fuego tórrido.
     Dans contempló el triste escenario desde lo alto de la muralla al lado del torreón San Juan, tratando de ignorar el hecho de que él era el único responsable de toda esa destrucción; había sido su orden la que causó todo aquello, fueron sus palabras las que dieron inicio a ese infierno calcinante que había devorado cientos y miles de droides, pero... se consolaba a sí mismo diciéndose que no había habido otra opción.
     A lo lejos podía ver el puesto de comando del almirante Trench, era inevitable no imaginarse sus asquerosos quelíceros moviéndose al compás de sus espasmos musculares involuntarios, le traían recuerdos fragmentados de un terror oscuro de antaño, un terror que el Hijo había revivido durante el tiempo que lo había poseído en Mortis. Jugar con los miedos de un hombre suele ser el arma más efectiva para destruirlo por dentro, solo hay que empujarlo al abismo, nada más.

     —Señor —Carter llegó hasta él por la derecha, se había tomado el tiempo de quitarle algo de polvo a su armadura, ahora se veía más blanca y ya no tan parda—, hemos terminado de emplazar las defensas.

     Dans no le devolvió la mirada, pero lo había oído con toda atención, tenía los ojos serios y el ceño fruncido; el sol se comenzaba a poner en el horizonte, los cielos se tiñeron de un tono rojizo y la noche comenzó a devorar lo poco que quedaba del día. Era consciente de que casi la totalidad de sus tropas se encontraban exhaustas, la moral estaba por los suelos, el cansancio se esparcía rápidamente como una enfermedad y no podía hacer nada más que mostrarse firme.

     En el fondo sabía que ni él ni el almirante Trench podrían sostener un asedio por demasiado tiempo; los suministros en ambos bandos se acabarían muy rápido, más en el suyo, por lo que una pequeña hincazón en el pecho lo azuzaba a actuar, pero su razón se lo impedía. Los impulsos le habían costado caro en el pasado, las experiencias habían sido demasiado duras como para pasarlas por alto y ahora no tenía a quién recurrir, no tenía un pecho en el cual refugiarse, ya no era un niño.

     —Bien —le respondió después de unos segundos en silencio—, dile a todos que se tomen un breve descanso; que los que necesiten dormir, lo hagan, no podemos pelear si estamos en malas condiciones —a este punto él mismo había abandonado la esperanza de recibir refuerzos a tiempo, así que iba a utilizar todo el armamento que le quedaba para darle aunque sea un golpe devastador al ejército separatista.

     —Usted también debe descansar, señor —sugirió Carter—, no lo hemos visto cerrar los ojos en dos días. Debería aprovechar para hacerlo antes de que el fuego se extinga por completo y las hojalatas vuelvan a atacarnos.

     —Sí, creo que tienes razón —accedió Dans—. Mantenme al tanto de cualquier cosa. Si una de esas hojalatas se mueve, despiértenme.

     Carter asintió con la mirada, su teniente pasó por su costado, el clon no necesitó preguntar nada para saber que Dans estaba casi cayéndose del cansancio. Cuando la larga gabardina gris despareció tras el umbral de una de las entradas al torreón, se dio la vuelta y avanzó hasta el siguiente destacamento de clones que estaba encargado de operar la torreta automática N-12 del adarve.

     —Sargento —saludó uno de los soldados—, ¿qué lo trae por aquí?

     —Estaba viendo si es que a su pelotón le hacía falta algo —contestó Carter—, ¿está todo bien?

     —Quisiéramos decir que sí, sargento, pero... —miró a su hermano pasándole la palabra.

     —Hay inquietud entre algunos de nosotros, señor —contestó el otro clon—. Sobre todo después de lo de ayer.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora